Levántate y anda

lunes, 15 de septiembre de 2008

Leyendo El juego de los mundos, de César Aira




En el 84, no puedo concentrarme en ninguna lectura. Mucha gente parada. Reviso mi celular, que está en coma. Escribo un mensaje, pero la pantalla se pone negra y lo pierdo. Imagino que mastico tabaco. Después, en el subte A, empiezo a leer la nouvelle de Aira. Me ilusiono un poco al ver los paratextos. Está publicada en 2000 por ediciones El Broche, de La Plata, y como subtítulo dice "novela de ciencia ficción". Pero el efecto dura poco: se trata, otra vez más, de una reflexión metaliteraria. Literatura conceptual, por lo menos hasta la mitad. Anoto los márgenes, subrayo frases. Lista de oposiciones: literatura / contemporaneidad, industria cultural / civilización, literatura / seriedad (densidad política o social), guerra / juego, Adorno / Benjamin (o inteligencia / sistema nervioso), historia / juego, generación de la palabra imaginarizada / antigua cultura letrada. Lo que no se puede enunciar -lo real- como el límite de la imaginación. La literatura se convierte en imágenes; los adolescentes juegan a exterminar mundos a través de un extraño videojuego. Los mundos que se exterminan son reales; las imágenes que quedaron en lugar de la literatura son hiperreales. ¿Cuál de los dos es más real? ¿Cuál más delirante?

Aunque, obviamente, todas estas duplicidades son enunciadas sólo para, en un segundo movimiento que acontece a medida que se solapan entre sí, convertirse en fuente de ambigüedad. Las supuestas oposiciones no son tales; el mundo es complejo; ying y yang, brother.

La literatura es una práctica residual, OK, pero si se apropia del proyecto de las artes visuales puede decir mucho más, cuestionarlo todo, quebar todo el sentido que, nos guste o no, todavía se genera en el lenguaje. Para esto hace falta un proyecto y un genio creador. Y ambos tienen el mismo nombre: César Aira. El conceptualista.

No se trata, vale la pena aclararlo, de que Aira "nos haya cagado" o no nos haya cagado. Aira no cagó a nadie porque sus textos son parásitos de un género literario muy especial, un género literario de los pocos que poseen un público cautivo: la monografía académica. Aireanamente, para saber de Aira sería más últil leer las sesudas monografías de los estudiantes de letras que las propias novelas de Aira.

Es mentira eso de la levedad, de la felicidad, el mito del regocigo que produce el "derroche imaginativo" de Aira. Lo que "el dispositivo Aira" produce son monografías. Y él, inteligente -genio-, lo sabe. Ironiza sobre eso, y esa es, en el fondo, la verdadera fuente de esa melancolía festiva que puede leerse en toda su obra.

Es cierto que el deseo de escribir una monografía puede ser más importante que la monografía misma. Aira produce ese deseo; y en ese sentido es y no es un viejo vanguardista. Los viejos vanguardistas también pensaban en términos de proyecto total, pero su deseo era, en un punto, alterar los estados de conciencia o las categorías perceptivas de los "activos" espectadores que se enfrentaban a sus obras. El de Aira no. Aira no quiere alterar ni conmover; no busca un replanteo, sino una fina ironía que haga sentir a sus lectores profesionales el regocijo tórrido que produce el racismo de la inteligencia, del cual la facultad de letras es la principal diseminadora.

Posicionado en esa ambigüedad, nuevamente, la dichosa ambigüedad que nos hace más sabios, la indecidibilidad, como dirían ciertos teóricos del fenecido postestructuralismo, Aira sin embargo se burla de la industria editorial.

A modo de hipótesis, podemos decir que sus "novedades", o sus apuestas más fuertes, salen por editoriales pequeñas e "independientes". Tal es el caso de El juego de los mundos. Mientras que sus libros más pavos, o sus reescrituras de libros malos, salen por sellos importantes.

Con el tiempo, tal vez sea ese el mejor legado de Aira: su concepción total de la práctica literaria como una experiencia que no termina cuando se cierra el archivo de word y se lo manda al editor, sino cuando el libro circula y choca con la industria, el mercado, los lectores.

El mejor, o, tal vez, el único.