La película también fue llamada Superbad, y está entre lo mejor que vi el año pasado. Es una reflexión sórdida y desencantada sobre la amistad masculina y el tránsito a la madurez. El final, o el pre-final, digamos, antes del moñito de género, es conmovedor. En un contexto político bien Bush. Uno de los policías, de hecho, es una parodia con algunos momentos gloriosos que cifra la biografía del texano.
El gordo de la foto, Jonah Hill, hizo otra película de género con muchísimos puntos en contacto con Supercool, algunos años antes. El título no interesa, lo importante es el argumento: otra vez, Jonah hace de alumno que fracasa en entrar a una prestigiosa universidad norteamericana y por eso decide fundar, con otros losers, una universidad paralela donde pueden entrar todos. Una suerte de UBA, salvando las distancias, que termina transformándose en una parábola sobre la relación entre blogs y discurso sociológico, que es el único discurso que interesa. La universidad de los freaks está construida sobre los restos de un hospital psiquiátrico: de la normalización disciplinaria a la post-disciplina incubada por las redes sociales. Es una película que se encuentra absolutamente a la izquierda del género, y por eso encarna todas sus contradicciones. De hecho, no hay protagonistas femeninas.
En esta película, Jonah Hill, está todavía más gordo que en Supercool. Realmente, linda con la deformidad. En ambas, demuestra que es un actor del carajo. Para mí, Hill es el James Dean de la era Cumbio. En la foto, transporta dos bidones de gasolina. A diferencia de su amigo bueno y educado, el "pibe común" tierno que carga con su amigo gordo como un lastre de turismo carretera, Jonah quiere quemarlos a todos.
Todo esto venía un poco a cuento de las gratas respuestas que encontré en la entrevista de Matías Fernandez a Pola Oloixarac, y de su voluntad, un poco tímida, de salir a cruzar algunas lecturas de la novela que anduvieron circulando.
Me parece que cuando uno escribe un libro entra a competir con un montón de bienes culturales. Está buenísimo, yo me lo tomo con mucha humildad, porque quiero seducir al lector, quiero atraparlo, esa persona me va a dedicar horas y yo no tengo nada. Lo único que puedo hacer es poner es una palabra atrás de la otra. Me parece una situación terrible y demanda matarse para poder generar algo que tiene que mantenerse en términos de entretenimiento. Después pueden ocurrir un montón de cosas, en todo tipo de niveles y la cuestión sería poder construir un aparato lo suficientemente cómico para poder patinar la comedia y que al mismo tiempo, según tus propias lecturas, puedas captar ciertas relaciones y otras no. Hay gente que lee y piensa que la novela se trata de una chica que va a la facultad y el trasfondo político ni lo ven.
El gordo de la foto, Jonah Hill, hizo otra película de género con muchísimos puntos en contacto con Supercool, algunos años antes. El título no interesa, lo importante es el argumento: otra vez, Jonah hace de alumno que fracasa en entrar a una prestigiosa universidad norteamericana y por eso decide fundar, con otros losers, una universidad paralela donde pueden entrar todos. Una suerte de UBA, salvando las distancias, que termina transformándose en una parábola sobre la relación entre blogs y discurso sociológico, que es el único discurso que interesa. La universidad de los freaks está construida sobre los restos de un hospital psiquiátrico: de la normalización disciplinaria a la post-disciplina incubada por las redes sociales. Es una película que se encuentra absolutamente a la izquierda del género, y por eso encarna todas sus contradicciones. De hecho, no hay protagonistas femeninas.
En esta película, Jonah Hill, está todavía más gordo que en Supercool. Realmente, linda con la deformidad. En ambas, demuestra que es un actor del carajo. Para mí, Hill es el James Dean de la era Cumbio. En la foto, transporta dos bidones de gasolina. A diferencia de su amigo bueno y educado, el "pibe común" tierno que carga con su amigo gordo como un lastre de turismo carretera, Jonah quiere quemarlos a todos.
Todo esto venía un poco a cuento de las gratas respuestas que encontré en la entrevista de Matías Fernandez a Pola Oloixarac, y de su voluntad, un poco tímida, de salir a cruzar algunas lecturas de la novela que anduvieron circulando.
Me parece que cuando uno escribe un libro entra a competir con un montón de bienes culturales. Está buenísimo, yo me lo tomo con mucha humildad, porque quiero seducir al lector, quiero atraparlo, esa persona me va a dedicar horas y yo no tengo nada. Lo único que puedo hacer es poner es una palabra atrás de la otra. Me parece una situación terrible y demanda matarse para poder generar algo que tiene que mantenerse en términos de entretenimiento. Después pueden ocurrir un montón de cosas, en todo tipo de niveles y la cuestión sería poder construir un aparato lo suficientemente cómico para poder patinar la comedia y que al mismo tiempo, según tus propias lecturas, puedas captar ciertas relaciones y otras no. Hay gente que lee y piensa que la novela se trata de una chica que va a la facultad y el trasfondo político ni lo ven.