Levántate y anda

viernes, 30 de enero de 2009

La casa donde el Che Guevara conoció el mar




Hace unos días, en Villa Gesell,
saqué esta foto de la casa donde el Che conoció el mar
lo imagino sólo, sentado frente a la playa,
con los murciélagos psicóticos intentando transmitirle algún mensaje
y la luna más grande y amarilla que nunca
borroneada sobre las olas tibias
Después, ese día
fui a buscar el antro donde nos conocimos
pero era un gimnasio
me dio tanta cosa que te llamé por teléfono para que lo supieras
pero vos entendiste otra cosa, no sé,
había mucho ruido y mucho viento norte
interfiriendo nuestra conversación
por eso me quedé pensando en el Che Guevara
pensaba en él de una forma subrepticia,
como las burbujas de coca que mueren antes de subir hasta la espuma del fernet
igual que los pensamientos que tuvo el Che esa noche,
cuando conoció el mar, en esa casa de la foto
que debía estar igual pero sin autos.
Después fui a jugar al House of the Dead 1
maté zombies y te escribí un mail
que terminaba con una frase del Pity:
"tengo muchas ganas de tirarme a tus pies
y llevarte a mi morada otra vez"

sábado, 24 de enero de 2009

Diabolik, la líbido, la política




Hace unos días, fuimos a ver Diabolik, una película de Bava basada en el comic de unas viejitas italianas sobre un superhéroe terrorista. Más allá de los freaks cinéfilos que se reían cuando las cosas no causaban gracia, la película tuvo un final maravilloso.

Diabolik vivía en una caverna subterránea con su novia, una rubia hermosa interpretada por Marisa Mell. Al principio, después de robar 10 millones de dólares, terminan enfiestándose cubiertos de esos billetes.
En el medio, nos damos cuenta de que el drama de Diabolik es que, siendo un trotskista de alma que busca demoler el sistema a través de una escalada de conflictos desencadenada por sus cada vez más arriesgados golpes que incluso llegan a poner en riesgo el sistema bancario, no puede evitar que su amada sea igual a la su enemigo - némesis, el mafioso. A golpe de vista, las dos rubias parecen mellizas, y la arrebatada estupidez de la segunda no puede opacar la estupidez maciza y militante de la primera. Diabolik lo sabe, y por eso necesita seguir con su revolución permanente, que además de los objetivos a largo plazo le permite arriesgar la vida de su chica porque en el fondo quiere verla muerta.

Diabolik sabe que hasta que su chica no muera el sabotaje al sistema no va a pasar de pantomima para los medios. Diabolik sospecha que, para triunfar, necesita no sólo una mártir, sino la abolición del deseo. Eso completaría su parábola como un verdadero superhéroe terrorista, disciplinado y ascético, no como los putos de siempre que necesitan ubicar el deseo en un ideal de femineidad burguesa al mismo tiempo impoluta e inalcanzable, tiñendo la tragedia política en clave melodramática.

En uno de los golpes, donde va a robar un collar de esmeraldas para regalarle por su cumpleaños, su soldada incluso tiene que disfrazarse de puta.

Pero volvamos a la escena de los billetes. Hay una cama gigante y giratoria, cubierta de dólares. Los dólares empiezan a moverse y desde abajo, enterrados en guita, surgen Diabolik y su soldada, en bolas. Esta escena cifra el final de la película. Lo que pasa durante la hora y pico que las separa es un remolino de colores idéntico al de la presentación de los créditos, y un muestrario de lo idénticos que son Diabolik y el mafioso. Es una película moral, donde el policía no es corrupto porque se sabe, la única razón que existe es la razón de estado.

En algún momento, Bava dijo que de sí mismo que no era director sino fotógrafo. En la escena final, Diabolik volvió a robar, esta vez un vagón de tren lleno de oro macizo. Pero la policía, que va tecnificando y por eso mejorando sus dispositivos de espionaje, lo descubre e ingresa en la caverna - refugio de amor de Diabolik. Nótese: Diabolik, viejo topo, vive debajo del agua. El mafioso, en cambio, se la pasa sobre el agua (en un avión) o entre el agua (en un barco). Diabolik es monógamo, el mafioso es polígamo. No vamos a extendernos sobre la cualidad acuosa de esa palabrita llamada ideología: hace demasiado calor. Pero sí vale la pena adelantarnos al final de la película. Diabolik tiene puesto un traje con el cual, según sus palabras, "podría atravesar el sol". Lo que ocurre es que, rodeado por la policía, el perfeccionista Diabolik olvida en funcionamiento el mecanismo a través del cual deseaba fundir (racionalizar, segmentar) ese oro nuevamente en lingotes. El mecanismo estalla y Diabolik termina sepultado por una suerte de lava de oro fundido.

Corte.

La policía y la prensa están reunidas en el refugio de Diabolik. Al fin lograron atraparlo, porque el superhéroe terrorista quedó hecho una estatua, abrazado, abrasado por el oro fundido. Su espalda muestra un extraño movimiento, los bordes del oro en contacto con el resto de su cuerpo parecen las congeladas olas de un mar centelleante. Cuando termina la función de prensa en el museo de la guerrilla derrotada, el ejército de dos personas donde el único soldado es además ama de casa, todos se retiran, las luces ceden y el paisaje se muestra desierto y melancólico.
En las sombras, hay un plano de la estatua de oro. Consciente de que su tragedia era irresoluble, Diabolik decide inmolarse. Ese olvido no fue casual. No puede sacrificar a su novia, y si no la sacrifica todo lo que hace va a ser en vano.

Entonces, una figura avanza hacia el Diabolik - monumento rosarino. Es su novia. Lo confirmamos cuando se levanta el glamoroso velo que cubre sus ojos dibujados en ese maquillaje tan pre cola-less.
En la derrota, los cuerpos están separados por la solidez del oro bruto, bruñido. Hubo política real, más allá de la pantomima: los cuerpos se reacomodaron. Ella llora y acaricia el cuerpo cubierto en oro de Diabolik. Sabemos que no sólo ya no van a poder revolcarse en billetes, sino que él parece muerto, o mejor dicho congelado en el movimiento de la historia. Acá empieza a tallar la moral: el afán de oro lo dejó ahí, preso en su jaula de hierro. Ella, su soldada, sigue llorando en la penumbra.
De repente, vuelven las luces. Nos enteramos de que, para colmo de males, el comisario tendió una nueva trampa para atraparla. Quiere llevársela. Todo mal: aquella a quien Diabolik quería proteger va a terminar presa. Asumiendo la derrota, la rubia le pide al comisario unos segundos de despedida con Diabolik.

Y, entonces, lo vemos.
Diabolik está vivo.
El sueño eterno de la revolución está vivo.
Diabolik guiña un ojo, indicándole a su chica que va a volver. Que aguante.
Diabolik confía en que con ella en la cárcel va a poder hacer la revolución. Algo así como la situación ideal: el amor imposible es una presa política.
¿O nos lo guiña a nosotros?
¿O nos saluda porque consiguió lo que quería, esto es, una especie de eternidad, rodeado de oro, festejado en su propio museo de la derrota, con su novia presa no de la policía sino de la nostalgia?
La película termina ahí.

martes, 20 de enero de 2009

La cultura es una chica rutera




De acuerdo a Yúdice (2001: XXX), la nueva división del trabajo cultural se realizaría a través de un sistema de maquila, donde se obtienen ganancias mediante la creación o posesión de derechos de propiedad intelectual mientras se contratan servicios de ensamble locales e independientes. Así, los países latinoamericanos se destacarían por la baja actividad en tanto productores de derechos o de patentes intelectuales, quedando confinados al rol de proveedores de mano de obra barata, capacitada para el ensamble y la producción. Además de la precarización laboral resultante, donde los trabajos se realizan por contrato, sin chances de sindicalización para la masa de freelancers dispersos, y en busca del mejor postor, el efecto de este tipo de desembarco no sólo de los conglomerados globales de entretenimiento, sino también de las pequeñas empresas internacionales dedicadas al comercio simbólico, muchas veces incluso regionales en el caso de América Latina, en un contexto que según Claudio Rama (1999) se caracteriza por a) la segmentación de los mercados, b) la particularización de la oferta y c) la oligopolización de la producción simbólica, consiste, más allá de la política pretendidamente neo-izquierdista de los gobiernos, en una confluencia donde la ética universalista del estado y el afán de lucro de las empresas fusionadas hace uso de la cultura como recurso útil para la implementación de agendas de política cultural no consensuada, y que en muchos casos se financia con fondos fiscales deducidos de impuestos. Este diagrama confina al estado-nación a la posición de mediador cultural entre los conglomerados de entretenimiento y la sociedad civil. Los estados cumplen la función de conformación de públicos de masas hacia adentro, y hacia fuera se realiza una selección de las diferencias e identidades locales, donde aquellas que posean las singularidades necesarias para tallar en mercados regionales o globales, esto es, que se amoldan a los performativos de los protocolos de difusión, son estimuladas a circular, cubiertas por el paraguas de dichos conglomerados o del nuevo sistema de filantropía internacional del turismo artístico, fomentando la idea de diversidad y desarrollo local.

sábado, 17 de enero de 2009

La mirada del Lagarto


Nueva entrega de las mini crónicas de Joaquín Linne, esta vez desde Cuzco.



Volquer te saluda, amigo. Se te extraña.
Volquer levanta la mano en dirección al sol, mira la sombra de su mano en el asfalto y te saluda, obnubilado por la sombra de su cap y el destello del sol en el capot del Alfa Romeo modelo 94 del vecino copado que saca a la perra a mearte la vereda.
Va a morir, en algún momento, esa perrita tan simpática.
Va a morir por un destello, el fulgor de una motito en la tarde de La Paternal.
Jota. Volquer saluda que no te mimetices con el entorno, que no mariconees, que los que encasillan sin hurgar en sus prejuicios de clase te digan que encasillás sólo porque no podés callarte.
Y agradece. Volquer agradece que no puedas callarte.


Igual, te dice que acá en Buenos Aires las cosas no están tan diferentes. Crisis laborales por todos los flancos, pero la gente más hermosa, corroída.
Las patas mojadas en Fernet, tan dulce, preparado con gaseosa de máquina.
Seguí husmeando, hurgá, Jota. Hurgá, husmeá las contradicciones del sistema, traeme un gráfico de la BOTUL del norte, por estos días. Si tenés ganas.
Después, tomate un pisco. Todo bien.

martes, 13 de enero de 2009

Catch



Buscando fotos para ilustrar la excelente crónica de mi amigo Diego Vecino en Haciaelbicentenario, me encuentro con esta noticia del Diario El Mundo, supongo que de 2006, aunque en realidad no importa:

Una pelea de mujeres bolivianas. Cobran entre 30 y 50 dólares por combate, no tienen asistencia sanitaria y se juegan la vida, a veces con sus hijos delante, en cada asalto. Los espectadores de El Alto, ciudad dormitorio de La Paz, pagan un euro por ver a mujeres indígenas aimaras –raza del presidente Morales– golpearse con “occidentalizadas” hasta límites crueles.


«Con la desesperación por ganar y contentar al público, todo vale. Usamos latas para cortarnos, tablas, cajas para apalearnos. El árbitro suele estar de parte de las rudas (malas) y no de las técnicas (buenas). A veces, nos pega hasta él y no hay un compañero masculino que se meta a defendernos. No deberían darnos golpes bajos, ni maltratarnos los senos, pero se hace».


Desde Barthes, se sabe que el catch escenifica mucho mejor que el fútbol y otros deportes ciertas tensiones sociales, o, como le gustaría decir a un amigo con cierta pompa, "los engranajes invisibles que mueven la historia cotidiana". Igual, más allá del miserabilismo invertido de los periodistas que hicieron la nota, las fotos de las bolivianas castigándose me fascinan, no por crueles, sino por hermosas.

Hace alrededor de un año, estuve en Guadalajara mirando una pelea de catch en la arena que supuestamente era menos "mainstream". Me había comprado un refresco de tamarindo para mezclar en un vaso de litro y medio de cerveza (altamente recomendable), pero a pesar del alcohol y de los gritos de mis compañeros de platea, el espectáculo fue decepcionante. Los luchadores apenas se tocaban, y el desenlace obvio, donde dos mexicanos se tiraban juntos desde las cuerdas y con los codos en punta sobre el gringo rubio y gigante, ni siquiera fue muy festejado. En todo caso, en ese ring de Guadalajara, la capital de Jalisco, el corazón mismo de la mexicanidad, se sabía de antemano que lo importante no era la lucha sino los sentidos que los espectadores movilizaban. Nunca voy a olvidarme el estallido de familias enteras, chinga tu madre, hijoeputa, de mujeres con vestidos floreados y tipos de pantalones de lino, labios pintados y bigotes prolijos que en cualquier otro momento hubieran evitado la confrontación aunque les costase el dedo meñique. Estaban realmente sacados, y en un momento empecé a insultar yo también. Lo notable es que en el fulgor de la catarsis colectiva, los mexicanos y no yo, que sólo puteaba a los gringos, se la agarraban con todos, absolutamente con todos, incluidos los tipos que tenían en la platea de enfrente. No hinchaban por el mexicano, sino que le decían flojo, gordo chaparro, inútil, cornudo, y muchas cosas por el estilo no sólo al árbitro, sino a su vecino, o a su jefe, o a su conciudadano, al tipo que les vendía las aspiradoras en el shopping. Muchos tenían petacas de metal, forradas en cuero. Petacas llenas de tequila que se vaciaban al ritmo de las puteadas y la pantomima de una verdadera guerra social.


Si bien el resultado era el mismo que en Bolivia (en ambos casos, la cipayez termina derrotada en manos de los locals), y si bien los periodistas miserabilistas exageran, se me ocurre que la violencia presente en el catch de El Alto (a 4.100 metros sobre el nivel del mar) no se limita ni a la tradición de por sí violenta del pueblo boliviano, ni a las condiciones de vida mucho peores en El Alto que en la de a momentos pujante Guadalajara, ni al machismo alla boliviana, donde la escenificación requiere de cuerpos femeninos para no devenir tragedia. Habría, pensando con la rapidez que amerita esta superficie, otros dos factores que habilitan el paso del simulacro (o la seducción) a la violencia, y del hobbesianismo mexicano al hochiminhismo boliviano.


Hablamos, queridísmos, de la ya archirepetida traición de la líbido por sobre la política (argumento refritado por cínicos y simplistas a la hora de pensar la lucha armada no sólo en nuestro país, sino entendida como Gran Engranaje de la Historia): los bolivianos quieren ver sangrar a la luchadora gringa porque la desean. Si no hay sudor ni sangre, el sexo no es real, es pornografía, o sea, es hiperreal, y cualquiera sabe que la pornografía no puede ser consumida en conjunto porque, como la literatura, reclama un goce individual. Los mexicanos también desean a la gringa, pero al menos pueden acceder a ella en un plano simbólico, la aspiradora que compran en el shopping a 36 cuotas, y por eso travisten el sacrificio en simulacro.


Este primer nivel, sin embargo, se solapa con otro, quizás menos esencial que la contraposición entre la economía libidinal del neoliberalismo mexicano y el Evismo. Queridísimos, nos referimos a la valorización internacional del espectáculo turístico. Desfavorecida por la historia y la naturaleza, la localidad de El Alto puede ofrecer al mercado del turismo aquello que los luchadores mexicanos no están dispuestos a entregar: sangre, basura y lágrimas reales. Que, como cualquiera sabe, cotizan alto en la Bolsa del Turismo Libidinal (BOTUL).


Nos extenderíamos sobre este punto, pero ahora debemos rescatar al Volquermóvil.




miércoles, 7 de enero de 2009

Traslasierra

..."Pero nunca he sabido la respuesta a esas preguntas, jamás le he pedido a nadie que me diera su respuesta. Aunque probablemente la respuesta es simple: es la vida baja, cierta frialdad que hay en todos nosotros, cierto desamparo que hace que no entendamos bien la vida cuando en rigor la vida es pura y simple, que hace que nuestra existencia sea una frontera entre dos nadas, y que nos hace ser idénticos a animales que se cruzan en el camino: implacables, vigilantes, carentes de paciencia y de deseo".

Richard Ford, "Great Falls", en Rock Springs.

Ahora que lo releo, no me parece tan brillante. Me hace pensar en Sarte, cierto existencialismo que campea en el humus sentimental de mi ethos social: leer los tres tomos de los caminos de la libertad cuando uno está en cuarto año y se cree nihilista e insensible. No sé. Igual, lo recomiendo. Leer a Richard Ford en medio de las sierras, con un vaso de Fernet tibio bien cargado junto a la reposera. Para el que haya boxeado, cada frase es uno de esos cortitos que te comen la fibra de los brazos.

viernes, 2 de enero de 2009

vórtice playera

No hay más gordos en Villa Gesell. Ni gordas.
Si tengo suerte de cruzar alguno, por lo general tienen más de 40 años y críos en los brazos.
De pronto, la paranoia, o la forma más fácil de barrenar la vórtice playera desbandada en imperativos estético-morales: al sur, cerca del faro querandí, todos los gordos metidos en un gulag subterráneo, construido bajo la playa nudista. Muy CGT la onda, hoteles de paredes blancas y molduras pintadas en celeste. En lugar de cielorrasos, paneles de acrílico transparente con gente en bolas caminándote encima.
Los gordos se infiltran, mandan escuadras de reconocimiento esperando las condiciones objetivas para. Se infiltran.
No quieren la revolución, son nada más que un compilado de las mas violentas fanatasías de poder que el progresismo flaco del rock alternativo haya logrado evacuar en sus pesadillas. Gordos zombies, uno màs mesiánico que el otro.
Quiero ofrecerme de fuerza de choque. Soundtrack: Pity Alvarez, intoxicados.
Le comento la idea a Prats. Como solución al enigma, decidimos ir a una librería de viejo.

Ahí, me compro

una edición vieja de tapas duras de Archipiélago Gulag.
los diez días que estremecieron al mundo, de John Reed.
El mono de hielo, un libro de cuentos de M. john harrison que vengo buscando hace tiempo, publicado por ultramar.
la biografía de Ho chi minh, envuelta en papel de regalo para Volquer.

después, me clavo un panqueque. y otro.
y otro.
Para bajar, licuado de cerezas.