Levántate y anda

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jueves, 2 de abril de 2009

Basta de Alfonsín



Cansa, una vez más, refrescarse con el abanico del progresismo bloggeril interpretando, evocando y hasta burlándose infantilmente una y otra vez de un tipo que no merece otra cosa que el respeto circunspecto y un poco amargado con la que la historia futbolística nacional va a despedir a Roberto Fabián Ayala y al Kun Agüero.


Alfonsín fue a la Argentina lo mismo que Roberto Ayala fue y el Kun Agüero será para la selección nacional: el espejo donde una generación perdida traviste su fracaso. Como el Kun, Alfonsín cifró esperanzas que jamás pudo realizar, estuvo casi 20 años en la política de regalo -del 89 en adelante- y, la verdad, hizo casi todo mal: gobernó mal, confrontó mal, fue un mal caudillo, un mal estadista, enjuició mal a las juntas, arruinó a su partido, fue un mal radical y un mal peronista al mismo tiempo (aunque, digamos la verdad, y a diferencia del Kun, Alfonso sí que salió campeón). Al igual que Ayala, Alfonsín falló cuando tuvo que responder y se retiró de la selección con una goleada dolorosísima frente a Brasil y en una final. Como el Kun y como Ayala, Alfonsín cumplió. Eso sí. No fue un irresponsable, y eso es lo que la "sociedad argentina" le agradece. Porque eso es lo que la "sociedad argentina" le pide a Néstor: que no sea irresponsable. Las loas a Alfonsín son una advertencia soterrada para que la casa esté en orden.


Reconciliarse con Alfonsín, ahora, obviando, es verdad, todos los conflictos y tensiones que involucró su gobierno, sólo porque fue un buen tipo, un personaje honesto o un compañero leal -y parece que Alfonsín fue todas estas cosas, según mi viejo, que todavía usa su mismo bigote- tiene el patetismo invertido de aquellos que condenaban y siguen condenando moralmente al menemismo por una grasitud estética de la que Palermo es la continuación por otros medios. Y, también, prepara unas condiciones eunciativas para un nuevo discurso higienista sobre la política que forma parte del antiguo corazón narrativo de la UCR. Porque ni con la honestidad ni con la democracia se come ni se educa ni una mierda. Alfonsín va directo a convertirse en el Tanguito de los Santaolallas de hoy.


Al igual que Blumberg, Alfonsín lloró a un hijo perdido: la república liberal. No es casual que Blumberg haya estado hoy rindiéndole pleitesía. Blumberg y Alfonsín son los dos hemisferios cerebrales esquizoides de la clase a la que pertenezco. Ninguno puede estar a la derecha o a la izquierda de esa clase, porque ambos la conforman. Las diferencias entre ambos son tan abismales que ni siquiera hace falta mencionarlas. Por eso, el funeral de Blumberg va a gozar de la indiferencia glacial que el de Alfonsín hubiera merecido. Respeto, voces bajas y silencio. Nada más. La trayectoria política y el fracaso histórico de un tipo, una generación y un partido que no estuvieron a la altura de las circunstancias mercen eso.


miércoles, 4 de febrero de 2009

Supercool

La película también fue llamada Superbad, y está entre lo mejor que vi el año pasado. Es una reflexión sórdida y desencantada sobre la amistad masculina y el tránsito a la madurez. El final, o el pre-final, digamos, antes del moñito de género, es conmovedor. En un contexto político bien Bush. Uno de los policías, de hecho, es una parodia con algunos momentos gloriosos que cifra la biografía del texano.
El gordo de la foto, Jonah Hill, hizo otra película de género con muchísimos puntos en contacto con Supercool, algunos años antes. El título no interesa, lo importante es el argumento: otra vez, Jonah hace de alumno que fracasa en entrar a una prestigiosa universidad norteamericana y por eso decide fundar, con otros losers, una universidad paralela donde pueden entrar todos. Una suerte de UBA, salvando las distancias, que termina transformándose en una parábola sobre la relación entre blogs y discurso sociológico, que es el único discurso que interesa. La universidad de los freaks está construida sobre los restos de un hospital psiquiátrico: de la normalización disciplinaria a la post-disciplina incubada por las redes sociales. Es una película que se encuentra absolutamente a la izquierda del género, y por eso encarna todas sus contradicciones. De hecho, no hay protagonistas femeninas.
En esta película, Jonah Hill, está todavía más gordo que en Supercool. Realmente, linda con la deformidad. En ambas, demuestra que es un actor del carajo. Para mí, Hill es el James Dean de la era Cumbio. En la foto, transporta dos bidones de gasolina. A diferencia de su amigo bueno y educado, el "pibe común" tierno que carga con su amigo gordo como un lastre de turismo carretera, Jonah quiere quemarlos a todos.

Todo esto venía un poco a cuento de las gratas respuestas que encontré en la entrevista de Matías Fernandez a Pola Oloixarac, y de su voluntad, un poco tímida, de salir a cruzar algunas lecturas de la novela que anduvieron circulando.

Me parece que cuando uno escribe un libro entra a competir con un montón de bienes culturales. Está buenísimo, yo me lo tomo con mucha humildad, porque quiero seducir al lector, quiero atraparlo, esa persona me va a dedicar horas y yo no tengo nada. Lo único que puedo hacer es poner es una palabra atrás de la otra. Me parece una situación terrible y demanda matarse para poder generar algo que tiene que mantenerse en términos de entretenimiento. Después pueden ocurrir un montón de cosas, en todo tipo de niveles y la cuestión sería poder construir un aparato lo suficientemente cómico para poder patinar la comedia y que al mismo tiempo, según tus propias lecturas, puedas captar ciertas relaciones y otras no. Hay gente que lee y piensa que la novela se trata de una chica que va a la facultad y el trasfondo político ni lo ven.



sábado, 24 de enero de 2009

Diabolik, la líbido, la política




Hace unos días, fuimos a ver Diabolik, una película de Bava basada en el comic de unas viejitas italianas sobre un superhéroe terrorista. Más allá de los freaks cinéfilos que se reían cuando las cosas no causaban gracia, la película tuvo un final maravilloso.

Diabolik vivía en una caverna subterránea con su novia, una rubia hermosa interpretada por Marisa Mell. Al principio, después de robar 10 millones de dólares, terminan enfiestándose cubiertos de esos billetes.
En el medio, nos damos cuenta de que el drama de Diabolik es que, siendo un trotskista de alma que busca demoler el sistema a través de una escalada de conflictos desencadenada por sus cada vez más arriesgados golpes que incluso llegan a poner en riesgo el sistema bancario, no puede evitar que su amada sea igual a la su enemigo - némesis, el mafioso. A golpe de vista, las dos rubias parecen mellizas, y la arrebatada estupidez de la segunda no puede opacar la estupidez maciza y militante de la primera. Diabolik lo sabe, y por eso necesita seguir con su revolución permanente, que además de los objetivos a largo plazo le permite arriesgar la vida de su chica porque en el fondo quiere verla muerta.

Diabolik sabe que hasta que su chica no muera el sabotaje al sistema no va a pasar de pantomima para los medios. Diabolik sospecha que, para triunfar, necesita no sólo una mártir, sino la abolición del deseo. Eso completaría su parábola como un verdadero superhéroe terrorista, disciplinado y ascético, no como los putos de siempre que necesitan ubicar el deseo en un ideal de femineidad burguesa al mismo tiempo impoluta e inalcanzable, tiñendo la tragedia política en clave melodramática.

En uno de los golpes, donde va a robar un collar de esmeraldas para regalarle por su cumpleaños, su soldada incluso tiene que disfrazarse de puta.

Pero volvamos a la escena de los billetes. Hay una cama gigante y giratoria, cubierta de dólares. Los dólares empiezan a moverse y desde abajo, enterrados en guita, surgen Diabolik y su soldada, en bolas. Esta escena cifra el final de la película. Lo que pasa durante la hora y pico que las separa es un remolino de colores idéntico al de la presentación de los créditos, y un muestrario de lo idénticos que son Diabolik y el mafioso. Es una película moral, donde el policía no es corrupto porque se sabe, la única razón que existe es la razón de estado.

En algún momento, Bava dijo que de sí mismo que no era director sino fotógrafo. En la escena final, Diabolik volvió a robar, esta vez un vagón de tren lleno de oro macizo. Pero la policía, que va tecnificando y por eso mejorando sus dispositivos de espionaje, lo descubre e ingresa en la caverna - refugio de amor de Diabolik. Nótese: Diabolik, viejo topo, vive debajo del agua. El mafioso, en cambio, se la pasa sobre el agua (en un avión) o entre el agua (en un barco). Diabolik es monógamo, el mafioso es polígamo. No vamos a extendernos sobre la cualidad acuosa de esa palabrita llamada ideología: hace demasiado calor. Pero sí vale la pena adelantarnos al final de la película. Diabolik tiene puesto un traje con el cual, según sus palabras, "podría atravesar el sol". Lo que ocurre es que, rodeado por la policía, el perfeccionista Diabolik olvida en funcionamiento el mecanismo a través del cual deseaba fundir (racionalizar, segmentar) ese oro nuevamente en lingotes. El mecanismo estalla y Diabolik termina sepultado por una suerte de lava de oro fundido.

Corte.

La policía y la prensa están reunidas en el refugio de Diabolik. Al fin lograron atraparlo, porque el superhéroe terrorista quedó hecho una estatua, abrazado, abrasado por el oro fundido. Su espalda muestra un extraño movimiento, los bordes del oro en contacto con el resto de su cuerpo parecen las congeladas olas de un mar centelleante. Cuando termina la función de prensa en el museo de la guerrilla derrotada, el ejército de dos personas donde el único soldado es además ama de casa, todos se retiran, las luces ceden y el paisaje se muestra desierto y melancólico.
En las sombras, hay un plano de la estatua de oro. Consciente de que su tragedia era irresoluble, Diabolik decide inmolarse. Ese olvido no fue casual. No puede sacrificar a su novia, y si no la sacrifica todo lo que hace va a ser en vano.

Entonces, una figura avanza hacia el Diabolik - monumento rosarino. Es su novia. Lo confirmamos cuando se levanta el glamoroso velo que cubre sus ojos dibujados en ese maquillaje tan pre cola-less.
En la derrota, los cuerpos están separados por la solidez del oro bruto, bruñido. Hubo política real, más allá de la pantomima: los cuerpos se reacomodaron. Ella llora y acaricia el cuerpo cubierto en oro de Diabolik. Sabemos que no sólo ya no van a poder revolcarse en billetes, sino que él parece muerto, o mejor dicho congelado en el movimiento de la historia. Acá empieza a tallar la moral: el afán de oro lo dejó ahí, preso en su jaula de hierro. Ella, su soldada, sigue llorando en la penumbra.
De repente, vuelven las luces. Nos enteramos de que, para colmo de males, el comisario tendió una nueva trampa para atraparla. Quiere llevársela. Todo mal: aquella a quien Diabolik quería proteger va a terminar presa. Asumiendo la derrota, la rubia le pide al comisario unos segundos de despedida con Diabolik.

Y, entonces, lo vemos.
Diabolik está vivo.
El sueño eterno de la revolución está vivo.
Diabolik guiña un ojo, indicándole a su chica que va a volver. Que aguante.
Diabolik confía en que con ella en la cárcel va a poder hacer la revolución. Algo así como la situación ideal: el amor imposible es una presa política.
¿O nos lo guiña a nosotros?
¿O nos saluda porque consiguió lo que quería, esto es, una especie de eternidad, rodeado de oro, festejado en su propio museo de la derrota, con su novia presa no de la policía sino de la nostalgia?
La película termina ahí.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Hegel tenía razón, y hoy usaría chupines verde botella


Minimalismo: arquitectura industrial y grandes depósitos

Pop art: marketing, supermercados, era del consumo

Arte conceptual: surgimiento del sector terciario y avance de las investigaciones informáticas

Sampling: carriles exclusivos, máquina de Dios