No hay más gordos en Villa Gesell. Ni gordas.
Si tengo suerte de cruzar alguno, por lo general tienen más de 40 años y críos en los brazos.
De pronto, la paranoia, o la forma más fácil de barrenar la vórtice playera desbandada en imperativos estético-morales: al sur, cerca del faro querandí, todos los gordos metidos en un gulag subterráneo, construido bajo la playa nudista. Muy CGT la onda, hoteles de paredes blancas y molduras pintadas en celeste. En lugar de cielorrasos, paneles de acrílico transparente con gente en bolas caminándote encima.
Los gordos se infiltran, mandan escuadras de reconocimiento esperando las condiciones objetivas para. Se infiltran.
No quieren la revolución, son nada más que un compilado de las mas violentas fanatasías de poder que el progresismo flaco del rock alternativo haya logrado evacuar en sus pesadillas. Gordos zombies, uno màs mesiánico que el otro.
Quiero ofrecerme de fuerza de choque. Soundtrack: Pity Alvarez, intoxicados.
Le comento la idea a Prats. Como solución al enigma, decidimos ir a una librería de viejo.
Ahí, me compro
una edición vieja de tapas duras de Archipiélago Gulag.
los diez días que estremecieron al mundo, de John Reed.
El mono de hielo, un libro de cuentos de M. john harrison que vengo buscando hace tiempo, publicado por ultramar.
la biografía de Ho chi minh, envuelta en papel de regalo para Volquer.
después, me clavo un panqueque. y otro.
y otro.
Para bajar, licuado de cerezas.
Levántate y anda