Levántate y anda

martes, 30 de septiembre de 2008

El llanto de tu novia en el teléfono


Estas sentado frente a la computadora,
con un libro de Adolfo Prieto,
un libro de páginas amarillas que dice
que hasta el momento
nadie se preguntó para quién escriben los escritores.
El libro es de 1956.
Lo publicó Leviatán, una editorial
que te conmueve un poco.
De a momentos,
te gusta más la sensación de tocar las hojas rugosas y amarillas
que lo que estás leyendo.
Suena el teléfono.
Te estirás para atenderlo y es tu novia.
Tu novia llora y te dice que la madre
de una de sus amigas
que la madre de una amiga suya que te cae muy bien
a la que conociste hace mucho tiempo, un verano
en un antro que no existe más
acaba de hacerlo.
Tu novia dice que tuvieron que tirar la puerta abajo.
Apagás la máquina, casi de un golpe.
Te levantás, también apagás las luces,
Y te quedás quieto, frío, duro,
parado al lado de la estufa,
con las rodillas que empiezan a dolerte
y la palma de las manos apuntada hacia el calor
Por un rato, solamente el ruido de la estufa.
Después, mientras calentás café en la oscuridad
la sensación de hachas
que atraviesan madera, hierro, puertas.
Hasta que encendés la tele
esperando ver
una imagen del purgatorio.

Y que los (y las) eunucos bufen


Acaba de salir al ruedo un nuevo blog colectivo que se las trae:



HACIA EL BICENTENARIO




domingo, 28 de septiembre de 2008

De vuelta


A todos aquellos que nos escribieron decepcionados durante nuestro periplo por la Walt Tourism World, a quienes creían que habíamos abandonado esta noble actividad, les decimos con amor: volvimos.

Volquer y yo estamos más vivos que nunca. La convivencia es dura de a momentos, pero nos queremos. Por eso aguantamos tantos años juntos.

Alimentados, como siempre, por el afecto de nuestros refinadísimos lectores.

Aunque a veces, el regreso, puede deparar extrañas sorpresas.

Como cierto parrafillo, una aguja en el pajar de calurosas felicitaciones que recibimos a diario, de una querídisima amiga. Una gran escritora y editora a quien admiramos.

Fieles a nuestra política anti - genuflexión que comprende la prohibición de solicitar ser linkeados por nuestros cuantosísimos amigos en el universo bonsai literario bloggeril, nos abstenemos de mencionarla.

Porque, lo repetimos, es una gran amiga. Que, suponemos, tuvo una mala tarde. Una mala tarde que podría tener cualquiera.

No obstante lo cual, puede ser divertido mencionar algunos de los equívocos.
Vamos, entonces, al grano.

Inútil hablar de la chicana sobre el supuesto "kirchnerismo" o "no kirchnerismo" de Volquer. Porque argumentar sobre una chicana que se monta sobre otra chicana no tiene sentido. Lo que si delata, la chicana sobre la chicana, o el "creemos que no es kirchnerista" es cierto esencialismo maniqueo a la hora de pensar los procesos de identificación política que circula en el campo literario.

Y ciertos reclamos de autenticidad que, a esta altura, nos producen una semi - sonrisita amarga.

La idea de un "pensar mal" no resiste el menor comentario. En todo caso, se prefiere a los que piensan mal antes que a los temerosos, o para decirlo más directamente, a los que se "despegan" por cagones. Sí es más interesante la idea de "pensar en lo inmediato". Esa es, justamente, una de las pocas virtudes que tiene el blog como superficie.

A menos que se esté pendiente de un supuesto "auto escrache" o vigilancia permanente de no imagino qué tribunal fantasmagórico, que tomará notas de lo que dijo Volquer, en contra de lo que escribió o piensa X, o el supuesto Volquer en la vida real.

Pero, sinceramente, queridos amigos, cualquiera con un mínimo de sentido común puede darse cuenta que la materialidad de lo que se publica en un blog tiene toda la seriedad y el peso que tiene este soporte, o sea, el blog.

Y que hacerse problemas por lo que piensen oscuros jueces culturales que no nos interesan es, por la mínima, ridículo.

Tan ridículo como tomarse en serio lo del marketing.

Porque el marketing, queridos amigos, no es la sal de la vida, sino la vida misma.

La potencia seductora del mercado, fluyendo y lubricando el goce de los cuerpos.
Somos en el marketing, queridísimos amigos.


domingo, 21 de septiembre de 2008

Say no more


Al menos por hoy.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Hoy

Al mediodía extrañé como un marica. A mi novia.
Después pensé:
"El origen de la felicidad es el liberalismo".
Un poco obvio ¿no?

viernes, 19 de septiembre de 2008

Dog Face

Los tipos de migraciones nos maltratan.
Mi padre los patotea.
Tengo que interceder.
Después, en el hotel, busco en la guía el número de Segovia.
Acá está lleno de arte.

martes, 16 de septiembre de 2008

Sobre el oficio más viejo del mundo


De fondo, escucho las canciones de la hinchada de Huracán, o quizás sea la de Newell’s, que juegan su partido en el estadio Diego Maradona. Después de Boca y de Argentinos Juniors, Huracán es mi equipo favorito. Junto con Tigre. Pero ahora no voy a hablar de eso.
Vengo de una conversación con un joven trabajador de la industria editorial argentina. Un pibe honesto, con perspectiva. Que se hizo desde abajo y conoce el oficio. Un pibe que ojalá, en algunos años, dirija una de las editoriales más importantes que hay en nuestro pequeño país. Antes de la charla, estuve leyendo el último y monumental número de El Interpretador sobre el trabajo. Y en el medio de todo esto, cené. Me hice un sándwich mientras veía la mejor telenovela que dan en la televisión. La novela se llama Sin tetas no hay paraíso, y es una bomba. Va por canal 9, creo que a las 22 horas. Pura industria cultural colombiana.
Este contexto de lectura me hizo pensar en los contornos del trabajo que podemos leer, en negativo, tanto en la novela como en Bailando por un sueño. Los cuerpos hiperproducidos de Bailando por un sueño, en base a una estructura melodramática donde hay un soñador, una bailarina y un jurado integrado también por el público, urden una trama donde la gramática del trabajo se desdobla en varios niveles. El soñador es el trabajador digno, digamos, para usar una terminología afín, proletario. Su lugar es marginal. Su acompañante también es una trabajadora, pero su lugar en la estructura productiva es mucho más opaco. Es, quizás, el punto (no tan) oscuro de Bailando por un sueño. Porque todos sabemos, queridos compañeros, cual es el trabajo declarado de las soñadoras: modelos, vedettes, actrices, ex mujeres de. Pero lo más interesante es que todos sospechamos cuál es el trabajo oculto, no enunciado en forma patente, siempre negado o travestido en chiste. La seducción, entonces está ahí. Putas de lujo que pretenden trabajar de otra cosa. Un exquisito catálogo, que cotiza a sus luminarias al ritmo positivista de la masividad. Tinelli, el profeta, ha encontrado el punto ciego de su goce. Aquel que ya había arañado al desposar a una de las entrañables T-Nellys. Madre, puta y empleada. Un combo difícil de resistir.
Pero decíamos Putas: un trabajo que está en el centro de la novela colombiana.
En Sin tetas no hay paraíso, entonces, el trabajo enunciado es la prostitución. La heroína, en este caso, no es un proletario acompañado por una trabajadora que se desdobla, puta y actriz, ex mujer y puta, vedette y puta, sino que es una heroína proletaria, digamos, que se transforma en puta. Lo hace, señores, porque anhela el dinero para las siliconas.
Aquí, entonces, el punto oscuro no está en el secreto que todos compartimos pero nunca termina de enunciarse. Aquí, por el contrario, asistimos a una tragedia social: la puta no es puta por necesidad, sino por egolatría.
¿Pero dónde está el punto oscuro, entonces? ¿Por dónde se absorbe la líbido social necesaria en todo producto cultural que valga la pena? Además de la estructura melodramática, presente en ambos programas, la clave está, de acuerdo a mi limitadísimo juicio, en la fusión de lo social con la naturaleza. La teta, los genitales, son el elemento natural-social por excelencia. Prostituirse para ponerse tetas, entonces, es (era) un movimiento que lleva el signo de la rebeldía contra la naturaleza. O quizás no. Quizás no exista ya rebeldía alguna en el plano de lo sexual. Quizás, el trabajo, tenga la arquitectura misma de la prostitución, y el tratamiento estético sobre ese simple hallazgo sea la seductora obscenidad de la novela. Al igual, lo señalamos, que en Bailando por un sueño. Porque, en el caso de la heroína de Sin tetas…, no es lo social aquello que se impone a lo natural: es lo natural-social que choca con lo natural-social.
Lo que estalla en este choque es el concepto mismo de trabajo. Vuelca. El concepto moderno de trabajo como actividad diferenciada que se opone al ámbito de la subsistencia (o del placer), sirviendo como medio para la misma, se transforma en otra cosa cuando la prostitución es ejercida como fin en sí mismo. Prostituirse para ponerse tetas, en este plano, sería una hiperprostitución. Prostitución al cuadrado. El cambio, entonces, no está en el ámbito del trabajo. El cambio está en la prostitución, que se legitima. Si el sexo es inacapaz de transgredir, la prostitución se convierte en espectáculo familiar. Se normaliza. Y esa normalización es la banquina que muerde el trabajo, en su camino hacia la dignidad (o hacia la revolución).
Ahora bien: sin transgresión sexual, lo que queda del melodrama es, queridos compañeros, la disputa entre el capital y el trabajo. Veamos, entonces, las formas de presentación del capital en ambos programas.
Porque el trabajo, ya lo dijimos, no puede diferenciarse de la prostitución. En ninguno de estos programas. Y, entonces, se diluye.
Un héroe mudo y proletario que acompaña a una asistente artista y puta, una heroína puta que se resiste y en ese movimiento se acopla a lo natural-social. Sus contrafiguras parecen hechas a medida: en el primer caso, un proletario que asciende en la industria cultural y se convierte en profeta. Tinelli, señores. El capital, en este caso, actúa como conductor, es decir como lubricante. Esa es su función manifiesta. No está a la altura de erigirse como árbitro en defensa del más débil (el soñador), sino que manipula el rating. Manosea. No dirime, no hace justicia, queridos compañeros, porque no le conviene. Y no le conviene porque la vaca, ya lo sabemos, está atada. Laissez faire, laissez passer. Liberalismo y escándalo.
En el segundo caso, el capital es un capital narco. La reglas, en el micromundo de Sin Tetas…, las dicta el narcotráfico, con sus intrigas y sus traiciones. Cualquier similitud con los narco-estados latinoamericanos es, amadísimos compañeros, pura coincidencia.
Bailando por un sueño y Sin tetas no hay paraíso son dos de las ficciones más potentes de la actualidad.
El primero, tiene anunciantes de primera línea. Empresas multinacionales.
En las pautas del segundo, un poco más modestas, se ofrecen servicios por telefonía celular. Marcá 1234 y una colegiala te cuenta sus fantasías. Marcá 4321 lolita y una lolita te cuenta su primera vez. Marcá 2314 perras.
Huracán y Newell’s, acabo de comprobarlo, empataron 1 a 1.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Leyendo El juego de los mundos, de César Aira




En el 84, no puedo concentrarme en ninguna lectura. Mucha gente parada. Reviso mi celular, que está en coma. Escribo un mensaje, pero la pantalla se pone negra y lo pierdo. Imagino que mastico tabaco. Después, en el subte A, empiezo a leer la nouvelle de Aira. Me ilusiono un poco al ver los paratextos. Está publicada en 2000 por ediciones El Broche, de La Plata, y como subtítulo dice "novela de ciencia ficción". Pero el efecto dura poco: se trata, otra vez más, de una reflexión metaliteraria. Literatura conceptual, por lo menos hasta la mitad. Anoto los márgenes, subrayo frases. Lista de oposiciones: literatura / contemporaneidad, industria cultural / civilización, literatura / seriedad (densidad política o social), guerra / juego, Adorno / Benjamin (o inteligencia / sistema nervioso), historia / juego, generación de la palabra imaginarizada / antigua cultura letrada. Lo que no se puede enunciar -lo real- como el límite de la imaginación. La literatura se convierte en imágenes; los adolescentes juegan a exterminar mundos a través de un extraño videojuego. Los mundos que se exterminan son reales; las imágenes que quedaron en lugar de la literatura son hiperreales. ¿Cuál de los dos es más real? ¿Cuál más delirante?

Aunque, obviamente, todas estas duplicidades son enunciadas sólo para, en un segundo movimiento que acontece a medida que se solapan entre sí, convertirse en fuente de ambigüedad. Las supuestas oposiciones no son tales; el mundo es complejo; ying y yang, brother.

La literatura es una práctica residual, OK, pero si se apropia del proyecto de las artes visuales puede decir mucho más, cuestionarlo todo, quebar todo el sentido que, nos guste o no, todavía se genera en el lenguaje. Para esto hace falta un proyecto y un genio creador. Y ambos tienen el mismo nombre: César Aira. El conceptualista.

No se trata, vale la pena aclararlo, de que Aira "nos haya cagado" o no nos haya cagado. Aira no cagó a nadie porque sus textos son parásitos de un género literario muy especial, un género literario de los pocos que poseen un público cautivo: la monografía académica. Aireanamente, para saber de Aira sería más últil leer las sesudas monografías de los estudiantes de letras que las propias novelas de Aira.

Es mentira eso de la levedad, de la felicidad, el mito del regocigo que produce el "derroche imaginativo" de Aira. Lo que "el dispositivo Aira" produce son monografías. Y él, inteligente -genio-, lo sabe. Ironiza sobre eso, y esa es, en el fondo, la verdadera fuente de esa melancolía festiva que puede leerse en toda su obra.

Es cierto que el deseo de escribir una monografía puede ser más importante que la monografía misma. Aira produce ese deseo; y en ese sentido es y no es un viejo vanguardista. Los viejos vanguardistas también pensaban en términos de proyecto total, pero su deseo era, en un punto, alterar los estados de conciencia o las categorías perceptivas de los "activos" espectadores que se enfrentaban a sus obras. El de Aira no. Aira no quiere alterar ni conmover; no busca un replanteo, sino una fina ironía que haga sentir a sus lectores profesionales el regocijo tórrido que produce el racismo de la inteligencia, del cual la facultad de letras es la principal diseminadora.

Posicionado en esa ambigüedad, nuevamente, la dichosa ambigüedad que nos hace más sabios, la indecidibilidad, como dirían ciertos teóricos del fenecido postestructuralismo, Aira sin embargo se burla de la industria editorial.

A modo de hipótesis, podemos decir que sus "novedades", o sus apuestas más fuertes, salen por editoriales pequeñas e "independientes". Tal es el caso de El juego de los mundos. Mientras que sus libros más pavos, o sus reescrituras de libros malos, salen por sellos importantes.

Con el tiempo, tal vez sea ese el mejor legado de Aira: su concepción total de la práctica literaria como una experiencia que no termina cuando se cierra el archivo de word y se lo manda al editor, sino cuando el libro circula y choca con la industria, el mercado, los lectores.

El mejor, o, tal vez, el único.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Parrillas libres



Adoro entrar a esos paraísos rústicos, siempre fríos o demasiado calurosos, de sillas incómodas y ventanales amplios y manteles de papel. Masticar mollejas rodeado de meseras estudiantes de teatro, que esquivan mesas con una belleza de caderas inyectadas con rocanrol suburbano. El pan, siempre exquisito, funciona como señuelo. Hay que resistir. Me fascina el combate moral de la parrilla libre. Si todo está permitido, el exceso es una amenaza tangible. Es muy duro: nunca se sabe cuándo vamos a volver. Cualquier cálculo se vuelve imposible, y el atávico miedo al hambre se hace más intenso. La gula se transforma en una lucha donde cada comensal es un cómplice y un enemigo. Comer en una parrilla libre es naufragar en un final de fiesta que se dilata antes de haber empezado.

La carne está ahí: todo está a la vista. Si Puerto Madero es la Buenos Aires elitista del aluminio y el metal, si es la fortaleza privada de la burguesía solidaria del arte y el diseño, del iphone y los tomates cherry, las parrillas libres son los quistes pauperizados y festivos donde los contornos de las clases medias todavía sueñan el ascenso social. Son la resistencia a la frivolidad gourmet, la sombra negra de los McDonald’s. Un hachazo a los tobillos del vegetariano indeciso.

Las mejores parrillas libres que visité quedan en Paternal, en Liniers, en Floresta o en Mataderos. Por lo general, tienen una vida útil de dos o tres años. Después las cierran. Las venden. O el dueño echa a todo el mundo y se presenta en concurso de acreedores.





Publicado o a publicarse en la excepcional revista Lamujerdemivida


viernes, 12 de septiembre de 2008

ORTEGA



Cuando el hambre de una sierra eléctrica
manejada por las manos carniceras
de una parca rubia
vino a barrenar sobre las piernas
a mordisquear las sagradas piernas
del Hombre que inventó la cocaína
Ariel Arnaldo Ortega estuvo ahí

Ese día lloré mucho
en la puerta del colegio

En el mundial 94
Ortega fue el único que no bajó los brazos
en un equipo de estrellas blandas y cagonas
embotadas por los gases tóxicos
de los gorritos visera
de Visa y Mastercard

Dijo Ortega,
tras gambetear un ejército de gurkas que se le venían encima
desde el fondo de una damajuana
con sus gambas de gurkas y sus narices respingadas
blancas, las narices,
incapaces de preveer los enganches del demonio de Ledesma
gambas gurkas de chicle estirándose, enredadas
entre las piernas de un diablo de Ledesma,
que sonreía como el azúcar quemada
por el sol que todavía se descarga sobre su espalda
que sigue dando vueltas por un ingenio abandonado

Dijo Ortega,
tras pegarle un merecido cabezazo a un gigante culoroto
que se le rió en la cara,
y cansado de que los surtidores de nafta, de que los periodistas,
de que los mentirosos que esperan el transfer para Europa
le palmearan la espalda en los vestuarios,

Ortega dijo:
“Yo no necesito a nadie que me cuide”

Después besó su camiseta de River,
la guardó en un bolso,
y se fue.

jueves, 11 de septiembre de 2008

White Zombies


Ayer, mientras aguerridos compañeros resistían un día más en la toma de las 4 sedes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA en reclamo de mejores condiciones edilicias para seguir estudiando, un extraño conjunto de diletantes, groupies culturales, bloggers de difusa ideología, lectoras de Alan Pauls, editores “independientes” y otros sujetos de calaña semejante entre los que me incluyo se dieron cita en la Boutique del Libro de Palermo para discutir, o mejor dicho para mirar discutir, o mejor dicho para escuchar una charla amable y civilizada entre Alberto Díaz, editor general o algo así del grupo transnacional Planeta, y los escritores Alan Pauls, palermitano y afectado, y Fabián Casas, boedista. Los coordinadores eran Damián Tabarovsky, ideólogo de la actualmente en remate Editorial Interzona, y el dueño de la librería, Fernando Pérez Morales.
Lo primero que hay que decir en favor de esta iniciativa es que el temario prometido era tan amplio como sugerente. Lo segundo es que el lugar estaba lleno, por lo que se percibió una ligera euforia por parte de los organizadores. Lo tercero es que la coordinación, en la medida de lo posible, fue adecuada.
El debate, por su parte, apareció en cuentagotas. Pero también hay que reconocer que la intención estuvo. El mismo Tabarovsky chicaneó un poco al principio, cuando dijo que se reeditaba el mítico enfrentamiento entre Florida -o Palermo Anagrama- y Boedo -o el boedismo, testimonio fehaciente de cierta derrota cultural de Boedo-.
Aunque quizás, en el fondo, tampoco era tan importante que ese debate que apareciera. Lo importante era hacer un “evento exitoso”, algo tan de moda y al mismo tiempo tan arraigado en las tradiciones culturales de la pequeña burguesía intelectual porteña. El contacto por el contacto mismo. En la siempre patética bohemia universitaria se empieza con un grupo de estudio, y el sumum llega o bien con la institucionalización, es decir con la absorción por parte de la burocracia académica, o por medio de la organización de unas jornadas, de ser posible en la Biblioteca Nacional. En la militancia de la poesía, esto es, en la única militancia que afortunadamente le quedó a un muy pequeño número de personas que se dedicaban a leer, escribir, criticar y publicar poesía durante décadas recientes, el ritual distintivo de apertura hacia lo público eran las lecturas. Costumbre heredada, ciertamente, por los jóvenes narradores. Que devino, asimismo, en un ethos autonomista cerrado al circuito chico, donde la ética romántica campea a troche y moche. Y donde, también, se recupera una mística punk y festiva que surge del cruce con la herencia cultural abonada por la resistencia rockera durante la dictadura. Duplicidades. Pero la intensidad y la socialidad horizontal de muchos de estos eventos no estuvo presente en la Boutique del Libro. La reunión, a fin de cuentas, era un evento de marketing literario con buena voluntad cultural. Un arañazo para, entre otras cosas, seducir a esos esquivos lectores de Palermo, tan codiciados por todas las editoriales. Editoriales incluso capaces de bañarlos en pizza con champagne, con la infantil y por eso tierna fantasía de que eso llegará a trocarse en favores monetarios.
Personalmente, prefiero estos eventos antes que las reuniones de floggers que se producen en el barrio del Abasto.
Aunque, quizás, no sean tan diferentes.

Pero focalicemos, compañeros, en el marketing literario. Una actividad ejercida con prestancia por profesores, bohemios y talleristas más o menos marginales. Un marketing que ayer tuvo en Alberto Díaz a su representante más conspicuo, y por eso, más honesto. La hipnótica claridad del señor Díaz, de quien pocos jóvenes escritores se animarían siquiera a pronunciar el nombre, fue conmovedora. Fue memorable, mis queridos compañeros, el momento en que, frente a las mistificaciones románticas del señor Casas, Díaz declaró que todos los escritores pensaban en el público, en el mercado y en la recepción de sus obras. Apoteósica.
Esto no es óbice, amigos míos, de que el señor Casas, imagen marcaria de esa estructura del sentir que por pereza intelectual denominaremos boedismo -no confundir con el antiguo grupo de Boedo, repetimos-, haya sido el disertante más carismático, y, por llamarlo de alguna forma, el más cercano a lo que el traumadísimo Jacques Lacan llamaría nuestras identificaciones imaginarias. Casas es un tipo en el cual, disculpen la categoría, se puede confiar. Su libro “El Salmón” es, sencillamente, extraordinario. Dio un poco de lástima entonces, por así decirlo, verlo convertido en un White Zombie más. Quizás haya llegado el momento de reclamarle, en virtud de su potencial, unas cuantas cosas.
Dieron un poco de pena, también, sus coincidencias con Alan Pauls. Otro tipo con un libro, El Pasado, que a pesar de todo, condensa fuertes zonas de la experiencia social de una generación. Ambos declararon que Marcelo Tinelli, el profeta positivista de la realidad nacional, está destruyendo al país. Cuando es claro, queridos lectores, que Tinelli nos está salvando. Cuando es claro que su reinado tiene el peso fáctico de las toneladas de soja que los chacareros triunfantes transforman en felicidad para el pueblo.
Marcelo Tinelli, entonces, como nuestro futuro prócer, como el gratísimo ingeniero social que hibrideces y modernidades nunca nos pudieron otorgar.
Las coincidencias, en este plano, delatan el peso de una hegemonía. El hecho de que el tema más álgido haya sido el estatuto de los blogs (Casas a favor en un ejercicio de condescendencia, Pauls en contra en base a un trotskismo idealista donde se reclama más a las superficies de lo que la base social real de las superficies son capaces de dar), delata una hegemonía. La división jerárquica entre géneros (en la caja roja, la literatura, en la caja negra, el periodismo, la crónica y el ensayo), también. Como así lo hace la exaltación paternalista hacia las editoriales independientes, de las que la mayoría de quienes hablaban tenían una idea bastante somera, por ser generosos. Otro tanto para que todos, pese a las reservas de Díaz, se subieran al pequeño pony de pedir “lectores más trabajosos”, en sintonía con la obsesión del amigo Tabarovsky de recuperar la crítica afrancesada yuxtapuesta con la reflexión de la academia norteamericana sobre las artes visuales como garantía de contemporaneidad. Y la extraordinaria proliferación de blanquísimas, blancas categorías zombies.
Gratas coincidencias, amigos, en una tibia noche de Palermo.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El huracán Ike se detiene en Cuba



El huracán Ike azota las playas de Cuba
como Ike Williams azotó las mejillas del mono Gatica

La revolución, en cambio
acaricia las nalgas de las chicas que tienen fotolog
y se va
a su cuarto
a mirar Sony Entertaninment Channel
con los lacrimales húmedos
coca zero tibia a un costado de las pantuflas
y unas ojeras apenas maquilladas
pensando que necesita
conversar por teléfono con alguien que la entienda

El museo de la revolución no sé
iba a ir
pero estaba cerrado
entonces fui a un bar y me comí una milanesa de cerdo
mientras pensaba
qué comerían los cerdos
en Cuba

Cuba es el lugar
donde visité el acuario
más sucio del mundo

Mi viejo no
al segundo día se deprimió
y se quedó tirado en la cama
hasta que nos fuimos

yo le llevaba sanguchitos de salame
y ron solo
porque la gaseosa cubana
no le gustaba ni un poco

En el avión recuperó el humor
yo no
yo me quedé pensando en esas putas y putos tristes
que yiraban
por el Malecón

martes, 9 de septiembre de 2008

Immanuel Kant, o el yomanguismo avant la lettre



Hace unos años, en Villa Gesell, con unos amigos fuimos al supermercado a comprar elementos para un asado nocturno en el quincho del edificio. Era una tarde apenas ventosa y todavía teníamos ganas de quedarnos en la playa, pero igual fuimos a hacer las compras porque el ritual empezaba desde ahí: pelearnos en las góndolas de bebidas, hacer la fila, dejar el changuito tirado por la calle, comernos algo mientras comprábamos, si se podía llevarnos un queso entre la ropa para picar mientras se preparaba el fuego.
Eramos una especie de nube de langostas en miniatura, todas bastante grandes en realidad, sedientas de fernet.
Ese verano todo parecía ser lo último.
Teníamos miedo de que la adultez o lo que mierda fuese nos pasara por encima como un Scania en el medio de la ruta de la muerte donde volqué hace apenas unos meses.
Después del asado, íbamos a jugar al truco. O al póker.
Y después, si daba. íbamos a salir.
La cuestión es que la chica de la caja se olvidó de cobrarnos. Eran más de cien pesos en mercadería.
Ahí empezó la pulseada ética. Y como en toda disputa que se precie, se armaron dos bandos.
El ala kantiano-conservadora, con un porro entre los labios, opinaba que había que ir y pagar. Sus argumentos iban desde la culpa liberal-cristiana hasta la corrida por izquierda con que a la pobre chica se lo iban a descontar del sueldo.
El ala rapiñero-nietzscheana, con un porro entre los labios, señalaba que no, que la pérdida era de ese supermercado de mierda que sobrevivía gracias a la especulación financiera y a la extorsión y la estafa a los pequeños proveedores, y que si el sindicato de la cajera no podía defenderla de esa equivocación se jodieran por burócratas y por ineptos.
Cuando se terminó el cannabis, ganó el ala kantiana. Fueron a pagar. El resto nos quedamos haciendo el fuego.
Comimos todos juntos, tomamos mucho alcohol. Y la discusión ética, como toda discusión ética que se precie, devino chicana.
Robar libros no es más legítimo que robar comida. Sin embargo, el mito dice que no pueden meterte preso por robar un libro.
Robar libros es más fácil que robar comida. Hay muchas técnicas. Con googlear Yomango – El libro rojo de Mao salen unas cuantas.
No digo que esté bien ni que esté mal.
Pero salir a condenarlo siempre me pareció una actitud buchona.
Igual que decirle a tu pibe que las cosas están bien porque están bien o están mal porque están mal.
Igual que robar sin mirar a quién le robás.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Los mitos y la birra, o algunas razones para tomar Schneider, además de que en los chinos de mi barrio la venden a $ 1,70


El otro día, después de leer un post del Kameyo en La Contrarreforma, pensé que el mejor relato de lo nacional, desde que tengo memoria, nació de las publicidades de la cerveza Quilmes. El mito argentino, según Quilmes, se desdoblaba en dos: por un lado, un pasado lleno de bríos que se truncó de alguna manera en la que no valía la pena ahondar porque lo importante era la posibilidad de recuperación. Maradona cayéndose en el glorioso gol a los belgas en México 86, el granero del mundo.
Por otra parte, un presente donde la modernidad a las patadas era recuperada en tono festivo por la épica clasemediera sustentada en el mito de la singularidad. La gran mayoría de los países latinoamericanos creen que su “cerveza nacional” es la mejor del mundo; Quilmes nunca dijo ser la mejor cerveza. Estaría bueno preguntarse por qué, si hace diez años tenía las credenciales para hacerlo. Lo interesante, sin embargo, es que su operación era más bien una extrapolación de imágenes del paraíso clasemediero (los amigos, las pizzerías, el calor humano, la amistad, los berretines, el sabor del encuentro) como emblema de lo nacional, y, desde esta plataforma, una proyección hacia el resto del mundo con el fútbol como caballito de batalla. Hacia adentro, la comunidad porteña como universal irrenunciable, hacia fuera, la épica de ser los más habilidosos (Maradona), los más dotados, pero también los que ponen más huevos, porque en el fondo todos sabemos muy bien, y sino pregúntenle al Loco Bielsa (siamés no reconocido de José Luis Machinea), que los mejores son otros y usan una camiseta amarilla de cuellito verde.
Sin mito, no hay marketing que aguante.
Quilmes nunca habló como un sponsor oficial de la pasión. Siempre habló como la pasión misma.
Por eso las narraciones de Quilmes eran tan performativas y sus publicidades más de una vez me hicieron humedecer los ojos frente a la tele. ¿Querés Trainspotting? ¿Te comiste la del pop inglés en un sótano de Congreso? Acá hay clientelismo político papi, y las drogas nos llegan quince años más tarde y bien administradas. El peronismo, otra vez, como el hecho maldito del marketing argentino. Mi hermano, que ahora galopa el baby boom boom kid kirchnerista, tenía un casete grabado con cosas de Blur, Supergrass, Pulp y todo eso, y al final el tema de la propaganda de Quilmes.
Gol, gol, gol, en tu cabeza hay un gol.
This is hardcore.
Porteñidad, decíamos. Lo que en el ocaso del neoliberalismo como sistema económico y moral aparecía en la forma de un pibe que se iba a levantar checas a Europa pero añoraba a su chevecha, se reconvirtió rápidamente en la celebración costumbrista de un ethos. Ahí tenemos una elaboración del trauma (el exilio forzoso de los chicos de clase media pauperizada del gobierno de De la Rúa) por medio de la erotización y la nostalgia. De ahí a la glamurización de las privaciones hay un paso. Es lo que pasó en el comercial ese de la playa, filmado por la agencia del hijo de Armando Bo, y en el que seguro que participó otro Fogwill, Andy, el hijo, que trabaja de director publicitario. Si ya no podemos irnos a Cancún o a Miami, no importa, porque el verano en realidad es folklore, es la comunidad por fuera de trabajo, es la seducción, los amigos. La comunidad imaginada por el liberalismo. El verano es Quilmes. La nación, el mito, es el verano. ¿O es Quilmes?
El reclamo del resurgimiento de una burguesía nacional anidaba también en esa historia de amor donde el escenario privilegiado era de nuevo la playa. A Europa se va a coger rubias liberadas, a Miami se va a comprar minicomponentes Aiwa de dos toneladas, a Cancún se va a ver peces de colores. A Mar del Plata se va a enamorarse. El encuentro entre el capital y el trabajo ahora sí es posible, porque en las playas argentinas es donde puede producirse el verdadero acontecimiento, ese que según dicen retramita la gramática de lo real y la geografía de los cuerpos.
Y entonces, cuando parecía que el ente podía llegar a reconciliarse con el ser, cuando la burguesía cervecera podía apostar por un modelo de país, vino la hecatombe.
A Quilmes la compraron los de cuellito verde. En realidad la compró AmBev, la filial brasilera de ImBev. AmBev es Brahma, Imbev es Stella Artois, entre muchísimas otras. En 2006, un grupo belga-brasileño paga 1200 millones de dólares y se queda con el 91% del paquete accionario, del cual ya había comprado el 35% en 2002, mientras fusilaban a un par de piqueteros y con ellos a los sueños infantiles del autonomismo.
Ahí, en 2002, empezó la debacle de la marca. Un poco después. Cuando empezaron a negociar la compra total, supongo.
Los belga-brasileros sabían que a partir de que se hiciera pública la compra de la otra parte de la tarasca se les iba a hacer muy difícil comunicar nacionalidad.
Bastante difícil.
Isenbeck ya los había chicaneado en 2002.
Tal vez no sea importante, pero los tipos de marketing son así.
La estrategia que tomaron entonces fue mediocre. Por un lado, hicieron mierda a Quilmes. Cada vez menos aparición en los medios, baja en la calidad del producto. A esto lo hicieron porque Quilmes, en un caso bastante común entre las “cervezas nacionales” de los países latinoamericanos, hegemonizaba un espectro de representaciones que iba desde el discurso popular, en nuestro país encarnado por el aguante, y el deseo mundializador y modernizante, posmoderno en el sentido trivial de la palabra, de las clases más favorecidas. Esa duplicidad salía en cualquier focus y llevaba a Quilmes a un dominio bastante importante del mercado. Como no iban a poder comunicar más nacionalidad, la quebraron. Stella para los chetos, peleándole a Heineken, y Quilmes ahí, residual, compitiendo con la Schneider y con la Brahma, reducida a su consumo popular y más clásico.
Chau mito. Polarización.
Quilmes se quedó un buen tiempo en las sombras.
La burguesía nacional, en este caso, no estuvo a la altura de las circunstancias.
Los hijos de Otto Bemberg metieron la guita a plazo fijo o hicieron edificios en Palermo.
Hoy, en un golpe de timón, comunican historia. El valor de que “siempre estuvo ahí”, más allá de que sea o no sea argentina.
Fogwill, que les había “inventado” el slogan según cuenta otro mito, trabaja de asesor cultural de Macri. Su hijo, por lo menos, seguirá trabajando para Quilmes, yendo a raves en Rio de Janeiro en un jet privado, a las dos de la mañana.
Lo peor de todo es que el otro día, en un bar, la moza nos ofreció Stella o Quilmes. Un pibe contestó rápido y dijo Quilmes, traeme Quilmes. La Stella es la cerveza de los intelectuales.
Y tenía razón.

domingo, 7 de septiembre de 2008

RIQUELME


Nadie lo sabe,
pero Riquelme
sufre terribles dolores de cabeza
Riquelme es un genio que padece su destino de genio
y ese dolor, que es como el llanto de sus 14 hermanos amplificado
loopeado,
desparramado como el sonido de una turbina herida
en el corazón de una represa que arrastra el barro de la historia
es imposible de callar

La cabeza de Riquelme es una jaula de mascotas
una jaula de plástico con una reja de metal con muescas de óxido del conourbano
de Don Torcuato
de la villa que hay a la entrada a Don Torcuato
y ahí adentro
hay tres murciélagos rabiosos que se pegan dentelladas
y los dientes en la carne, y el chasquido de la espuma de la rabia
relampaguean en la mente de Riquelme
y le bajan
desde la punta de los dientes
hasta la raya del culo
en cortocircuito

Su único analgésico es la cumbia
cumbia explosiva y romántica,
cumbia de conchitas transpiradas,
zigzagueantes como los amagues de Riquelme
la cumbia que se escucha cuando no queda nadie
cumbia triste y explosiva, que baja por los auriculares
en cualquier vestuario,
en los micros o en las concentraciones
cumbia para no escuchar las palabras de un ingeniero careta
y para colmo chileno
cumbia para amasar la cabeza de un ingeniero chileno
debajo de la suela,
al ritmo de la cumbia,
para dormirlo bien y que cierre los ojos,
y que sueñe,
y no ver esos ojos de murciélago chileno

¿Cómo querés que Riquelme
que tiene 14 hermanos
que fracasó en Barcelona porque es lento
y porque no se banca una ciudad sensible
una ciudad donde la guita se aspira el barro seco de la historia
donde los tipos se creen parte de una raza mística
cuando ni siquiera les da para ser vascos
cómo mierda querés que Riquelme
aguante las boludeces de un pendejo malcriado
hijo único,
que juega a la playstation todo el día
y corre a cien kilómetros por hora?

No me importa si Riquelme
tiene o no tiene que jugar
en la selección
Quiero verlo patear un tiro libre
que acomode la pelota y su cara ancha,
su cara pecosa con las marcas de una masacre paraguaya
acomode la pelota vomitando uno de esos garzos
filosos y chiquitos como astillas de vidrio
y después le pegue
con poca carrera
que la pelota vuele por el cielo y Riquelme festeje su corrida torpe,
tambaleante,
las manos en las orejas y la sonrisa turbia por el ruido
de los miles de murciélagos

Quiero que la hinchada abra la boca para tragarse
los cientos de millones de murciélagos que salen
de sus orejas

sábado, 6 de septiembre de 2008

A Chuck Norris yo lo seguiría hasta el fin del mundo


Si McCain
no fuera un republicano blando
ablandado por la negritud de Obama
si McCain no necesitara tomarse un whisky
un puro scotch de macho de las salvajes praderas de Mississipi
antes de salir a cabecear flashes y a recordarnos lo mucho
que todos confiamos en Dios
a mí no me quedan dudas de que Chuck
sería su vicepresidente


Ayer en el auto
un amigo me dijo que escribió sobre Chuck Norris
Córdoba estaba saturada de tránsito
me dijo el título entero de su texto
pero me lo olvidé
me dijo que iba a leerlo en un ciclo
mientras al costado
unos tipos picaban el asfalto
bajo el puente de Juan B. Justo
y yo me quedaba colgado con esos pozos entre las vías
pensando que ahí adentro
entraban varios cadáveres


Era la una de la mañana
y yo iba a una reunión
donde los chicos hablaban
de una telenovela colombiana
con putas, narcos, contraste social


Los chicos hablábamos de la novela que no vimos
Las chicas no sé
Las chicas hablaban de que sin teticas no hay paraíso


Chuck es el tipo
que mata dos piedras con un pájaro
Chuck Norris no parpadea cuando estornuda
y por la web
podés comprarte una alta remera con su stencil


Se va a morir de cáncer
Se va a morir con el colon irritado y en su lecho de muerte
va a soñar que mata vietnamitas
todos tan parecidos
a Carlos Monzón
antes de pegarle una trompada a su mujer


Estuve mucho tiempo pensando en Chuck Norris
Estuve pensando que Patti es el Chuck Norris argentino
pero mucho más pulenta
porque el karate es un artilugio importado
y a la picana
la inventamos acá


viernes, 5 de septiembre de 2008

Un servicio a la comunidad inoperante

Intrigas palaciegas, escándalo y acoso sexual en el edificio de El Volquete.

Haciendo que el diario Perfil parezca un verdadero kindergarden y su dueño Jorge "Schwarzenegger" Fontevecchia un militante de la Red Solidaria, el ignoto Volquer Texas Ranger despidió a todo el personal estable de su emporio para contratar sólo escritores freelance.

Aprovechando, como corresponde, las caótica situación edilicia que sufre la benemérita Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. El último bastión de resistencia ante la avanzada de la patria financiera.

Y planeando, se dice, la rutilante compra de la editorial Interzona.

El mediocre resultado de este manejo digno de dictador de un país aún más bananero que el campo literario argentino, son estas traducciones de medio pelo. Lo que era un reclamo de descolonialización, se transforma en signo inequívoco de la explotación en los tiempos que corren.

Documento de civilización, documento de barbarie. Flor de slogan tenés ahí.

Esto, entonces, va dedicado a todos esos giles que decían que el Sr. W. Benjamin sólo hablaba boludeces y que el concepto de aura era una mistificación nostálgica ante la siempre saludable mercantilización de la cultura.



"Era una época en que la única utopía era física. La serie de televisión que mejor resumía el primer decenio del siglo XXI se titulaba Familia de Cirujanos. Iba por Canal Trece. Dos cirujanos plásticos de San Isidro explicaban a sus clientes: "Detener la lucha por la perfección equivale a morirse". Me aprendí de memoria algunos diálogos de la serie. Una chica con voz de pito canta en los títulos: "Make me beautiful. A Perfect mind, a perfect face, a perfect life". Mi capítulo favorito: el tercero, donde una gorda se dispara una bala en la boca porque el médico Carlín Calvo no quiere hacerle una liposucción. El cerebro de la gorda salpica las fotos de top-models clavadas con chinches en la habitación. Ese goteo de hemoglobina sobre la garganta de Karina Jelinek, seguido de una panorámica del cadáver blancuzco, varado sobre la alfombra como una ballena blanca en Puerto Madryn. Plano del azul inmaculado del cielo de Vicente López, simbolizando la ausencia de toda desdicha".



Frederic Beigbeder, Socorro, Perdón, 2007.





jueves, 4 de septiembre de 2008

Cumpleaños de ADN Cultura - La Revista del Sábado


Hace alrededor de un año, no me acuerdo bien, me invitaron a un focus group donde iba a discutirse el lanzamiento inminente de la revista ADN. A cambio de mis opiniones recibí cien pesos en una orden para comprar ropa en Giesso. No me acuerdo qué elegí. Calzoncillos o medias. El lugar y la ropa eran para jóvenes ejecutivos de alrededor de treinta, con ganas de tener una relativa onda, que alquilan en Congreso mientras ahorran para comprarse el dos ambientes amplios en Recoleta o Recoleta Bronx (zona Sociales) después de terminar de pagar las cuotas del 206. Pibes que escuchan o escucharon Radiohead. Eso seguro.
En el grupo, nos dieron de comer una picada formidable. No soy una persona con vergüenza de comer en público. Al contrario. Cualquiera que me conozca un poco puede dar testimonio de mi ferocidad. Esa tarde arrasé.
Primero nos bombardearon de preguntas sobre Ñ. La coordinadora era una chica de sociología, inteligente y muy idónea para su trabajo. Profesional. A la salida, le confesé que yo también laburaba en marketing. Que hacía poco tiempo había estado pergeñando la campaña “Hombres de Olé bajo el brazo”. Uno de los laburos que más disfruté. Intercambiamos mails con esa complicidad un poco lastimera y culposa que tenemos o que en esa época teníamos los que a los veinte leíamos el debate de la tercera internacional y fuimos a evangelizar a los barrios con Mariátegui bajo el brazo y fracasamos en 2001 hasta que nos volvimos genuflexos y entramos en el clientelismo académico. O en el marketing.
En el fondo, dos nombres para la precariedad con suerte.
Pasada la etapa Ñ, nos dieron unos ejemplares de prueba de ADN. Estaba Fito Paez. El director era Tomás Eloy Martinez y el producto era muy mediocre, con notas sobre Kafka o Anna Frank. Yo dije que era una revista anodina. Dije que lo de las microcríticas era una pegada. Dije que tenían que meter a gente más joven, que hasta la década del 30 La Nación había sido una tribuna de doctrina y ahora tenían las credenciales y la oportunidad de revalidar eso. La Nación siempre había sido un diario serio, conservador en lo político a partir del peronismo y medianamente progresista o por lo menos serio en lo cultural. Que le dieran más bola a la literatura contemporánea. Que Tomás Eloy Martínez no me cerraba. La coordinadora dijo: “Pero TEM fundó Radar”. Por eso, le dije. O lo pensé.
Ahora me acuerdo de que también le dije que la ocasión de consumo de Ñ era en el baÑo. Y es cierto. Todavía hoy la leo en el baño. Me encanta ir al baño y saber que la Ñ está ahí en el suelo. Me encanta leer la mejor revista cultural del país cuando nadie me molesta.
Eso les interesó. Los tipos estaban obsesionados con Ñ. Todo el tiempo miraba al vidrio espejado y levantaba mi vaso de Coca, en brindis. Pendejadas.
Ahora que lo pienso, me arrepiento de lo pedante que fui en el grupo. Cada vez que soy pedante me arrepiento.
A uno de los pibes que estuvo conmigo, también de la carrera, lo ví este año picando piedras en otra consultora. Me miró con miedo. No nos saludamos.
Me acuerdo que había un flaco que pidió más espacio para la poesía. El pibe ese me cayó diez puntos. Otro que dijo que un amigo suyo estaba mal y le recomendó leer Las Partículas Elementales de Houellebecq para terminar de hacerlo mierda y que después resurgiera de sus cenizas. Me pareció una estrategia pedagógica impecable.
Cuando preguntaron cómo era el lector ideal de Ñ, dije: una vieja gorda, que no garcha hace seis meses, vive en un 3 ambientes en Rosario y Avenida La Plata sobre Rosario a mitad de cuadra, segundo piso, cursó media carrera de psicología, su hija mayor quiere ser actriz y trabaja en telefónica, su hijo menor dice que va a ser médico y tiene 3 previas de cuarto año, a la señora esta le gustaría tener un affaire con Fogwill mientras su marido evade impuestos en su estudio jurídico-contable.
Después lo pensé un poco: esa mina es mi tía. Podría ser mi vieja.
Ahora me arrepiento.
Con la coordinadora nunca volvimos a escribirnos ni a cruzarnos. Hasta hoy.
Hoy me preguntaron como era el lector ideal de ADN. Y no contesté. Pero pensé: igual al de Ñ, pero hace unos meses estuvo a favor del campo y no en contra del gobierno como el de Ñ. Y vive en San Isidro. En un barrio semicerrado.
Pero antes de lo de hoy vienen otras cosas.
Primero: nos pagaron 120 pesos. ¿La inflación fue de un 20%? Lo notable es que el pago fue en efectivo.
Lo primero que pensé fue: qué bueno, zafamos de Giesso.
Lo segundo fue: estos hijos de puta quieren sacarse los pesos de encima y nos los encajan a nosotros.
Lo tercero fue: la sociedad se aproxima a esos momentos de materialismo procaz que anteceden a las debacles económico-morales.
Pendejadas.
Igual, lo que más me alarmó fue la baja escandalosa en el nivel de la comida. Hoy habia café, gaseosa y galletitas rotas.
No había triángulos de queso. No había maní. Ni una puta rodaja de salame.
Igual fui el que más comió. Por lejos.
Conclusión: o el Secretario de Cultura de la Nación, dueño de la consultora donde hicieron el focus, sabe que será prontamente destituido y propició el recorte porque además sacarle guita a las empresas para estudios de mercado está más duro que el año pasado, o se asustaron de lo que comí la última vez. O las dos cosas.
Y la inflación. Y la recesión.
El grupo era lindo. Otro pibe de la carrera pero un poco más chico. Una traductora amiga del teatro indie. Una chica que estudió cine y dejó. Otra que estudiaba psicopedagogía. Un ingeniero que había estudiado letras dos años. Un pibe que dejó Imagen y Sonido y ahora hacía y vendía velas. Y mi favorito: el músico.
Ninguno llegaba a los 30. Me hubiera gustado ir a tomar algo con todos. Hablar de otra cosa.
Todos estábamos a favor de este gobierno. O me pareció eso, porque nadie se había olvidado del rol de los medios en la lucha con el campo.
De la boca para afuera, obvio.
De la boca para afuera.
El músico dijo algo muy parecido a lo que esta mañana había dicho una crítica literaria reconocida en su seminario: los que leen el arte, la música, la literatura desde la categoría de autor son unos boludos. Hay que leer los movimientos. Era un pibe copado. A eso de la categoría de autor lo dijo tres o cuatro veces, en contextos diferentes. Se ve que le molestaba mucho el enfoque de las revistas culturales sobre la música.
La gente de marketing de ADN seguía obsesionada con Ñ. Es natural. La gente de Skip vive obsesionada con Ariel.
En un momento creí que el reclutamiento había sido para lectores de Ñ, pero después pensé en las preguntas filtro y me pareció que no. En realidad no sé. Siempre miento en las preguntas filtro.
La cuestión es que Ñ estaba mucho mejor posicionada que ADN. No se si es justo o no, pero fue lo que salió en el grupo. Igual, para mí, es justo.
Nos preguntaron de todo. Yo usé una táctica un poco sucia para embarrar la cancha. Lo hice de resentido.
Hay tres formas básicas de cagar un grupo.
La primera es generar un clima de joda que arruine la dinámica. Faltarle el respeto al coordinador.
Jamás haría eso. Y al que me lo hace, lo agarro afuera y lo cago a trompadas.
Una vez casi le pego a un pendejo de 17 años.
La segunda, es decir cosas tan tajantes que inhiben a los demás.
Ejemplo:
“YPF es una empresa española que saquea las reservas naturales de nuestro país, que aprovechó condiciones ventajosas para apropiarse de bienes y territorios fiscales, y que para colmo usa imágenes vinculadas a lo nacional para limpiarse, porque en Brasil directamente se llama Repsol”.
Fin del grupo.
“No sé, la verdad que dejé de comprar gel de ducha Axe. Lo que pasa es que me echaron del trabajo la semana pasada y no tengo plata para gastar en esas cosas”.
Fin del grupo.
La tercera en realidad no arruina el grupo, pero lo enrarece. Es volver a las preguntas viejas y mandar fruta.
“Me quedé pensando en eso que preguntaste antes. Es un poco abstracto. Digo, yo nunca pagaría por un suplemento cultural. Los leo en la web. Y con respecto a eso de si las disciplinas están balanceadas ahora que la miro se me ocurre que es una revista literaria con dos o tres notas de otras cosas, tipo un frankenstein”
Todos opinan y el coordinador se enquilomba. Se pierde el eje de la guía de pautas. Un poco de sadismo.
La chica no se lo merecía.
Al final, quedaron el claro unas pocas cosas. Al menos para mí.
Nadie del grupo leía los suplementos culturales enteros. Como mucho, se leía un 20% del total del contenido.
El nivel de las reseñas y de las notas en general era malo porque no se juegan por nada. No es casualidad que casi todos los que las escriben pasaron por la carrera de letras.
La idea de cultura de los suplementos es antigua y les falta humor.
Sin embargo, está claro que ADN sirvió para que Ñ mejorara.
Nadie compra un libro porque haya leído una reseña. Las reseñas también fracasan en introducir nuevos autores porque casi nadie compra más de un libro cada dos meses.
Lo mejor son las entrevistas y algunas notas. Y las perlas cultivadas.
Sólo dos personas de ocho conocíamos y estábamos contentos de que David Viñas tuviera una columna de vez en cuando en Ñ.
A veces había temas de tapa más convocantes que otros, y en esos casos, sólo en esos contadísimos casos, valía la pena tener las revistas en papel.
Ñ y ADN son muy parecidas. En general producen indiferencia. Cuando nos apretaron, más de la mitad preferimos Ñ y los otros dijeron que les daba lo mismo.
Hubo más cosas, pero me las quedo para mí.
A la salida esperaba el segundo turno. Una fila de personas de más de 40 años, con cara de cansadas. Muchas miraron la hora.
Salí apurado y crucé Alvarez Thomas con el semáforo en rojo. Casi me pisa un Fiat Palio color terracota. Creo que me putearon.
Cuando llegué a Lacroze, me tomé el 63.