Levántate y anda

martes, 30 de diciembre de 2008

Volquer en mi habitación, a la madrugada


Este fin de año no fue de los mejores para Volquer.
No quiso decirme las razones, pero sus movimientos en la oscuridad del living lo anunciaban.
Cada vez que le preguntaba, la misma respuesta: "es el calentamiento global".
Claro, le decía yo.
Y le pasaba el azúcar para su leche tibia de todas las tardes.
Leche tibia y cigarrillos sin filtro.
Después, se ponía los anteojos y salía. A manejar el taxi. A la ciudad.
Con sus sudaderas de nylon, sus bermudas de fútbol y sus zapatillas Nike compradas en la feria de Solano.
Con esas zapatillas, Volquer mide casi dos metros.
Y, cuando llega ebrio a las seis de la mañana, da miedo.
Eso fue lo que pasó anoche.
Escuché el sonido de las llaves. Desde la calle, escuché el sonido de la reja y después las llaves, que no embocaban. No embocaban.
Desde mi cama, hipnotizado por un sueño de sol y asfalto, con el turbo encendido como el corazón de una tortuga, escuché sus murmullos. Sus puteadas. Hablaba solo. Cantaba una canción de Calamaro. Y puteaba. En voz baja.
Había dolor en sus puteadas. A eso pude adivinarlo desde la cama. Desde detrás del ruido de mi turbo.
Subió la escalera con parsimonia.
Subió la escalera con la cadencia de una babosa dañada por la sal.
Una babosa que de alguna forma resurgió de la sal gruesa en la que estaba enterrada.
Había tomado más de la cuenta. Parecía eso.
Cuando lo vi aparecer en el marco de la puerta supe que algo andaba mal.
Se quedó quieto, apoyado en el marco de la puerta.
A sus espaldas, la luz de la calle. El rumor de los árboles en la calle. El 24, un ronquido de la calle.
Creí que necesitaba plata. Creí que necesitaba cigarrillos.
Plata para comprar leche y entibiarla en el cacharro de mango quemado que tenemos en la cocina.
Pero cantaba una canción de Calamaro. En voz muy baja.
Ahora no estoy seguro de que fuese una canción de Calamaro. Pero me pareció eso.
Le pregunté si necesitaba algo.
Y se tiró encima mío.
No tuve tiempo para pensar los motivos. No pude.
Volquer aprovechó que no tenía puestos los lentes de contacto y empezó a golpearme.
Cada uno de sus brazos era un látigo de carne congelada.
Sentí la sangre tibia en la nariz. Sentí los labios abiertos bolsas de nylon que revientan y dejan caer todo al suelo.
Apenas pude ponerle un rodillazo. En los huevos.
Sentí el ruido de la suela de sus zapatillas aplastando mis anteojos.
Entonces me levantó.
Tenía un aliento fuerte y espeso. No era aliento a alcohol. Era otra cosa.
Aliento a barro.
Quise defenderme. Le rompí la lámpara en la nuca.
Le rompí la lámpara en la nuca y al caminar los vidrios de la bombita se clavaron en la planta de mis pies.
El no sentía nada.
Por lo menos había dejado de cantar.
Terminé rodando por la escalera.
Así como lo leen, rodé por la escalera de mi casa.
Me dolían tanto los labios y las cejas que la caída fue casi un alivio.
Llegar al final fue casi un alivio. Me tuve que arrastrar.
Me arrastré por el suelo mientras escuchaba el portazo de Volquer.
Había decidido dormir en mi habitación.
Supe que no había forma de sacarlo de ahí. Esa noche necesitaba dormir en esa cama.
"Es el calentamiento global".
Mis pies resbalaban en su propia sangre.
Por eso preferí arrastrarme. Me arrastré hasta la heladera.
Una vez frente a la heladera la abrí desde abajo, desde el vértice inferior izquierdo de la puerta. Fue fácil.
Había una sidra abierta. En el estante de abajo había una sidra abierta con el corcho de plástico colocado con suavidad.
Lo saqué con mis dientes y empecé a tomar.
Tomé toda la sidra que quedaba. Me ardían los labios.
No me sentí mejor.

martes, 23 de diciembre de 2008

Sobre Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi


Todavía estoy tocado por el libro de Sonia. El desafío es que uno no puede alejarse de esos textos, y por eso cuesta tanto ponerlos en perspectiva, ordenarlos en la serie literaria, establecer sus filiaciones. Decir, por ejemplo, que Sonia es la cruza perversa entre algunas zonas de la obra de Manuel Puig y las herederas contemporáneas del realismo norteamericano, entre las que cuento a Lorrie Moore y en especial a A.M. Homes, herederas a su vez de la McCullers, de Dorothy Parker y de Flannery O’Connor. Los cuentos que conforman Los domingos son para dormir pueden ser ubicados en ese mapa. Pero se sabe que leerlos desde esos códigos, inscribirlos en las series imaginadas por los lectores cultos, series posibles entre tantas otras, es, también, domesticarlos. Como así también es domesticarlos exponer, al estilo Marianito Grondona, el diagrama de ejes y oposiciones que iba anotando en los márgenes del libro. Igual lo voy a hacer.

La serie perro – gato – peluche, por ejemplo. Todos los cuentos tienen perros, gatos y peluches, peluches o juguetes, y este triple juego, esa línea, emerge en paralelo con otra línea que brilla y se oculta en los cuentos, un relampagueo envolvente, y se corresponde con el sistema de pérdidas y parentescos que se establecen entre lo que sería la naturaleza, la infancia y lo social. Son dos ejes que se potencian por acumulación: lo que se suma es ideología, la ideología que habita al lenguaje. El tercer eslabón de ambas líneas, el que se corresponde por un lado con los peluches y por otro con lo social, está arrebatado de ideología, y el libro es el despliegue de ese crescendo, y de los cruces rizomáticos que pueden llegar a producirse entre ambas líneas. Podría pensarse en un cuadro de doble entrada: el perro en correspondencia con la naturaleza en su fase mítica (lo natural en fraternidad, interrumpida por lo brutal); el gato como refracción de la infancia constituida por la cisma de los roles de género; y, finalmente, el peluche, o el pequeño pony, el pin y pon, como lo social atravesado por la imposible sutura de lo político (particularmente, la hipocresía, el código, o, como dice la contratapa del libro, el prejuicio como mecanismo semioculto del movimiento de las cosas). Ya está, lo tenemos ahí, el cuadrito de doble entrada para una clase de filosofía política, si se quiere. Oposiciones y relaciones que el libro desmonta y rearticula, complejizando, a través de una experiencia de lenguaje que muestra un virtuosismo poco usual. En algún momento, Walsh dijo que los buenos libros sirven para hacernos menos estúpidos, y en ese sentido, Los domingos son para dormir es un precioso instrumento de saber.

Pero hay otras dos cosas que me gustaría resaltar del libro, y que tienen que ver con su densidad social. Son dos puntos cortitos, no se asusten, y mucho menos abstractos. Son los puntos que me interpelan. El primero es que Los domingos son para dormir podría ser pensado como la continuación low fi, micropolítica si se quiere, de la línea de los reventados en la tradición literaria nacional. Algo de Fogwill, algo del Turco Asís parece anidar ahí. Los cuentos parecen decir: no hace falta ser un gran traidor, no hace falta la picaresca ni la forja artliana para ser un reventado porque, a fin de cuentas, esa sensibilidad del reventado nos constituye a todos, forma parte de la identidad de nuestras urbes, particularmente de Buenos Aires. Las pequeñas reventadas del libro, ocultas en la selva urbana, viven y actúan bajo la sombra de ese infierno, con la novedad de que sus voces, al mismo tiempo, escenifican y desmontan la paleta de prejuicios de género que las coacciona y las constituye.

Este primer punto, lo que yo llamaría las reventaditas no con desprecio sino con admiración, porque si hay algo que el libro elude es el desprecio por sus personajes, se vincula con el tema del desarraigo, que vendría a ser el segundo punto. Las reventaditas viven en la frontera: son y no son del campo, son y no son de la ciudad. Justamente, el desarraigo hace que sean y no sean reventadas. La ciudad es un personaje más, la ciudad-selva opuesta al campo-infancia. El desarraigo, la migración a la gran ciudad desde las ciudades de provincia, ese proceso silencioso y silenciado desde principios de siglo en el país accede al régimen de la representación, con sus contradicciones. Ese sustrato social hoy policlasista, que tuvo un fuerte emergente en la reciente pugna entre el gobierno y los sectores agropecuarios, es procesado y analizado en el libro, sin concesiones. Reventaditas. El desarraigo habilita cierta transparencia en los procesos y las contradicciones políticas que configuran un ethos social, y otro de los méritos de Los Domingos es trabajar con los matices de esa experiencia. Por eso, y en nombre del reventadito que hay en mí, tengo que decirle gracias a Sonia por invitarme a decir estas palabras, y gracias a la Editorial Entropía por publicar este hermoso libro.


miércoles, 17 de diciembre de 2008

De como fui al Sheraton con mi futura mujer





Mi descenso a los infiernos comenzó cuando tuve la infeliz idea de tomar un colectivo, puse las monedas en esa máquina precámbrica y preferí ir parado antes que sentarme en esos asientos tan incómodos, viajaba con mi música a todo volumen, escuchaba Babasónicos a todo volumen, después Morrisey, que me fue recomendado por Stany, Morrisey y Babasónicos en el colectivo hasta que el amable chofer me indicó que tenía que bajarme, y yo bajé con esperanza, porque aunque no parezca el comportamiento civilizado del chofer había logrado demostrarme que aún queda gente civilizada en este país, el chofer no sólo me avisó el momento exacto en que tenía que bajarme sino que tenía muchas estampas de la Virgen de Luján en su cabina, una más hermosa que la otra, incluso había imágenes tornasoladas que me resultaron muy simpáticas, de pésimo gusto pero simpáticas, tan simpáticas como las canciones de cumbia que bailamos con mis amigos cuando estamos borrachos, si es que estamos lo suficientemente borrachos como para bailar simpática cumbia aborigen. El chofer tenía el pelo blanco bien cortado, la camisa limpia, los pantalones y los zapatos limpios, no parecía tener una gota de sangre del conourbano, la prueba de esto eran sus inmaculadas medias blancas, y ejercía su trabajo con dignidad, al punto que insultó a una vieja mendiga que trató de cruzar con un semáforo en rojo, no escuché el insulto porque en mis oídos sólo había espacio para el magnífico arte de los Babasónicos, pero comprendí el gesto, un insulto locuaz y bien entendido, de esos insultos que edifican, y no sólo eso sino que el chofer se negó a abrir las puertas a las personas que intentaban detenerlo en zonas irreglamentarias, soportó con estoicismo los insultos banales de esos indios irreglamentarios inmigrantes muertos de hambre que intentaban detener el colectivo donde no correspondía. La apoteosis llegó cuando expulsó a un vendedor ambulante, con tímidas lágrimas de emoción nublando mi vista adiviné como el chofer expulsaba a un individuo de muletas, muy mal vestido y con la innegable expresión del resentido social, posiblemente nacido en el conourbano, que intentaba adueñarse de su coche, un tipo de labios toscos y mirada sanguinolienta, vestido con un par de shorts imitación Adidas y una gastada remera de algodón con la leyenda Torneos Juveniles Bonaerenses, se me pone la piel de gallina de sólo acordarme, el tipo pretendía adueñarse del coche y vendernos sus pastillas sin pagar boleto, pretendía robarnos a través de unas pastillas que no debían respetar la mínima norma de salubridad, unas pastillas de naranja o de limón que tenían muchísimas posibilidades de ser mercadería robada al fabricante, dos por dos pesos, decía, dos por dos pesitos nada más, aproveche, decía, directo de fábrica al consumidor, para regalar o comer en el viaje, dos por dos pesitos. Decidí pausar mi hermosa canción de Babasónicos, por desgracia no puedo recordar qué canción escuchaba pero si recuerdo la sensación de bienestar que me producía esa música, una sensación muy placentera, esa canción me hacía pensar en chicas sofisticadas como yo, en chicas inteligentes y anarquistas, chicas bien vestidas, chicas finas y sofisticadas, rubias quizás marxistas pero sofisticadas, chicas argentinas pero que vivían en el exterior, o que si no vivían en el exterior quizás estudiaban en la universidad pública gracias al dinero de los pobres, pero que al menos seguramente rechazaban de plano la mediocridad que las rodeaba a través del consumo de estrambóticas ropas usadas con cierto aire british, ropas viejas que ellas prefieren llamar vintage, sofisticados ángeles de enormes glándulas mamarías que piden a gritos ser chupadas como se lee un texto de Artaud, glamorosamente sofisticadas y rebeldes, eso, sofisticadas y rebeldes, chicas que quizás, con un poco de suerte, podía yo encontrarme en la universidad pública, mientras compraba las fotocopias que me había encargado mi hermano Stany, chicas con las que por ejemplo iba a poder hablar de Roland Barthes, o de alguno de los otros homosexuales franceses que Stany tanto me había recomendado durante mi adolescencia. Rodeado de los efluvios de un adorable e imaginario coro de ángeles, ebrio de deseo y de calor en ese colectivo cuyo rugido parecía llevarnos directo a un desarmadero indígena, vi cómo el chofer del colectivo detenía el motor de su herramienta de trabajo para expulsar al intruso, fui testigo de cómo un colectivero arriesgaba su vida frente a ese menesteroso para proteger a los más débiles, esto es, para proteger a los pasajeros, ebrio del deseo de conocer glamorosas rubias fanáticas del Conde de Kropotkin presencié el milagro de que un hombre hiciera su trabajo correctamente en este país, de que un chofer que bien podría haber sido peronista se rebelara contra su estirpe y realizara su trabajo como corresponde, que uno sólo, uno en un millón de choferes argentinos respetara la ley y echase a la garrapata vendedora de pastillas robadas de naranja y de limón, vi eso, y pese a mi temor cuando empezaron a insultarse, a pesar de que no me sentía del todo capacitado para intervenir en esa discusión por más que sabía que un gancho bien puesto podía dejar al delincuente fuera de combate, y que después incluso iba a poder patearlo hasta reventarle los riñones. La repentina cobardía que nunca pensé tener afloró cuando caí en la cuenta de que no era seguro pelear en un colectivo, de que pelear en un colectivo podía ser peligroso en caso de que viniera la policía porque ahí sería imposible sobornarlos o escapar, o tan sólo sobornarlos por la mera presencia del público que como yo miraba esa discusión, caí en la cuenta de que podría caer preso, pero, gracias a Dios, a pesar de mi miedo todo se resolvió maravillosamente, y tras algunos insultos el grotesco ladrón de golosinas se retiró del móvil y pudimos arrancar, pudimos arrancar y volví a la celestial música de mis queridos Babasónicos. Todo iba tan bien, con la salvedad de ese breve percance los astros parecían tan alineados durante ese viaje, que ni siquiera cuando el chofer me avisó que había llegado mi turno para bajar y observé la calaña del barrio en que me había depositado, ni siquiera en mis sospechas más negras llegue a imaginar el escarnio al que iban a someterme en la universidad pública, un escarnio que fue doloroso pero al menos me valió un fin de semana en el Sheraton, pagado por mi queridísimo hermano Stany y junto a mi ex novia, el mejor fin de semana de mi vida junto a mi ex novia, con la que en algún momento, no dentro de mucho tiempo, tengo planeado volver para iniciar una nueva etapa de monogámica felicidad, llena de hijos y de jardines. Nada peor que los ladrones vendedores de fotocopias que me atendieron en la universidad pública cuando yo tenía dieciséis años, yo tenía dieciséis años y cansado de esperar en una cola interminable llena de gente con morrales y rodeado de pancartas sucias llenas de siglas que no me interesaba descifrar empecé a quejarme en voz alta, después de corroborar que no había ninguna sofisticada rubia anarquista a mi alrededor empecé a decir que no podía creer que ese antro fuese una universidad, que me resultaba un divague que los estudiantes tuviesen que hacer esas colas para pagar por unas fotocopias, que me resultaba delirante que las fotocopias no estuviesen preparadas y que cada estudiante tuviese que esperar a que se piratearan quinientas hojas para el tipo que estaba adelante suyo en la fila, y pedí el libro de quejas, como mamá hacía siempre pedí el libro de quejas. Respetuosamente pedí el libro de quejas pero lo que recibí en su lugar fue un libro anaranjado, un libro anaranjado en cuya tapa, letras negras, podía leerse El Capital, fue así, los graciosos ladrones que trabajaban en esa abominable letrina fotocopiadora me dieron ese libro en lugar del libro de quejas, empezaron a reírse mientras me decían que primero tenía que leerlo, que primero tenía que leerlo y luego dejar mi comentario en la última hoja, y que hasta que no lo leyera por completo y dejara mi comentario no me iban a atender, y cuando les respondí tuve que soportar que me gritaran los peores insultos en la cara, que me tratasen de fascista en mi propia cara, que me comparasen con el abominable genocida militar Videla, sólo porque dije que su sistema de atención era muy ineficiente y que como todo negocio que lucra por medio de la atención al público debían tener un libro de quejas, sólo por eso. No me prestaron atención, no me escuchaban y seguían exigiendo que leyera ese libro tan aburrido y repetitivo, ese libro tan mal escrito, el grupo de estafadores rentados por algún sucia y minúscula agrupación de ideales aún más adolescentes que yo acrecentaba sus burlas, lo juro, estos animales que ni siquiera habían leído a Saer seguían con sus burlas mientras me exigían que leyese ese libro horrendo, hasta que no aguanté más y empecé a arrancar sus hojas, empecé a arrancar las hojas de ese libro estúpido y resentido, y a tirarlas por los roñosos pasillos de ese antro que se hacía llamar universidad pública. Eso los enfureció de sobremanera y entonces empezaron a empujarme, incluso las dos chicas que aparecieron de repente y de ningún modo parecían glamorosas lectoras de Roland Barthes empezaron a empujarme y a escupirme, y en ese momento supe que sería imposible escapar, que por más que yo pudiera hacerme cargo de dos o tres de esos barbudos sidosos que me estaban imprecando me sería imposible salir entero de esa universidad pública, y obnubilado por el temor cometí un error fatídico, abrumado por el miedo de que me contagiaran el sida y engañado en mi inocencia adolescente empecé a gritar que no me atacaran, que me devolvieran la plata que me habían quitado del bolsillo para reponer el libro que yo había roto, empecé a gritar que no me atacaran porque yo también era peronista, que venía de una familia peronista, que mi abuela había sido una maestra peronista, que de adolescente mi madre había salido con un militante peronista, que en mi casa mi padre tenía la biblioteca entera de la doctrina peronista escondida en la baulera del edificio, que de chico yo había ido a comer choripanes a un acto peronista invitado por el hijo del portero de mi antiguo edificio del barrio de Flores. No funcionó, obviamente no funcionó y los estafadores se enfurecieron todavía más, se pusieron más violentos y más irónicos, les molestó de sobremanera que para colmo yo fuera peronista y no marxista, ahora lo entiendo, y por eso me empujaron, me sacaron parte de mi plata para comprar otro tomo 1 de El Capital, me sacaron tanta plata que supuse que tenían planeado comprar todos los tomos, unos tomos que igualmente su pereza intelectual y su desidia les iban a impedir leer, porque según la tía del Duque que es docente en la carrera de Filosofía de esa universidad los estudiantes son un monumento a la desidia, un grupo de ignorantes que ni siquiera merecen estar en la universidad pública, unos ignorantes irrespetuosos que ni siquiera se preocupan en aprender alemán tras haber decidido estudiar filosofía, unos vagos de mierda sucios que ni siquiera tienen las capacidades básicas necesarias para interpretar un texto, ni que hablar de comprender el monumental pensamiento de un genio como Edmund Husserl. Terminé huyendo como una rata, escapé de ese tugurio como una rata herida escapa de una fumigación, y con el poco dinero que esos estafadores habían dejado en mi billetera me arrojé al interior de un taxi, donde rompí en llanto, lloré durante los treinta y cinco o cuarenta minutos que separan esa Facultad del barrio de Recoleta, de mi departamento ubicado en Las Heras y Callao, de mi departamento con vista al río, y cuando llegué a casa me encontré con que Stany leía el mismo libro que los estafadores estudiantes de la fraudulenta universidad pública habían usado para escarniarme, un horror. Me da vergüenza escribirlo pero eso me hizo llorar todavía más, lloré de una forma que nunca antes había llorado, pese a que odio llorar no pude evitarlo, lloré como una mujer, o como un homosexual, e incluso tres días después no quería mirarme al espejo por miedo a encontrar las huellas de ese llanto visceral en mis facciones, lloré como un animal herido hasta que Stany me explicó porqué leía ese libro, hasta que se tomó el trabajo de explicarme porqué leía ese libro y cómo lo leía, dijo que lo leía como se lee una novela, que lo leía como una fábula antiperonista, y también pasó a explicarme porqué sus compañeros de la universidad pública me habían tratado así, me explicó su teoría del miedo de los estudiantes, y después me prometió regalarme un día de spa en el Hotel Sheraton donde sus admirados montoneros querían hacer el hospital de niños, y no sólo me lo prometió sino que me lo entregó el fin de semana siguiente, me regaló un fin de semana de spa en el Sheraton porque dijo que siempre, que siempre es mejor reir que llorar, y que siempre mejor que decir es hacer, y que hacer nunca es lo mismo que pensar, nunca.

martes, 2 de diciembre de 2008

Entrevista con el Vampiro


Volquer, difamado en una oscura entrevista por mail.


1) ¿Usás twitter? ¿Te aporta algo como escritor? ¿Qué?

No, no entré al twitter. En general, llego tarde a las modas. Supongo que en algún momento entraré, al igual que terminé entrando al blog cuando siempre había dicho que era una pérdida de tiempo. Pero por el momento el twitter no me simpatiza.

2) ¿Cuál es el propósito principal de tu blog?

-Espacio de autopromoción
-Espacio de construcción de tu obra
-Espacio para trabajar un estilo/probar voces
-Espacio de interacción con lectores
-Otro

El principal no es ninguno de esos. Mi blog (
www.elvolquete.blogspot.com) funciona a modo de espacio residual de desdoblamiento personal. No lo hago yo, lo hace Volquer, con quien mantengo una serie de rupturas y continuidades. Volquer es más agresivo que yo, es republicano y escribe poemas. Ambos somos peronistas, pero yo soy movimientista y Volquer es partidista. Sé que esto es medio esquizofrénico, pero funciona así. Además, también participo en blogs colectivos. Uno el de editorial Tamarisco (www.hojasdetamarisco.blogspot.com), y otro blog más dedicado a la política cultural (www.haciaelbicentenario.blogspot.com), que a mi juicio es el mejor blog que apareció este año.
La interacción con los lectores a través de estos blogs me interesa poco. Que los lean, si quieren decir algo que manden un mail. El comment es uno de los géneros discursivos más estúpidos que se crearon. Por eso ni en el Volquete ni en Heb permito comments.
También son espacios de construcción de obra, pero ese concepto, obra, no me gusta. Me parece pomposo y anticuado. Lo que hay acá son prácticas de escritura. Así que si tengo que privilegiar uno de los usos que proponés diría que es autopromoción. Narcisismo puro y gratuito. Esto nos coloca en una paradoja, porque en un país donde el “mercado” de lectores de ficción nacional no supera los 400, la “autopromoción” no es racional con arreglo a fines ulteriores, esto es, a fines que vayan por fuera de la propia acción. El blog es un acto de amor a mi mismo y a la escritura, me hace bien. Me descarga.


3) ¿Cuánto tiempo le dedicas promedio al blog?

2 horas por día, entre los tres blogs.

4) ¿Desconectás Internet para escribir? ¿En que casos sí y en que casos no?

No, nunca la desconecto.

5) ¿Crees que twitter y el blog te quitan energía creativa para escribir otras cosas?

Siento eso, pero al mismo tiempo creo que no es así. Para mí no hay separación entre “obra” y “blog”. Son lo mismo. Cuando escribo ensayos de análisis cultural fast food para cualquiera de mis blogs, no pienso “esto no es ficción, estoy perdiendo el tiempo”. Más bien lo gano, porque la ficción no le interesa a nadie y a mí más que la ficción me interesa el cruce entre el discurso político, la verborrea del conocimiento sociológico, el ensayo y la literatura. Experimentar con eso, sin caer en la experimentación vacía de las vanguardias que, ya se sabe, fracasaron.

6) ¿Cómo separás lo que va para el blog y lo que va para libros? ¿Hacés muchos cruzamientos entre los formatos? ¿En qué casos? ¿Algún ejemplo?

El ideal sería cruzarlos más, pero no es fácil. Por ahora, hubo experimentos lamentables a la hora de cruzar el discurso tamizado por la web con la publicación clásica en papel, como alguna novela de Daniel Link y la publicación de blogs francamente malos. Casciari es una excepción, pero él hace confluir antes que cruzar. Intento experimentar con esas cosas, aunque el libro que voy a publicar no tiene absolutamente nada que ver con el blog, es un libro de cuentos. Es totalmente pre-blog.

7) ¿Pensás que el estilo imperfecto, “inacabado” del blog ¿se traslada a tus cuentos/relatos/novelas ?

No creo que el estilo del blog sea necesariamente imperfecto ni inacabado, pero es indudable que hay un solapamiento. Si uno tiene ciertas prácticas, cierta relación con una superficie, esto transforma la experiencia y esa modificación deja sus huellas en la escritura. No lo lamento ni lo celebro: es así. Resistirse a eso no es bueno ni malo, depende de cómo se lo haga. Pero habría que empezar a pensar en los nuevos tipos de lectores que inventan las superficies como el blog.

8) A la hora de hacer una distinción entre cómo escribe para el blog y cómo escribe para el papel, el brasileño Daniel Galera dijo esto: “Cuando escribo literatura asumo una postura distinta ante el lenguaje. Es un estado de espíritu, asumo otras expectativas con respecto a mi mismo”. ¿Estás de acuerdo? ¿Por qué sí o no?

No. Porque creo que esa frase encubre un modo de pensar a la experiencia literaria, y en consiguiente al lenguaje, al trabajo con el lenguaje, como un reducto de lo sublime. Es un tropo típico del romanticismo, remixado por el formalismo ruso, y no me interesa en lo más mínimo. No sólo no me interesa, sino que me parece conservador y regresivo. Yo no leo así, no me interesa el preciosismo, me interesa la densidad social. La literatura es densidad social. Es conflicto, incomodidad. Y es la posibilidad de generación de comunidad en torno a unas prácticas materiales determinadas que no deberían agotarse en la lectura individual. Pensarla en tanto pura experiencia estética, o como un modo de extrañamiento de la percepción, es celebrarla como un conjunto de prácticas de elite que, la verdad, no tienen ningún tipo de significación social en nuestros días. Si lo importante en literatura es una postura frente al lenguaje, la literatura sería muy patética. Incluso prefiero pensarla como entretenimiento.

9) Muchos dicen que los textos online llevan al autor a constituirse como un personaje más de sus ficciones, tal vez el más importante, ¿cómo te llevas con esto? ¿Lo fomentás? ¿Luchás contra eso? ¿Crees que la ficción se basta a si misma?

La ficción nunca se basta a sí misma. El “giro autobiográfico” es la consecuencia natural de la pérdida del espacio público moderno para lo literario, eso es lo único cierto. No es bueno ni es malo, es. Algunos no pueden salir de eso, y no me preocupa. Sus textos van a interesarme o no dependiendo de lo que hagan con esa primera persona. Para mí es una herramienta, pero, al mismo tiempo, la significación del uso de esta herramienta está determinada por su valor social. Nunca lucharía contra eso, trataría de comprenderlo.

10) ¿Cuál es tu percepción sobre el futuro de la escritura online? ¿En que aspectos crees que la computadora (Internet, blogs, twitter) está cambiando la literatura?

Internet, los blogs, el twitter, no son factores exógenos que cambian la literatura, sino que son parte de la literatura. Lo que hay acá son tensiones entre formas antiguas de entender a “lo literario”, y cambios sociales y tecnológicos que las están pasando por arriba. Por eso, para mi lo importante es cómo se lee. Estoy seguro de que el blog tiene que ver con eso, pero también la televisión tiene que ver con eso, el cine. La literatura es un sistema de códigos sociales que sirven para ordenar ciertos materiales escritos. La escritura como práctica social ya cambió, hay que ver cómo se reacomodan esos códigos. Esto es un proceso de lucha por hegemonías culturales.