En el medio, entre el choque y mi nacimiento, o entre mi nacimiento y el choque, pasaron muchas cosas. Choques. En la Argentina se producen un promedio de 3281 choques por año. 273 muertes por año en accidentes automovilísticos. Somos la vanguardia del mundo. O mejor, como dijo Toni Negri en 2001 o 2002: somos el laboratorio del mundo. Una frase inquietante que en su momento me hizo feliz. En general los números mienten, pero si te ponés a preguntar un poco comprobás que todo el mundo tiene un choque en el placard. Un amigo que dormía y se despertó en una ambulancia en General Paz. La cicatriz de otra amiga. Un primo que salió volando por la ventana. La hermana de tu ex, desmayada con la nariz blanca de cocaína. Te lo cuentan mientras tiran ketchup sobre un cono de papas fritas, de madrugada, en la costa. No lo registrás. Pero después empezás a unir las piezas y cuando lo pensás un poco tenés el magma de una gran pesadilla colectiva que arrastra chapa abollada, pedazos de acrílico, ripio. Humo industrial que cubre animales y gente muerta, con los huesos al sol, huesos tibios en la noche, sal en las heridas. Tanta tecnología inservible y vos estás ahí, a punto de ahogarte, un árbol tapado por la inundación, o en un hospital de ruta, esperando por el certificado que te permita demandar a la compañía de seguros. Eso si no estás en la morgue. Pero no voy a hablar de las cosas que les hacen a los cuerpos en la morgue.
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