Todavía estoy tocado por el libro de Sonia. El desafío es que uno no puede alejarse de esos textos, y por eso cuesta tanto ponerlos en perspectiva, ordenarlos en la serie literaria, establecer sus filiaciones. Decir, por ejemplo, que Sonia es la cruza perversa entre algunas zonas de la obra de Manuel Puig y las herederas contemporáneas del realismo norteamericano, entre las que cuento a Lorrie Moore y en especial a A.M. Homes, herederas a su vez de la McCullers, de Dorothy Parker y de Flannery O’Connor. Los cuentos que conforman Los domingos son para dormir pueden ser ubicados en ese mapa. Pero se sabe que leerlos desde esos códigos, inscribirlos en las series imaginadas por los lectores cultos, series posibles entre tantas otras, es, también, domesticarlos. Como así también es domesticarlos exponer, al estilo Marianito Grondona, el diagrama de ejes y oposiciones que iba anotando en los márgenes del libro. Igual lo voy a hacer.
La serie perro – gato – peluche, por ejemplo. Todos los cuentos tienen perros, gatos y peluches, peluches o juguetes, y este triple juego, esa línea, emerge en paralelo con otra línea que brilla y se oculta en los cuentos, un relampagueo envolvente, y se corresponde con el sistema de pérdidas y parentescos que se establecen entre lo que sería la naturaleza, la infancia y lo social. Son dos ejes que se potencian por acumulación: lo que se suma es ideología, la ideología que habita al lenguaje. El tercer eslabón de ambas líneas, el que se corresponde por un lado con los peluches y por otro con lo social, está arrebatado de ideología, y el libro es el despliegue de ese crescendo, y de los cruces rizomáticos que pueden llegar a producirse entre ambas líneas. Podría pensarse en un cuadro de doble entrada: el perro en correspondencia con la naturaleza en su fase mítica (lo natural en fraternidad, interrumpida por lo brutal); el gato como refracción de la infancia constituida por la cisma de los roles de género; y, finalmente, el peluche, o el pequeño pony, el pin y pon, como lo social atravesado por la imposible sutura de lo político (particularmente, la hipocresía, el código, o, como dice la contratapa del libro, el prejuicio como mecanismo semioculto del movimiento de las cosas). Ya está, lo tenemos ahí, el cuadrito de doble entrada para una clase de filosofía política, si se quiere. Oposiciones y relaciones que el libro desmonta y rearticula, complejizando, a través de una experiencia de lenguaje que muestra un virtuosismo poco usual. En algún momento, Walsh dijo que los buenos libros sirven para hacernos menos estúpidos, y en ese sentido, Los domingos son para dormir es un precioso instrumento de saber.
Pero hay otras dos cosas que me gustaría resaltar del libro, y que tienen que ver con su densidad social. Son dos puntos cortitos, no se asusten, y mucho menos abstractos. Son los puntos que me interpelan. El primero es que Los domingos son para dormir podría ser pensado como la continuación low fi, micropolítica si se quiere, de la línea de los reventados en la tradición literaria nacional. Algo de Fogwill, algo del Turco Asís parece anidar ahí. Los cuentos parecen decir: no hace falta ser un gran traidor, no hace falta la picaresca ni la forja artliana para ser un reventado porque, a fin de cuentas, esa sensibilidad del reventado nos constituye a todos, forma parte de la identidad de nuestras urbes, particularmente de Buenos Aires. Las pequeñas reventadas del libro, ocultas en la selva urbana, viven y actúan bajo la sombra de ese infierno, con la novedad de que sus voces, al mismo tiempo, escenifican y desmontan la paleta de prejuicios de género que las coacciona y las constituye.
Este primer punto, lo que yo llamaría las reventaditas no con desprecio sino con admiración, porque si hay algo que el libro elude es el desprecio por sus personajes, se vincula con el tema del desarraigo, que vendría a ser el segundo punto. Las reventaditas viven en la frontera: son y no son del campo, son y no son de la ciudad. Justamente, el desarraigo hace que sean y no sean reventadas. La ciudad es un personaje más, la ciudad-selva opuesta al campo-infancia. El desarraigo, la migración a la gran ciudad desde las ciudades de provincia, ese proceso silencioso y silenciado desde principios de siglo en el país accede al régimen de la representación, con sus contradicciones. Ese sustrato social hoy policlasista, que tuvo un fuerte emergente en la reciente pugna entre el gobierno y los sectores agropecuarios, es procesado y analizado en el libro, sin concesiones. Reventaditas. El desarraigo habilita cierta transparencia en los procesos y las contradicciones políticas que configuran un ethos social, y otro de los méritos de Los Domingos es trabajar con los matices de esa experiencia. Por eso, y en nombre del reventadito que hay en mí, tengo que decirle gracias a Sonia por invitarme a decir estas palabras, y gracias a la Editorial Entropía por publicar este hermoso libro.
La serie perro – gato – peluche, por ejemplo. Todos los cuentos tienen perros, gatos y peluches, peluches o juguetes, y este triple juego, esa línea, emerge en paralelo con otra línea que brilla y se oculta en los cuentos, un relampagueo envolvente, y se corresponde con el sistema de pérdidas y parentescos que se establecen entre lo que sería la naturaleza, la infancia y lo social. Son dos ejes que se potencian por acumulación: lo que se suma es ideología, la ideología que habita al lenguaje. El tercer eslabón de ambas líneas, el que se corresponde por un lado con los peluches y por otro con lo social, está arrebatado de ideología, y el libro es el despliegue de ese crescendo, y de los cruces rizomáticos que pueden llegar a producirse entre ambas líneas. Podría pensarse en un cuadro de doble entrada: el perro en correspondencia con la naturaleza en su fase mítica (lo natural en fraternidad, interrumpida por lo brutal); el gato como refracción de la infancia constituida por la cisma de los roles de género; y, finalmente, el peluche, o el pequeño pony, el pin y pon, como lo social atravesado por la imposible sutura de lo político (particularmente, la hipocresía, el código, o, como dice la contratapa del libro, el prejuicio como mecanismo semioculto del movimiento de las cosas). Ya está, lo tenemos ahí, el cuadrito de doble entrada para una clase de filosofía política, si se quiere. Oposiciones y relaciones que el libro desmonta y rearticula, complejizando, a través de una experiencia de lenguaje que muestra un virtuosismo poco usual. En algún momento, Walsh dijo que los buenos libros sirven para hacernos menos estúpidos, y en ese sentido, Los domingos son para dormir es un precioso instrumento de saber.
Pero hay otras dos cosas que me gustaría resaltar del libro, y que tienen que ver con su densidad social. Son dos puntos cortitos, no se asusten, y mucho menos abstractos. Son los puntos que me interpelan. El primero es que Los domingos son para dormir podría ser pensado como la continuación low fi, micropolítica si se quiere, de la línea de los reventados en la tradición literaria nacional. Algo de Fogwill, algo del Turco Asís parece anidar ahí. Los cuentos parecen decir: no hace falta ser un gran traidor, no hace falta la picaresca ni la forja artliana para ser un reventado porque, a fin de cuentas, esa sensibilidad del reventado nos constituye a todos, forma parte de la identidad de nuestras urbes, particularmente de Buenos Aires. Las pequeñas reventadas del libro, ocultas en la selva urbana, viven y actúan bajo la sombra de ese infierno, con la novedad de que sus voces, al mismo tiempo, escenifican y desmontan la paleta de prejuicios de género que las coacciona y las constituye.
Este primer punto, lo que yo llamaría las reventaditas no con desprecio sino con admiración, porque si hay algo que el libro elude es el desprecio por sus personajes, se vincula con el tema del desarraigo, que vendría a ser el segundo punto. Las reventaditas viven en la frontera: son y no son del campo, son y no son de la ciudad. Justamente, el desarraigo hace que sean y no sean reventadas. La ciudad es un personaje más, la ciudad-selva opuesta al campo-infancia. El desarraigo, la migración a la gran ciudad desde las ciudades de provincia, ese proceso silencioso y silenciado desde principios de siglo en el país accede al régimen de la representación, con sus contradicciones. Ese sustrato social hoy policlasista, que tuvo un fuerte emergente en la reciente pugna entre el gobierno y los sectores agropecuarios, es procesado y analizado en el libro, sin concesiones. Reventaditas. El desarraigo habilita cierta transparencia en los procesos y las contradicciones políticas que configuran un ethos social, y otro de los méritos de Los Domingos es trabajar con los matices de esa experiencia. Por eso, y en nombre del reventadito que hay en mí, tengo que decirle gracias a Sonia por invitarme a decir estas palabras, y gracias a la Editorial Entropía por publicar este hermoso libro.