Levántate y anda

martes, 14 de diciembre de 2010

PRIMERA RESEÑA SOBRE PINAMAR




Diego Rojas, de la Revista Veintitrés, escribió generosamente esta reseña sobre Pinamar, publicada hace pocos días por Editorial Interzona:

Hace tiempo que no se reunían de una manera tan virtuosa las cualidades de la política y la literatura en la novela argentina. Hernán Vanoli las combina de una manera radical y permite postular al texto como la novela de 2001, última gran crisis que atravesó esta nación. Dos relatos se combinan y brindan una narrativa que profundiza a cada página no sólo la tensión en sus protagonistas, sino que da cuenta de la tensión social que los circunda.

La primera voz es la de un diario escrito por un jóven que interpela a su hermano, que reside en el extranjero, mientras le va contando los sucesos de 2001: desde su condición de hijo de la alta burguesía, Lucio expresa un desmesurado odio de clase que introduce una violencia latente de manera casi procaz y muy efectiva. La segunda voz es la de Stany, aquel hermano al que se dirigía el diario, regresado al país diez años después para averiguar el paradero de Lucio, que se perdió en el auto junto a su mujer (los diarios aventuran que fueron abducidos). El desconcierto de un sector social privilegiado ante una crisis que también los daña encuentra formas narrativas desmesuradas. El diario de Lucio lo señala como un fino observador de su ámbito, a la que vez que conforma una trama de iniciación (o de fin de ciclo). La búsqueda de Stany se desarrolla en el país de la “normalidad” post crisis, a la vez que introduce lo siniestro, especialmente a partir de la aparición de El Oso, un personaje ligado a la delincuencia que habita el diario de Lucio. Una novela hiperpotente construida con la gramática de la violencia, eje ordenador de la literatura nacional.

martes, 5 de octubre de 2010

VUELVE LA REVISTA CRISIS



Para los artistas y revolucionarios del siglo xx la crisis era el suspiro agónico de un mundo viejo y fatalmente destinado a desaparecer. La transición hacia un futuro luminoso que golpeaba las puertas del presente. Nuestro tiempo no se deja pensar en estos términos. Vivimos una época que teclea insistentemente entre lo que ya sabemos marchito pero persiste y el “no todavía” de lo que vendrá.

Si el capitalismo ha podido reformatearse y continúa su expansión, es porque se devoró sus propios desequilibrios. Al punto que hoy podríamos decir: el Capital ya no le teme a la crisis. Sin embargo, resulta obvio que la crisis ha devenido una realidad permanente, cuya escala es global. Vivimos un presente en suspenso: ni epílogo ni anticipo, sino tiempo de excepción.

Nuestro siglo lleva el sello de los acontecimientos del 2001. Desde entonces, cada vez que la crisis asoma, la referencia a esos días de lucha callejera y fuerte protagonismo popular se torna inevitable. El escenario político diez años después es, sin dudas, muy distinto. Las cosas han cambiado. Tal vez para mejor. Pero los efectos de aquel punto de inflexión en nuestra historia reciente se ramifican de manera irreversible, incluso a pesar del optimismo imperante. La precariedad que corroe a todas las instituciones, entre otros indicios, así lo testimonia.

El humor es un arma eficaz para quienes ya no esperan el advenimiento de un futuro radiante. No nos interesa la risa despectiva o cínica de aquel que afronta con desparpajo la decadencia social o el fin de la historia. Sí cierta percepción irónica, que a fuerza de demoler estereotipos, habilita una alegría capaz de seleccionar, entre el cúmulo de obviedades que nos rodean, los materiales del mundo que vendrá. Crisis anhela, empleando otros recursos expresivos, ser partícipe de esa potencia caústica generalizada. Para neutralizar la fuerza de seducción de los discursos publicitarios y el carácter extorsivo de ciertos emblemas morales. Para animarnos a ir más allá de lo permitido, incluso por nuestras buenas conciencias. Para desplegar una nueva capacidad crítica y constructiva.

Extracto de la presentación de la revista.


miércoles, 23 de junio de 2010

UNWONDERFUL STORIES




Va en inglés, con el tiempo la traduciré para mi locatario

Un-wonderful stories in the near future
Hernán Vanoli’s first collection of short stories is a disturbing, fascinating book

Sigmund Freud defined the uncanny (also known by its German word Unheimliche, which literally translates as “unhomely”) as something that can be familiar yet foreign at the same time, and therefore feels uncomfortably strange. Adolfo Bioy Casares and Jorge Luis Borges, in Argentina, practiced a branch of fantastic literature based on one, and one alone, fantastic or supernatural element thrown in the middle of an otherwise fully realistic plot. The four tales Hernán Vanoli gathers in Varadero y Habana maravillosa do not hail back to that tradition, but they do share this basic tenet: nothing can be as deeply unsettling as the world as we know it, yet different.

Vanoli could, if pushed for a label, be termed a science-fiction writer, but of the kind that happens fifteen minutes into the future and which sets itself as a twisted mirror on reality. This mirror shows us an unhomely image that varies from our own in subtle yet powerful ways (something added here, a little distortion there) that do nothing but portray it more accurately in all its gory shades. Moreover, this variation is taken for granted and understated, something that is in the air and seething below the surface but which the narrative never displays or disects.

Take the opening story, Funeral gitano: someone dies in a poor barrio, and a friend honours his wish for a Gypsy burial, a merry celebration. The backdrop is dire: poverty, but also a disease that poor people carry and the political and social organizations they have formed around their condition and the aid stingily doled out by the State, every bit like picket groups, fighting and negotiating with power in the same ways. It is a harsh life, with rough people and grim deeds, and the story unfolds in a downward spiral that spares no horrors. Bleak land.

Or the title story, where a tour of Cuba is accompanied by vaccinations, permissions and the necessary medication for the one place in the world where primitive food and “friction sex” are available: there, a young girl will find the truth of a friend’s former Caribbean beau and be treated to some bizarre visuals of her parents behind closed doors thousands of miles from home. Or the sinister glimpses of something very dark in the smuggling mules of Eugenia volvió a casa. Or Castores, the nouvelle that takes up the second half of the book and which plays on the “socially aware tourism” of European scholarship kids slumming it as they record documentaries of Third World social struggle during a strike in Patagonia, as seen through the eyes of the locals who set up the tour as a way of taking as much money off their pockets as possible.

Throughout the book, something is always itching and whispering threatening yet undistinct words from a spot we cannot quite place, let alone reach. There are always missing pieces to the puzzle, a gap at the core of the story that is not explained, not even hinted at. Unlike the worldbuilding techniques of conventional sci-fi, bent on presenting coherent, rock-solid worlds, the open ends are everything here. This tantalizing suggestion of the dark, this careful management of (mis)information, is Vanoli’s most daring and rewarding trait, and makes the stories profoundly unsettling: that, and the fact that they strike so close to home, that their tone is spot-on, that the characters and plots are like so many kicks in the teeth. Every sentence strikes the nail square on the head, every element builds the story, every story is a powerful statement.

Besides gritty and hardhitting, these stories are truly and powerfully political: no explicit references or commentary (plenty of that at Vanoli’s blogs, www.elvolquete.blogspot.com and www.lamaquiladora.blogspot.com), but a texture of reality that is imbricated with a social fibre, the presence of political struggle in its everyday dimension. Like the transformations on reality, this political reading is so organic to the stories that it does not even need stating: no manifestos but a point is made; no epics, but that makes it epic.

So far, Hernán Vanoli was available as a name in collective short story anthologies: in his first solo flight, he proves a rigorous, original, uncompromising writer with an unmistakeable voice. At 30, that’s saying something.

Pablo Toledo
Publicado el 23/6/2010 en The Buenos Aires Herald

jueves, 10 de junio de 2010

NO RESPONDERÁS LAS RESEÑAS



Así podría titularse uno de los mandamientos del pantanito literario. Pero uno es débil, la carne y los dedos son débiles. Es así. Tan barato responder, quince minutos, tan fácil cuando te la dejan así, servidita, adobada, mansa en la línea de gol, lo difícil es resistirse. Además, la reseña que voy a comentar hace algunos planteos interesantes. Porque se trata de eso ¿no? Debatir, aprender del otro, fijarse desde qué lugar leemos.


No responderás las reseñas.


Honrarás padre y madre, obedecerás a tu sabio gurú espiritual, construirás tu caminito, dictarás talleres literarios en Palermo.


No gastarás tu minusválida pólvora en chimangos.


Tu tiempo vale, brother.


No perderás los quince minutos que lleva escribir la respuesta a una columnita escondida en la punta de una revista blanda, aburrida, excluyente. Porque sí, a eso lo sabemos todos, la Inrocks tiene mucho de sucursal rubia del progresismo blanco, de criadero de pichones de Lopérfido. Igual también hay notas que están bárbaras, buenísimas. Por teléfono me dijeron que hay una sobre el Exile on Main Street que está re buena, me lo contó un amigo, que todos los meses se compra la revista, se la aprende de memoria mi amigo, le gustan las bandas, altas bandas en la Inrocks me dice, buenísimas. Lástima que nunca coincidimos, che, justo mi disco favorito de los stones es el Beggars Banquet, ¿te acordás de ese? El que trae street fighting man.


¿Desde dónde leemos?


En la revista Planta, lugar de origen de Dami, leemos desde el marxismo de torre de marfil, eso está claro. Muy buenos ensayos sobre poesía. Y está bien, muy bien que sea así, que hayamos ido al Buenos Aires, qué buen Colegio loco, enseña "Edu" Rinesi con su barba y todo, está bien leer desde ahí por más que nos cueste cuando los libros vienen de gente amiga, porque cuesta pero hay que hacerlo, hay que leer, hay que discutir, aunque no hay que sacar los pies del plato, eso no. Hay que alinearse, hay que vivir en las tensiones, disfrutemos esto, somos jóvenes, nos falta tomar Toddy todavía. ¿Qué hubiera pasado si lo que leemos hubiera salido por alguna editorial amiga? Nadie lo sabe y no importa, es una hipótesis irrelevante. La amistad es de las mejores cosas que tiene la literatura, ¿quién no bancó a un amigo? ¿quién? Está perfecto, hay que tener amigos, hay que regalar amor, como dicen los chicos de Planta, desde la torre de marfil acá nomás, en la placita de Palermo. Cuando nos conviene, la sutileza está bien, está rebien, pero cuando no, cerremos filas. A veces hay que ser cobarde, lo dice la filosofía política. Otras veces no, ¿no?


No responderás las reseñas, eso nunca, jamás de los jamases.


Ni harás estos comentarios de la Inrocks, que son buena onda, bancan a la poesía, leen editoriales independientes, vieja, y qué nos importa que estén fumigados contra cualquier cosa que tenga un mínimo tufillo a popular, que nombren a Joyce en todas las notas, ¡a Joyce!, eso sí que es literatura. Y Borges a full, que nunca nos falta Borges, que además es argentino. Li-te-ra-tu-ra, y no sociología. Sociología es lo que hacía el gordo Lanata creo, ese que aparece en el medio de la revista, tan canchero el gordo, en una publicidad de ropa, se lo ve bien al gordo. Cucurto no, Eloísa Cartonera no, un libro sobre la precarización laboral de los jóvenes tampoco, che. Eso no es literatura, falla el estilo.


Pero no nos dispersemos y vayamos a los argumentos, busquemos los argumentos con solidaridad, porque sabemos que es difícil, tan difícil decir algo en 3000 caracteres, ¡un bardo! En la facultad nos pedían monografías de doce páginas, de quince, de veinte, y ahora viene Lopérfido y nos pide 3000 caracteres, y para colmo con espacios. Un garrón, la vida es así. No perdamos más tiempo y vayamos a las objeciones, dale, que queda poco tiempo, tu tiempo, que vale. Un poco menos que el centímetro cuadrado en la Revista Inrockuptibles, pero vale. Vayamos a las objeciones; a lo “interesante” lo dejamos para otra vuelta, siempre hay otra vuelta, somos jóvenes, nos gusta el Toddy.


1) “El realismo está entendido en los términos planteados por la “nueva narrativa argentina”: pocas acciones, poco estilo, poca intensidad y poco sexo”.


Esta parte está buena. Lástima lo de la intensidad, que se hace un poco abstracto. ¿La “nueva narrativa argentina” tiene pocas acciones, poco estilo y poco sexo? ¿Tiene mucha política? Yo más bien le veo muchas acciones, bastante sexo y poca política. Pero bueno, son impresiones, porque primero tendríamos que saber de qué estamos hablando. Sobre el estilo no, mejor no hablemos, dejémoselo a los puristas de torre de marfil, a los marxianos de Marte, a los chicos obedientes de la carrera de letras. Nosotros seamos plebeyos. Siempre.


2) “Vanoli usa elementos futuristas o fantásticos para aderezar el realismo anterior y no para superarlo”


Estoy de acuerdo, siempre y cuando definamos que sería “aderezo” y que sería “superación”. ¿Superación será el estilo? ¿Se pensará que “singularizando” el estilo se “singulariza” el pensamiento sobre lo social? Esa idea me gusta, la verdad. Anoto, brother, acá estamos para aprender colectivamente, ¿la web no era eso? ¿Ah no? Bueno, no importa. Aunque supongo que los campeones del determinismo económico no pensarán que un estilo “singular” –me suena medio arbitrario el concepto, pero sigamos- de por sí produce un pensamiento singular sobre lo social, eso seguro que no. Si es así retrocedemos diez casilleros, mil. Primero porque estilo no va separado del resto –el uso de estilo como coartada empieza a sonarme como una especie de peaje elitista, pero sigamos-, y segundo porque alguna vez el reseñista acusó (con algo de razón) a una escritora de no promover la revolución en sus escritos. ¿El estilo promueve la revolución? Esperá que me río un rato, con la risita alienada de un comentarista de blogs. Me suena que estás leyendo desde una perspectiva modernista regresiva.


3) “La tercera, que no encara de frente las escenas de abyección o violencia, sino que las liquida con un par de frases elípticas”


Muchas lecturas que recibí me agradecían esa “elusión de la abyección y la violencia”, pero yo estoy más a favor de esta posición. Emocionalmente me gusta más que se reclame abyección en la escritura (algo así hay en el tercer cuento y no son un par de frases, pero no importa, ¡son 3000 caracteres!, y además la reseña se paga poco, mala leche seguro no es). Racionalmente, diría que la idea de competir con las pornonarraciones domésticas es un poco banal desde Lamborghini hasta acá. Pero igual es para pensar, ¿qué estamos haciendo sino?


Hay dos frases del final, porque ya me estoy cansando y voy como 20 minutos escribiendo. Una dice que la “crítica” hecha por Damiancito referida a que se escribe sobre subjetividades post 2001 puede parecer descolocada. ¡Nada que ver! Es re ubicada, híper colocada, como toda la reseña. Al menos ahí hay una hipótesis de lectura sobre la supuesta “singularidad” del libro, pero se acababa el espacio, brother, la vida no es fácil y vivir de la literatura menos.


La otra expresa el desprecio de todo chico de letras hacia los estudiantes de sociales, un desprecio que incluso logra que muchos estudiantes de sociales posen de chicos de letras. La disyuntiva, a mí, me produce ternura, aunque es cierto que hay sensibilidades y tradiciones. Muchos de mis escritores favoritos de mi generación son de letras –no así los críticos-. Selci dice: “lo que se termina imponiendo es el repertorio que dejó la sociología de las últimas décadas”. Tampoco me resulta claro qué habrá leído Damiancito de sociología, todo me hace pensar que poco y ningún clásico salvo su amado Marx, pero a esa última frase yo la leo como un elogio desmesurado, solitario y final.


Así que, como digo siempre, gracias por leer y nos estamos viendo!


acá, links a cuatro lecturas inteligentes



domingo, 16 de mayo de 2010

Conversación en la Catedral




Josefina Ludmer:
Perdón, quiero aclararte que no es la estetización de lo político: es que la literatura se estetiza porque es de minorías, lo político no entraba en mi consideración. O sea: cuanto menos gente te lee, más estético aparece. Hay un efecto de esteticidad en todo lo que sea minoritario. Si querés podés ponerlo en paralelo con lo político, pero lo puse como una estetización de escrituras minoritarias por el hecho de ser minoritaria y de oponerse a las escrituras de circulación masiva. En el cine se ve tan clara: una cosa es el cine de Malba y del Bafici y otra cosa es el cine de los grandes cines, el de El secreto de sus ojos. Ahí hay dos modos totalmente distintos de público, de estetización, de género. En la literatura también pasa eso. Entonces, ¿ponemos a Varadero y Habana Maravillosa en literatura del Malba [Risas] por el hecho de ser minoritario? Esa sería una pregunta.

...

Hernán Vanoli: Lo que veo es que cada vez hay una mayor dificultad para establecer el criterio de valor. Eso es algo que está pasando y que tiene que ver con la desdiferenciación y la democratización de las instancias de escritura. Después, si uno se pone a discutir sobre política cultural, puede pensar sobre esos criterios de valor. ¿Tiene que haber? ¿No tiene que haber? ¿Cómo hacemos para que todos puedan ser críticos? ¿Nos interesa que todos sean críticos? Toda una serie de preguntas. Lo que observo, con un poco de estupor y con un poco de optimismo, es que esa jerarquía y ese criterio de valor se van derrumbando de a poco. En ese sentido soy optimista porque pienso que puede llevar a algo más interesante que lo que está pasando ahora. Hay una multiplicación de instancias: antes aparecer en un medio o ser leído en algún lugar era una credencial de legitimación. Ahora uno encuentra cosas perdidas en algunos lugares que producen cosas más interesantes. Me parece que la tensión está entre esa desdiferenciación y en la posibilidad de fundar nuevos criterios de valor.

...

Josefina Ludmer: Como para introducir me voy a referir al libro de Hernán Vanoli, que me gustó mucho. Voy a dar las razones por las cuales me gustó, creo que a partir de esto se puede generar un diálogo.

El primer rasgo que aprecio enormemente en la escritura de Hernán es que no hay ninguna marca literaria, ningún signo en la lengua misma de que eso es literatura. Toda una toma de posición, que comparto totalmente. Ese aligeramiento completo de cualquier remisión o cualquier forma de decir “esto es literatura”. No hay adjetivos (no hay ni un adjetivo: recorrí todo el texto buscándolos), no hay ninguna imagen ni metáfora, nada de lo que se conoce como densidad verbal y que para algunos define la literatura. Ni un signo de esto. Una lengua totalmente transparente, directa, visual, que no se detiene nunca, no hay ningún elemento ni acontecimiento que pueda detener una lengua que va hacia adelante en una especie de crónica de un presente puro.

Una lengua que va contando: viene esto, después viene esto, pasó esto, después pasó aquello, en una especie de temporalidad indeterminada. No se sabe exactamente cuándo estamos porque hay signos por todos lados, los días pasan y las acciones se suceden. Es el molde que sostiene estos textos y que me gusta porque, precisamente, elude toda marca de literaria.

La lengua también está en una especie de extrañamiento. A pesar de que la lengua es transparente y avanza serialmente en un tiempo que tiene principio y fin, nunca hay futuro. Insisto: podría pensarse que lo literario está en el clima, aunque es un clima enrarecido, misterioso. Con elementos, por ejemplo, como que toda la comunidad está apestada o que se venden excursiones a universitarios extranjeros. Una cosa muy extraña, enrarecida con algún punto -bien nítido para mi percepción- de terror: hay un elemento terrorífico que aparece lateralmente y que le da a los textos un clima específico. Ese elemento de terror lo relaciono con una imagen que se repite y que es “el sin ojos”: el cadáver sin ojo, el oso sin ojo, el osito sin ojo, la madre sin ojo. Esa imagen insiste y tiende a ese enrarecimiento que podría ser -y tendríamos que discutir- la marca literaria; aunque esa no sería una marca puramente literaria porque también hay clima sobre todo en el cine y en todas las prácticas no literarias.

El otro elemento que quiero marcar es que se trata siempre de una persona, una voz que está contando y que es una vos familiar. Un sujeto de familia, en el sentido que es un hermano o un hijo o un sujeto de una comunidad pequeña, pero en general es familiar y quiero marcar esto para introducir la lectura política, porque la familia que aparece como centro narrativo es el grado cero de la sociedad. Es, entonces, como una sociedad sin sociedad. Eso me interesó mucho en estos textos.

Finalmente quiero marcar que el libro tiene algo muy… no diría argentino: diría latinoamericano. Hay un clima de represión; por momentos hay un clima de miseria, de marginación. Hay signos como el viaje a Cuba, pero que están totalmente dados vuelta en el sentido político: el viaje a Cuba es para tener experiencias sexuales y no políticas. Por ahí se entra a un elemento que hace a lo que yo llamaría la marca latinoamericana. No marcas literarias y sí marcas latinoamericanas: los turistas que vienen a filmar documentales de la miseria. Ese tipo de marcas están en casi todos los textos que hacen de este libro un extraño acontecimiento y uno muy muy apreciable.

Nicolás Mavrakis: Yo no sabía de la lectura de Josefina, pero leí cosas parecidas. Preferí marcar este desligamiento de lo que Josefina llama literario en el hecho concreto de que Hernán es sociólogo y tiene muchas inquietudes e ideas políticas fuertes y tiene cierta idea y militancia concreta. Es un sociólogo que escribe: no es sólo un escritor, sino que es un sociólogo que quiere hacer escritura en base a ideas casi siempre muy políticas. El no politiza tanto una escritura sino que hace escritura de política: ahí hay un juego interesante, tengo la impresión de que él siempre tiene una idea detrás. Al igual que Josefina yo también leía este futuro impreciso. El género de los cuentos sería ciencia ficción, pero es una ciencia ficción turbia, donde no hay marcas de lo que se podría llamar un imaginario técnico, elementos más reconocibles de la ciencia ficción.

Está ensamblado como si hubiese algo más de fondo, algo que no es ni siquiera realmente literario. Un ejemplo es precisamente el cuento que se iba a Cuba, donde el sexo aparece como algo saturado. Yo lo llamaba “saturado” porque la idea que puede recorrer a todos los cuentos es que hay un problema con la experiencia, hay una complicación que tienen los personajes para vivir experiencias, sobre todo colectivas. Algo que plantea el libro es de qué manera se construyen las relaciones colectivas: entre obreros que enfrentan una huelga, entre empleados que enfrentan una intoxicación medio confusa, entre la familia que viaja y sus integrantes. Están ahí, pero a la vez se van desperdigando y cada uno vive sus propias experiencias. El sexo se vuelve clave porque es un sexo muy mecanizado, saturado. Es un sexo donde participan elementos de sadomasoquismo, videocámaras, objetos distintos, está todo lo que sería un sex shop. No tienen forma de sentir el sexo a menos que no sea de esta manera recargada, saturada. Entonces, la pregunta podría ser: ¿cómo se tratan las relaciones entre los integrantes cuando no hay posibilidad de construir una relación social, una cuestión colectiva? El sexo funciona como parte de algo más.

Yo creo que este ambiente futurista es apocalíptico justamente porque surgen cuestiones que impiden que se formulen lazos colectivos. De alguna manera eso siempre está frustrado por una cuestión política que nunca se determina, por una cuestión biológica, por una cuestión económica. Una de las preguntas que plantea es: sobre qué está hablando Vanoli. ¿Cómo se producen las reuniones colectivas? ¿En base a qué? ¿Con qué elementos? ¿Qué es aquello que antes nos unía y ahora no? Preguntarse por los lazos colectivos es, me parece, preguntarse por la política.

Y vuelvo al Vanoli sociólogo. Porque el Vanoli sociólogo está siempre muy preocupado y ocupado en la política. ¿Que sería, entonces, la política? En los cuentos termina siendo una pregunta global que vuelve a este sexo saturado, a esta necesidad de viajar, que no puede haber relación, no puede haber disfrute si no es por intermedio del dinero que te compro un viaje, por los objetos que saturan el sexo y los turistas que vienen a ver un poco de qué se trata esa planta obrera -y que sólo lo logran a través de una relación muy concretamente comercial con los que los hospedan-.

Vanoli se pregunta cuáles son las plataformas. En ese sentido vuelvo a la política. Vanoli es de los escritores argentinos jóvenes más publicados que está hablando de este tema, de esta densidad que hay -o no- con respecto a lo político. [Ilegible] Esa es una rama en la cual se ha ocupado mucha literatura, buena y mala. Después, también, más mala que buena, se ha hecho este análisis de la política sobre los ‘90 donde funcionan como un “polo”, un hecho maldito desgarrador de la sociedad neoliberal que desvinculó y destrozó todo lazo colectivo. Yo he tratado de hacer con Vanoli un paralelo que no me parece desubicado, justamente porque lo tomo como un sociólogo que dice algo más. El está hablando de cuestiones saturadas: si tuviera que pensar en política y saturación, bueno esta es una época concreta donde los discursos políticos parecen saturados de cosas.

En el libro el sexo es un sexo que necesita saturarse de cosas para creerse que es real. Tal vez vivimos en una época donde la política necesita saturarse de cosas para pensar que es real. En este sentido me parece que Vanoli está leyendo la política actual, contemporánea, que es la década kirchnerista, donde sin duda -llámenlo crispación o llámenlo como quieran- hay una saturación de elementos diversos que tratan de construir un colectivo. Y fracasa o triunfa en distintas medidas…

miércoles, 5 de mayo de 2010

Algunas de las cosas que se trataron anteayer


* Ha cambiado, sobre todo, el sentido de circulación porque, cada vez más, la web y la recepción que un libro tiene en estos nuevos espacios se vuelven a la hora de construir su recepción literaria más determinantes que el espacio en una vidriera o una cierta cantidad de reseñas aseguradas en un suplemento cultural convencional. ¿Esto es mérito de las nuevas tecnologías? ¿O es un demérito de la autonomía como era entendida hasta ahora? Probablemente un poco de las dos.

* Las editoriales, por supuesto, saben que esto está pasando. Y a veces saben cómo acomodarse a las circunstancias. Cuando yo reseñaba libros con un pseudónimo en un blog con visitas, digamos, del “nicho literario”, las editoriales independientes y también las grandes comenzaron a enviar sus libros. Lo hacían por interés, es decir, como acciones de marketing. Cada vez hubo más páginas web donde podían leerse trabajos interesantes sobre libros y editoriales que no tenían otros espacios disponibles. A la vez, también comenzó a ocurrir —y hoy casi es siempre así— que las editoriales más grandes cooptaban estos nuevos espacios, que habían comenzado con ese espíritu “reformista” o “postautónomo”, y que terminaban volviéndose una vidriera más. A mi no me molesta el término vidriera ni estoy en contra del Mercado. Sí estoy en contra de prácticas de mercado proteccionistas, monopólicas. Porque entonces, sin ningún criterio excepto el de la genuflexión y el maravillamiento ante las acciones más tradicionales de marketing, el espíritu decae y se apaga.

Texto del joven crítico Nicolás Mavrakis a propósito del convité de ayer, subido en www.amphibia.com. La continuación, donde se hace una apreciación poco afortunada sobre el populismo de vanguardia, acá.



miércoles, 20 de enero de 2010

YO TENIA UNA LIBRETITA ROJA DONDE ANOTABA TODO PERO CUANDO PENSABA EN VOS ESO NO LO ANOTABA





Hace un tiempo estuve en Venezuela. Nadie usaba camisetas de fútbol. En Villa Gesell, el Caballito de la Costa Atlántica, la gente de las provincias sí que usaba camisetas. De Central, de Newell’s, de Godoy Cruz. La gente de Capital usaba menos camisetas de fútbol, salvo los niños, que también las usaban para ir a comer afuera. Las camisetas de fútbol son la ropa de fiesta de los niños. En Venezuela algunos billetes tenían delfines. Había muchas motos y había pánico a los motochorros, aunque no les decían así. Les decían de otra manera. En Villa Gesell había muchos negocios, todos sueltos en la avenida tres que es la principal, uno al lado del otro. Vos no estabas conmigo en Venezuela. Ahí los empresarios tenían miedo de que el gobierno se hiciera partícipe en las ganancias de sus empresas. En Villa Gesell los empresarios no tenían ese miedo. En Caracas los negocios estaban todos juntos pero en shoppings. Me acuerdo de un shopping de Quito que se llamaba Quicentro, y de otro que se llamaba El Rodeo. En El Rodeo no había ropa de marca entonces la persona que estaba conmigo quiso volver a Quicentro que sí había ropa de marca. A todos en Venezuela también les gustaban los shoppings. Y el béisbol. O por lo menos a todos los que conocí. En Villa Gesell hay un café que se llama Cachavacha. Es un café muy antiguo de Villa Gesell pero para mí fue trasplantado desde Caballito. Antes Villa Gesell era diferente. Era más parecido a Liniers que a Caballito pero todas las cosas cambian y Villa Gesell también cambió. Ahora se parece a Caballito pero más federal. Venezuela era un país capitalista y cambió. Más o menos. Nadie entendía bien eso del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Me contaron que nuestra presidenta le preguntó al presidente de Venezuela como era el socialismo del siglo XXI y cuando el presidente de Venezuela le explicó como era ella se empezó a reir. Se largó a reir.


Nadie juega al béisbol en Villa Gesell. Caracas está iluminada por lamparitas cubanas de bajo consumo. En Caracas hubo atentados a la embajada de Cuba. Hubo gente que se trepó a los techos y de ahí saltó a los pilotes de cemento y cortó los tirantes para que los cubanos de la embajada no tuviesen más electricidad. A esto me lo contó un taxista. Otro taxista me contó que el hermano de Chávez era un patasucia y ahora es millonario. En Venezuela todos hablaban de Chávez y en Villa Gesell nadie hablaba de Chávez. La persona que estaba conmigo dijo que Chávez era una estrella de rock. En Quito sí hablaban de Chávez, más que en Villa Gesell. Hablaban del socialismo del siglo XXI. Un chico caraqueño me dijo que todo estaba muy caro así que ahora iba a ir a comprarse ropa a Miami. O por Internet. En Venezuela había edificios que antes pertenecían a empresas como Procter & Gamble me parece y ahora tenían un cartel que decía PATRIA O MUERTE VENCEREMOS. También había helicópteros rusos. Muchos. Todos en fila, en el medio de la ciudad. Con unas aspas enormes, varados en un aeropuerto que antes era un aeropuerto privado. Eran unos helicópteros hermosos. Parecían morsas rusas.




En Villa Gesell abrieron un McDonalds. Le dije a mi hermano que ese McDonalds era un monumento al triunfo cultural de la democracia de mercado en las mentes del progresismo blanco y mi hermano me dio la razón. La gente miraba como se construía el Mcdonalds y era el espectáculo mejor rankeado de la avenida tres. Mi hermano me explicó que casi todos los McDonalds vienen prefabricados como la comida que venden y esa simetría me resultó agradable. Vos antes ibas a McDonalds pero ahora no vas mas. No se trata de una cuestión estética sino más bien geográfica y un poco ideológica. Pero no tanto. La ideología es un mar sin espuma. Redondo como un culo en bikini. En Venezuela yo trabajaba en una oficina que también era un depósito de impresoras y mientras trabajaba y transpiraba pensaba que todo eso era una metáfora de mi vida. Eran impresoras con tóner y estaban quemadas o algo así. Eran las mismas impresoras que había en la oficina donde yo trabajaba mientras cursaba mis estudios. Pero muchas más y todas apiladas. Vos sí que estabas en Villa Gesell y a la vuelta en algún momento nos tratamos con brutalidad. Más que nada yo que cuando me pongo de la gorra siento que una mecha de taladro me pasa entre los ojos y las orejas, longitudinalmente. Después nos hicimos promesas y tomamos vino. También tomamos Fernet. Y más vino. En Caracas no estabas y en Villa Gesell sí. Te hice un chiste y no se si te gustó porque no escuché tu respuesta. Mejor. No me gusta pelearme en la calle si es de noche. Una vez con mis amigos estábamos borrachos y nos tiramos botellas de cerveza en la calle y un vecino salió de la ventana a quejarse por el ruido. Me dio vergüenza porque no se quejaba del ruido de las botellas sino de nuestras discusiones. Después vino un patrullero pero no nos hizo nada. Eso fue hace dos años creo.


En Quito casi choco con el auto. No iba a ser la primera vez que me pasaba pero esta vez no manejaba yo. Manejaba una mujer muy graciosa que nos daba gracia como hablaba. Era una mujer valiente. Tenía sus hijos en Estados Unidos y también se compraba la ropa en Miami. Es mucho más barata. Según la persona que estaba conmigo esa mujer hablaba mal porque interponía palabras indias y palabras en inglés en su discurso. Me hubiera gustado que esa mujer fuese mi tía abuela pero no era. Cuando nos despedimos nos dimos un abrazo. Fue un buen abrazo. Hubiera estado bueno dejarle algún moretón pero no pude. En el cuello. En vez de un moretón le devolví un celular y ella se fue en su auto por la autopista hasta el fin de la montaña. Caracas también está rodeada de montañas. En el depósito de impresoras láser y oficina donde yo trabajaba había dos televisores encendidos todo el tiempo. Uno tenía un canal venezolano y otro tenía un canal argentino. A veces yo estaba con la vista fija en mi computadora y se mezclaban las voces y si para colmo hacía videoconferencia era un lío. Entonces salía a fumar un cigarrillo y pensaba en vos de una manera leve como esas nubes que le pasaban la franela a la autopista. Hablé con una mujer con dos chicos chiquitos que había sido secuestrada. También hablé con una mujer que lloraba cuando iba a el supermercado y la imagen me resulto súper poética. Nunca vi a nadie llorar en un supermercado. La persona que estaba conmigo también flasheó con esa mujer del llanto. Era muy histriónica. La madre secuestrada era disc jockey. Entramos en su myspace y hacía música con sonido de películas porno. Después me olvidé su dirección. En la tele estaban Chávez y Biolcatti que es un empresario rural de mi país. Me hubiera gustado hacer música con sus voces y con una película porno pero tenía mucho trabajo. En Villa Gesell dormíamos juntos pero a diferente altura y era como dormir solos pero custodiados el uno por el otro. Leíamos mucho. A mí no me gustaba nada de lo que leía y a vos no te gustaba que a mí no me gustara nada. Entonces yo me iba a correr por la orilla y vos me retabas porque había mucho sol y también porque no me gustaba lo que leía. Para evitar el conflicto yo te decía que algo me había gustado pero era mentira. Hasta que leí algo que me gustaba donde había un chabón que estaba enamorado de una vecina pero no podía evitar hacerla sufrir por tímido y además su hermana era re trola y también le gustaba un poco y a mí también me gustaba su hermana más que nada el hecho de que fuera una mujer fuerte que soportaba los golpes de su concubino y le daba plata. Pero después lo abandonó.




En Quito un argentino me dijo que Brasil estaba muy bien y yo le dije que Brasil era una mierda. El argentino me despreció aunque ahora no estoy muy seguro de lo que le dije. Yo estaba borracho y él era un infeliz. Lo de Brasil lo dije porque estaba de mal humor pero es bastante verdad. Estaba de mal humor porque había perdido en la ruleta y en el blackjack. Había empezado ganando muchos dólares y después lo perdí todo y la moza (o quizás debería decir la camarera) ya no me traía más destornilladores ni me regalaba cigarrillos. Después jugué a las tragamonedas pero son mucho más complejas de lo que parecen así que me fui a dormir. La persona que estaba conmigo estaba enferma. Al otro día en una pantalla Chávez abrazaba a su hija. En la otra pantalla, un periodista argentino de corbata velaba por la vida de Sandro. Salí a fumar a la terracita y recé por Sandro. Recé un ángel de la guarda mirando una cruz enorme encendida de bombitas cubanas de bajo consumo que había en la punta de una montaña pero ahora que lo pienso no se si rezar el ángel de la guarda sirve para otra persona. Ignoro la naturaleza de la división del trabajo entre ángeles de la guarda. Vos estabas en la computadora pero no andaba bien la conexión. En Venezuela todos tenían Blackberries y yo quise comprarme una pero al final no me la compré. Una mujer me contó que hacía joyas de cobre cubiertas en plata. Estaba gorda pero hablaba lindo, parecido a los jugadores de fútbol. Hace poco había aprendido a incrustar piedras y me mostró unos collares muy extraños. Me gustaban pero yo tenía una sensación fea porque habíamos estado hablando del desabastecimiento y ella quería matar al presidente. Entonces no le compré. Además yo ahorraba para una Blackberry que tampoco me compré. Me gustaría tener una Blackberry y hablar como un venezolano. Me gustaría ser jugador de fútbol. Me gustaría alguna vez matar un presidente.


Aruba queda cerca de Caracas y yo quería estar con vos pero me dio miedo de que a vos te dieran ganas de ir a Aruba. Aruba me hace pensar en el Cholo Simeone y después la ventanita Cholo se minimiza y sólo queda una remera de algodón barato que dice Aruba y me da mucho calor pero me siento obligado a usar porque dice Aruba. También me hace pensar en la agencia de recaudación estatal. Yo tenía una libretita roja donde anotaba todo pero cuando pensaba en vos a eso no lo anotaba. En Quito robé cosas y ahora me arrepiento. Eran cosas, libros para regalarte pero me los olvidé en un avión. Igual no eran muy buenos eran solamente caros y creo que los robé por eso. También robe una cajita de maquillaje pero después vos me dijiste que el maquillaje podía ser tóxico y me acordé de una novela de Paulo Coelho donde también decía algo así. En Villa Gesell nunca robé nada. No me gusta robar en vacaciones y además una vez me robaron a mí en Villa Gesell. A mano armada y fue muy feo en el momento, ahora no tanto y ni siquiera estoy seguro de que el hippie-chorro tuviera un arma. Pero yo era chico y tuve miedo, bastante. En lo personal prefiero robar durante el ciclo lectivo y creo que todos deberían robar. Alguna cosita pero un poco más coordinadamente, además Facebook ayuda. Siento que abrirme un Facebook y mostrar civilizadamente lo que robo durante el ciclo lectivo me haría sentir menos brutal. Aunque tu intención no fue elogiosa brutal es una palabra que me gusta porque la dijiste vos. A mí jamás se me hubiera ocurrido.