Levántate y anda

Mostrando entradas con la etiqueta improvisaciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta improvisaciones. Mostrar todas las entradas

domingo, 26 de abril de 2009

Matador



Me estás buscando,
matador
y en una tibia habitación a contrafrente
agazapado
en algún lugar entre los techos de chapa de la Paternal,
atado a mi pantalón negro comprado en Carrefour ex albergue Warnes,
-¿dónde carajo fue la gente del albergue Warnes?-
yo te estoy esperando.

Brasil fue resbalar entre piedras de azúcar
las mochilas levantadas como paracaídas y alimento para la tribu
de dos miembros
encastrados en una carpa
tu cuello con olor a off naranja
el mío blanco, budín de coco
dormir abrazados al movimiento
de la marea mental

Mario escuchaba una radio titilante
el bigote gris y una cordillera roja entre los ojos
siempre arroz, siempre arroz
con porotos negros mientras su mujer
renqueaba con un balde lleno de maíz
y mucha Fe en Lula entre los dientes sanos
según dijo,
antes de sacarnos una foto

Hace dos años
te estuve esperando en la habitación de un telo
matador,
mis piernas largas distorsionadas en un espejo
pintado con las formas de una pareja caliente,
te estuve esperando, matador,
en un hostel, en Copacabana o en Flamengo,
caliente,
Ibuprofeno brasuca comprado por mi novia,
tensión social de noche, al otro lado del biombo,
y por la mañana una familia de chilenos
untaba manteca en su pan negro.

Ahora levanto el teléfono y llamo al Muñiz
tengo miedo por las fotos de gente gangrenosa
que mi madre me mandó por internet.
Nadie me atiende y mi madre lija una baranda de madera
mi madre se agacha para lijar una baranda
y en sus manos veo dos estigmas,
matador,
un rombo morado en cada una de las manos de mi madre
pienso, matador,
vos me estás buscando y tengo miedo
y ganas de aplastarte entre mis labios y mi lengua
mientras te imagino enhiesto, alerta, sediento y real,
como los jugadores del Manchester United.

viernes, 30 de enero de 2009

La casa donde el Che Guevara conoció el mar




Hace unos días, en Villa Gesell,
saqué esta foto de la casa donde el Che conoció el mar
lo imagino sólo, sentado frente a la playa,
con los murciélagos psicóticos intentando transmitirle algún mensaje
y la luna más grande y amarilla que nunca
borroneada sobre las olas tibias
Después, ese día
fui a buscar el antro donde nos conocimos
pero era un gimnasio
me dio tanta cosa que te llamé por teléfono para que lo supieras
pero vos entendiste otra cosa, no sé,
había mucho ruido y mucho viento norte
interfiriendo nuestra conversación
por eso me quedé pensando en el Che Guevara
pensaba en él de una forma subrepticia,
como las burbujas de coca que mueren antes de subir hasta la espuma del fernet
igual que los pensamientos que tuvo el Che esa noche,
cuando conoció el mar, en esa casa de la foto
que debía estar igual pero sin autos.
Después fui a jugar al House of the Dead 1
maté zombies y te escribí un mail
que terminaba con una frase del Pity:
"tengo muchas ganas de tirarme a tus pies
y llevarte a mi morada otra vez"

sábado, 17 de enero de 2009

La mirada del Lagarto


Nueva entrega de las mini crónicas de Joaquín Linne, esta vez desde Cuzco.



Volquer te saluda, amigo. Se te extraña.
Volquer levanta la mano en dirección al sol, mira la sombra de su mano en el asfalto y te saluda, obnubilado por la sombra de su cap y el destello del sol en el capot del Alfa Romeo modelo 94 del vecino copado que saca a la perra a mearte la vereda.
Va a morir, en algún momento, esa perrita tan simpática.
Va a morir por un destello, el fulgor de una motito en la tarde de La Paternal.
Jota. Volquer saluda que no te mimetices con el entorno, que no mariconees, que los que encasillan sin hurgar en sus prejuicios de clase te digan que encasillás sólo porque no podés callarte.
Y agradece. Volquer agradece que no puedas callarte.


Igual, te dice que acá en Buenos Aires las cosas no están tan diferentes. Crisis laborales por todos los flancos, pero la gente más hermosa, corroída.
Las patas mojadas en Fernet, tan dulce, preparado con gaseosa de máquina.
Seguí husmeando, hurgá, Jota. Hurgá, husmeá las contradicciones del sistema, traeme un gráfico de la BOTUL del norte, por estos días. Si tenés ganas.
Después, tomate un pisco. Todo bien.

martes, 30 de diciembre de 2008

Volquer en mi habitación, a la madrugada


Este fin de año no fue de los mejores para Volquer.
No quiso decirme las razones, pero sus movimientos en la oscuridad del living lo anunciaban.
Cada vez que le preguntaba, la misma respuesta: "es el calentamiento global".
Claro, le decía yo.
Y le pasaba el azúcar para su leche tibia de todas las tardes.
Leche tibia y cigarrillos sin filtro.
Después, se ponía los anteojos y salía. A manejar el taxi. A la ciudad.
Con sus sudaderas de nylon, sus bermudas de fútbol y sus zapatillas Nike compradas en la feria de Solano.
Con esas zapatillas, Volquer mide casi dos metros.
Y, cuando llega ebrio a las seis de la mañana, da miedo.
Eso fue lo que pasó anoche.
Escuché el sonido de las llaves. Desde la calle, escuché el sonido de la reja y después las llaves, que no embocaban. No embocaban.
Desde mi cama, hipnotizado por un sueño de sol y asfalto, con el turbo encendido como el corazón de una tortuga, escuché sus murmullos. Sus puteadas. Hablaba solo. Cantaba una canción de Calamaro. Y puteaba. En voz baja.
Había dolor en sus puteadas. A eso pude adivinarlo desde la cama. Desde detrás del ruido de mi turbo.
Subió la escalera con parsimonia.
Subió la escalera con la cadencia de una babosa dañada por la sal.
Una babosa que de alguna forma resurgió de la sal gruesa en la que estaba enterrada.
Había tomado más de la cuenta. Parecía eso.
Cuando lo vi aparecer en el marco de la puerta supe que algo andaba mal.
Se quedó quieto, apoyado en el marco de la puerta.
A sus espaldas, la luz de la calle. El rumor de los árboles en la calle. El 24, un ronquido de la calle.
Creí que necesitaba plata. Creí que necesitaba cigarrillos.
Plata para comprar leche y entibiarla en el cacharro de mango quemado que tenemos en la cocina.
Pero cantaba una canción de Calamaro. En voz muy baja.
Ahora no estoy seguro de que fuese una canción de Calamaro. Pero me pareció eso.
Le pregunté si necesitaba algo.
Y se tiró encima mío.
No tuve tiempo para pensar los motivos. No pude.
Volquer aprovechó que no tenía puestos los lentes de contacto y empezó a golpearme.
Cada uno de sus brazos era un látigo de carne congelada.
Sentí la sangre tibia en la nariz. Sentí los labios abiertos bolsas de nylon que revientan y dejan caer todo al suelo.
Apenas pude ponerle un rodillazo. En los huevos.
Sentí el ruido de la suela de sus zapatillas aplastando mis anteojos.
Entonces me levantó.
Tenía un aliento fuerte y espeso. No era aliento a alcohol. Era otra cosa.
Aliento a barro.
Quise defenderme. Le rompí la lámpara en la nuca.
Le rompí la lámpara en la nuca y al caminar los vidrios de la bombita se clavaron en la planta de mis pies.
El no sentía nada.
Por lo menos había dejado de cantar.
Terminé rodando por la escalera.
Así como lo leen, rodé por la escalera de mi casa.
Me dolían tanto los labios y las cejas que la caída fue casi un alivio.
Llegar al final fue casi un alivio. Me tuve que arrastrar.
Me arrastré por el suelo mientras escuchaba el portazo de Volquer.
Había decidido dormir en mi habitación.
Supe que no había forma de sacarlo de ahí. Esa noche necesitaba dormir en esa cama.
"Es el calentamiento global".
Mis pies resbalaban en su propia sangre.
Por eso preferí arrastrarme. Me arrastré hasta la heladera.
Una vez frente a la heladera la abrí desde abajo, desde el vértice inferior izquierdo de la puerta. Fue fácil.
Había una sidra abierta. En el estante de abajo había una sidra abierta con el corcho de plástico colocado con suavidad.
Lo saqué con mis dientes y empecé a tomar.
Tomé toda la sidra que quedaba. Me ardían los labios.
No me sentí mejor.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

De como fui al Sheraton con mi futura mujer





Mi descenso a los infiernos comenzó cuando tuve la infeliz idea de tomar un colectivo, puse las monedas en esa máquina precámbrica y preferí ir parado antes que sentarme en esos asientos tan incómodos, viajaba con mi música a todo volumen, escuchaba Babasónicos a todo volumen, después Morrisey, que me fue recomendado por Stany, Morrisey y Babasónicos en el colectivo hasta que el amable chofer me indicó que tenía que bajarme, y yo bajé con esperanza, porque aunque no parezca el comportamiento civilizado del chofer había logrado demostrarme que aún queda gente civilizada en este país, el chofer no sólo me avisó el momento exacto en que tenía que bajarme sino que tenía muchas estampas de la Virgen de Luján en su cabina, una más hermosa que la otra, incluso había imágenes tornasoladas que me resultaron muy simpáticas, de pésimo gusto pero simpáticas, tan simpáticas como las canciones de cumbia que bailamos con mis amigos cuando estamos borrachos, si es que estamos lo suficientemente borrachos como para bailar simpática cumbia aborigen. El chofer tenía el pelo blanco bien cortado, la camisa limpia, los pantalones y los zapatos limpios, no parecía tener una gota de sangre del conourbano, la prueba de esto eran sus inmaculadas medias blancas, y ejercía su trabajo con dignidad, al punto que insultó a una vieja mendiga que trató de cruzar con un semáforo en rojo, no escuché el insulto porque en mis oídos sólo había espacio para el magnífico arte de los Babasónicos, pero comprendí el gesto, un insulto locuaz y bien entendido, de esos insultos que edifican, y no sólo eso sino que el chofer se negó a abrir las puertas a las personas que intentaban detenerlo en zonas irreglamentarias, soportó con estoicismo los insultos banales de esos indios irreglamentarios inmigrantes muertos de hambre que intentaban detener el colectivo donde no correspondía. La apoteosis llegó cuando expulsó a un vendedor ambulante, con tímidas lágrimas de emoción nublando mi vista adiviné como el chofer expulsaba a un individuo de muletas, muy mal vestido y con la innegable expresión del resentido social, posiblemente nacido en el conourbano, que intentaba adueñarse de su coche, un tipo de labios toscos y mirada sanguinolienta, vestido con un par de shorts imitación Adidas y una gastada remera de algodón con la leyenda Torneos Juveniles Bonaerenses, se me pone la piel de gallina de sólo acordarme, el tipo pretendía adueñarse del coche y vendernos sus pastillas sin pagar boleto, pretendía robarnos a través de unas pastillas que no debían respetar la mínima norma de salubridad, unas pastillas de naranja o de limón que tenían muchísimas posibilidades de ser mercadería robada al fabricante, dos por dos pesos, decía, dos por dos pesitos nada más, aproveche, decía, directo de fábrica al consumidor, para regalar o comer en el viaje, dos por dos pesitos. Decidí pausar mi hermosa canción de Babasónicos, por desgracia no puedo recordar qué canción escuchaba pero si recuerdo la sensación de bienestar que me producía esa música, una sensación muy placentera, esa canción me hacía pensar en chicas sofisticadas como yo, en chicas inteligentes y anarquistas, chicas bien vestidas, chicas finas y sofisticadas, rubias quizás marxistas pero sofisticadas, chicas argentinas pero que vivían en el exterior, o que si no vivían en el exterior quizás estudiaban en la universidad pública gracias al dinero de los pobres, pero que al menos seguramente rechazaban de plano la mediocridad que las rodeaba a través del consumo de estrambóticas ropas usadas con cierto aire british, ropas viejas que ellas prefieren llamar vintage, sofisticados ángeles de enormes glándulas mamarías que piden a gritos ser chupadas como se lee un texto de Artaud, glamorosamente sofisticadas y rebeldes, eso, sofisticadas y rebeldes, chicas que quizás, con un poco de suerte, podía yo encontrarme en la universidad pública, mientras compraba las fotocopias que me había encargado mi hermano Stany, chicas con las que por ejemplo iba a poder hablar de Roland Barthes, o de alguno de los otros homosexuales franceses que Stany tanto me había recomendado durante mi adolescencia. Rodeado de los efluvios de un adorable e imaginario coro de ángeles, ebrio de deseo y de calor en ese colectivo cuyo rugido parecía llevarnos directo a un desarmadero indígena, vi cómo el chofer del colectivo detenía el motor de su herramienta de trabajo para expulsar al intruso, fui testigo de cómo un colectivero arriesgaba su vida frente a ese menesteroso para proteger a los más débiles, esto es, para proteger a los pasajeros, ebrio del deseo de conocer glamorosas rubias fanáticas del Conde de Kropotkin presencié el milagro de que un hombre hiciera su trabajo correctamente en este país, de que un chofer que bien podría haber sido peronista se rebelara contra su estirpe y realizara su trabajo como corresponde, que uno sólo, uno en un millón de choferes argentinos respetara la ley y echase a la garrapata vendedora de pastillas robadas de naranja y de limón, vi eso, y pese a mi temor cuando empezaron a insultarse, a pesar de que no me sentía del todo capacitado para intervenir en esa discusión por más que sabía que un gancho bien puesto podía dejar al delincuente fuera de combate, y que después incluso iba a poder patearlo hasta reventarle los riñones. La repentina cobardía que nunca pensé tener afloró cuando caí en la cuenta de que no era seguro pelear en un colectivo, de que pelear en un colectivo podía ser peligroso en caso de que viniera la policía porque ahí sería imposible sobornarlos o escapar, o tan sólo sobornarlos por la mera presencia del público que como yo miraba esa discusión, caí en la cuenta de que podría caer preso, pero, gracias a Dios, a pesar de mi miedo todo se resolvió maravillosamente, y tras algunos insultos el grotesco ladrón de golosinas se retiró del móvil y pudimos arrancar, pudimos arrancar y volví a la celestial música de mis queridos Babasónicos. Todo iba tan bien, con la salvedad de ese breve percance los astros parecían tan alineados durante ese viaje, que ni siquiera cuando el chofer me avisó que había llegado mi turno para bajar y observé la calaña del barrio en que me había depositado, ni siquiera en mis sospechas más negras llegue a imaginar el escarnio al que iban a someterme en la universidad pública, un escarnio que fue doloroso pero al menos me valió un fin de semana en el Sheraton, pagado por mi queridísimo hermano Stany y junto a mi ex novia, el mejor fin de semana de mi vida junto a mi ex novia, con la que en algún momento, no dentro de mucho tiempo, tengo planeado volver para iniciar una nueva etapa de monogámica felicidad, llena de hijos y de jardines. Nada peor que los ladrones vendedores de fotocopias que me atendieron en la universidad pública cuando yo tenía dieciséis años, yo tenía dieciséis años y cansado de esperar en una cola interminable llena de gente con morrales y rodeado de pancartas sucias llenas de siglas que no me interesaba descifrar empecé a quejarme en voz alta, después de corroborar que no había ninguna sofisticada rubia anarquista a mi alrededor empecé a decir que no podía creer que ese antro fuese una universidad, que me resultaba un divague que los estudiantes tuviesen que hacer esas colas para pagar por unas fotocopias, que me resultaba delirante que las fotocopias no estuviesen preparadas y que cada estudiante tuviese que esperar a que se piratearan quinientas hojas para el tipo que estaba adelante suyo en la fila, y pedí el libro de quejas, como mamá hacía siempre pedí el libro de quejas. Respetuosamente pedí el libro de quejas pero lo que recibí en su lugar fue un libro anaranjado, un libro anaranjado en cuya tapa, letras negras, podía leerse El Capital, fue así, los graciosos ladrones que trabajaban en esa abominable letrina fotocopiadora me dieron ese libro en lugar del libro de quejas, empezaron a reírse mientras me decían que primero tenía que leerlo, que primero tenía que leerlo y luego dejar mi comentario en la última hoja, y que hasta que no lo leyera por completo y dejara mi comentario no me iban a atender, y cuando les respondí tuve que soportar que me gritaran los peores insultos en la cara, que me tratasen de fascista en mi propia cara, que me comparasen con el abominable genocida militar Videla, sólo porque dije que su sistema de atención era muy ineficiente y que como todo negocio que lucra por medio de la atención al público debían tener un libro de quejas, sólo por eso. No me prestaron atención, no me escuchaban y seguían exigiendo que leyera ese libro tan aburrido y repetitivo, ese libro tan mal escrito, el grupo de estafadores rentados por algún sucia y minúscula agrupación de ideales aún más adolescentes que yo acrecentaba sus burlas, lo juro, estos animales que ni siquiera habían leído a Saer seguían con sus burlas mientras me exigían que leyese ese libro horrendo, hasta que no aguanté más y empecé a arrancar sus hojas, empecé a arrancar las hojas de ese libro estúpido y resentido, y a tirarlas por los roñosos pasillos de ese antro que se hacía llamar universidad pública. Eso los enfureció de sobremanera y entonces empezaron a empujarme, incluso las dos chicas que aparecieron de repente y de ningún modo parecían glamorosas lectoras de Roland Barthes empezaron a empujarme y a escupirme, y en ese momento supe que sería imposible escapar, que por más que yo pudiera hacerme cargo de dos o tres de esos barbudos sidosos que me estaban imprecando me sería imposible salir entero de esa universidad pública, y obnubilado por el temor cometí un error fatídico, abrumado por el miedo de que me contagiaran el sida y engañado en mi inocencia adolescente empecé a gritar que no me atacaran, que me devolvieran la plata que me habían quitado del bolsillo para reponer el libro que yo había roto, empecé a gritar que no me atacaran porque yo también era peronista, que venía de una familia peronista, que mi abuela había sido una maestra peronista, que de adolescente mi madre había salido con un militante peronista, que en mi casa mi padre tenía la biblioteca entera de la doctrina peronista escondida en la baulera del edificio, que de chico yo había ido a comer choripanes a un acto peronista invitado por el hijo del portero de mi antiguo edificio del barrio de Flores. No funcionó, obviamente no funcionó y los estafadores se enfurecieron todavía más, se pusieron más violentos y más irónicos, les molestó de sobremanera que para colmo yo fuera peronista y no marxista, ahora lo entiendo, y por eso me empujaron, me sacaron parte de mi plata para comprar otro tomo 1 de El Capital, me sacaron tanta plata que supuse que tenían planeado comprar todos los tomos, unos tomos que igualmente su pereza intelectual y su desidia les iban a impedir leer, porque según la tía del Duque que es docente en la carrera de Filosofía de esa universidad los estudiantes son un monumento a la desidia, un grupo de ignorantes que ni siquiera merecen estar en la universidad pública, unos ignorantes irrespetuosos que ni siquiera se preocupan en aprender alemán tras haber decidido estudiar filosofía, unos vagos de mierda sucios que ni siquiera tienen las capacidades básicas necesarias para interpretar un texto, ni que hablar de comprender el monumental pensamiento de un genio como Edmund Husserl. Terminé huyendo como una rata, escapé de ese tugurio como una rata herida escapa de una fumigación, y con el poco dinero que esos estafadores habían dejado en mi billetera me arrojé al interior de un taxi, donde rompí en llanto, lloré durante los treinta y cinco o cuarenta minutos que separan esa Facultad del barrio de Recoleta, de mi departamento ubicado en Las Heras y Callao, de mi departamento con vista al río, y cuando llegué a casa me encontré con que Stany leía el mismo libro que los estafadores estudiantes de la fraudulenta universidad pública habían usado para escarniarme, un horror. Me da vergüenza escribirlo pero eso me hizo llorar todavía más, lloré de una forma que nunca antes había llorado, pese a que odio llorar no pude evitarlo, lloré como una mujer, o como un homosexual, e incluso tres días después no quería mirarme al espejo por miedo a encontrar las huellas de ese llanto visceral en mis facciones, lloré como un animal herido hasta que Stany me explicó porqué leía ese libro, hasta que se tomó el trabajo de explicarme porqué leía ese libro y cómo lo leía, dijo que lo leía como se lee una novela, que lo leía como una fábula antiperonista, y también pasó a explicarme porqué sus compañeros de la universidad pública me habían tratado así, me explicó su teoría del miedo de los estudiantes, y después me prometió regalarme un día de spa en el Hotel Sheraton donde sus admirados montoneros querían hacer el hospital de niños, y no sólo me lo prometió sino que me lo entregó el fin de semana siguiente, me regaló un fin de semana de spa en el Sheraton porque dijo que siempre, que siempre es mejor reir que llorar, y que siempre mejor que decir es hacer, y que hacer nunca es lo mismo que pensar, nunca.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La basurización


Una apostilla sobre política cultural: en vez de hacer del FILBA algo más extenso y de diseminarlo por la ciudad, el Gobierno de la Ciudad invierte cifras siderales en campañas como esa de la gente que hace deporte metiendo basura en los tachos. Campañas que, leídas como discursos sobre la moral e higiene públicas, dejan sin embargo una estela de resonancias que estamos tentados de, al menos, mencionar. Que el único proyecto colectivo dotador de ciudadanía enunciado por el Gobierno de la Ciudad sea el de meter basura en los tachos es una especie de fallido sobre la basurización de la ciudadanía política, donde el “hacer Buenos Aires”, esto es, el tapar baches, no llega a tapar el bache de la falta de imaginación de un proyecto político que piensa a la cultura como algo residual pese a contratar a Fogwill (el padre, no el hijo publicista) como ilustre asesor, seguramente muy bien remunerado. La noche de los museos, una iniciativa bastante border que bien podría desaparecer sin que lo lamentásemos demasiado, tuvo este fin de semana su versión más deslucida, fogoneada por la falta de recursos. La basurización llegó a tal punto que el Gobierno les “hacía un favor” a aquellos que presentaban sus intervenciones en los museos cediéndoles el espacio, sin la posibilidad siquiera de mencionar la chance no de pago, sino del mínimo apoyo logístico.
Esto se inscribe en la idea de que la cultura es sólo y exclusivamente generadora de recursos. El engranaje de la cultura, entonces, viene a soliventar la máquina del turismo, el gran generador de recursos por excelencia, que sufrió la espantosa desgracia de que a la hija de Bush le robaran la cartera cuando hippeaba por San Telmo.
Pero, al menos, Mauricio no pierde el tiempo. El otro día, Volquer se encontraba cenando en un exclusivo restó del barrio de Recoleta, negociando los derechos de una novela, Pinamar, con su misterioso autor, que por el momento se niega a publicarla por miedo a las repercusiones inmediatas provienientes no sólo de su entorno social y familiar, sino del misérrimo campillo cultural de Buenos Aires. En la otra mesa, la nueva novia de este joven narrador de la joven guardia y la NNA y la NBA y las FFAA vigilaba las negociaciones junto a una amiga. A mitad de la noche, nuestro Jefe de Gobierno ingresó al local, acompañado de su joven pareja y de sus guardaespaldas. Cuando la pareja del Chief Macri fue a empolvarse la nariz al tocador, el valeroso guardaespaldas se acercó a la novia del joven escritor argentino autor de Pinamar y le entregó la tarjeta personal de su patrón: "Dice Mauricio que cuando quieras lo llames".
Volquer tomaba notas, con minucia. Sabía que, a diferencia de otras falluteces que se publican por ahí, esto es absolutamente cierto.
"Al menos el Jefe no pierde el tiempo", pensó.
Afortunadamente, el autor y novio de la señorita en cuestión se enteró de esta singular y patriótica movida una vez que Mauricio se había retirado, triunfal, del establecimiento. Afortunadamente, decimos, porque el muchacho en cuestión sufrió de un terrible ataque de ira. Rompió vasos y arrojó manteles al suelo, y salió a la calle bajo del grito de que iba a matar a nuestro Jefe. Desencajado, terminó salivando contra un impertérrito semáforo.
Volquer intentó consolarlo, tras desairar al minúsculo empleado que pretendía cobrarle los gastos. "No seas moralista, che. Que esta belleza, digo, que tu novia sea más chica que las hijas de Mauricio no significa nada. Yo que vos me preocuparía en que no lo llame".

lunes, 3 de noviembre de 2008

SIMEONE


El Cholo tiene marcas en la nuca,
senderos rojos, como de sarna,
que recorren su nuca transpirada
como la banda roja recorre camisetas
de jugadores que ni siquiera merecen ver el tape
con el gol del Cholo a Colombia en aquel partido.

Simeone es un mohicano del viejo Palermo,
y cuando era chiquito, y jugaba en Vélez,
el padre le silbaba desde el tribuna,
y el Cholo corría, con el cuchillo entre los dientes,
el Cholo de Pavlov iba al suelo a raspar en los potreros de Liniers,
el último mohicano de Pavlov rompía ligamentos y masticaba tierra
en los campos de batalla,
sin saber que en pocos años
iba a embarazar a Beckham, a Victoria Beckham, y al puto de Michael Owen,
iba cogerse a los ingleses de parados,
y a quedar en mi memoria para siempre.

En la ruta a Misiones hay un micro.
La nuca sarnosa del Cholo viaja por Misiones,
en un micro,
la ruta abre la tierra roja,
y la nuca transpirada, herida,
la mente infectada del Cholo no se hace cargo,
porque más que roja es fucsia,
la banda roja de la nuca del Cholo es fucsia,
el infierno del Cholo es fucsia y en su mente la boca sangra,
los labios sangran sobre la remera de Racing,
que el Cholo esconde bajo su camisa italiana,
bajo ese disfraz que no se saca nunca,
y que me rompe tanto las pelotas.

El Cholo abandona el micro en Brasil.
Su mujer todavía no sabe,
el tipo que está con su mujer todavía no sabe,
porque están en la playa y no saben,
que el Cholo los espera en su habitación,
el Cholo toma caipirinha devaluada y afila su cuchillo con los dientes,
el Cholo come camarones devaluados y afila sus dientes con el cuchillo,
encerrado en un placard, mientras por la tele,
mira un especial de su campaña en la Selección,
y el culo le duele porque los recuerdos duelen,
y el Cholo se lo rompió cuando jugaba, se cortó la boca, se tragó la sangre,
y cuando vuelvan,
cuando su mujer y el hombre ese con una musculosa de Brasil vuelvan a la habitación,
el Cholo les va a regalar la banda roja,
la sarna,
les va a tatuar la sarna en todo el cuerpo,
los va a hacer relleno de empanada,
primero la verga del tipo, entre los dientes,
y después las achuras, el resto.

Cuando el Cholo termine voy a irlo a buscar,
vamos a limpiar todo,
vamos a comer empanadas con el chuchillo entre los dientes,
a mirar el tape,
a llorar con los goles del Cholo, con sus patadas,
vamos a limpiar su habitación y en la playa,
mientras los brasileros bailan como monos
vamos a incendiar esa camisa italiana,
vamos a quemarla para siempre,
sobre la arena, carbones tibios en la arena y las lágrimas del Cholo,
que va a estar listo para volver a Racing,
el Cholo va a volver a Racing y después,
con un poco de suerte,
a la Selección.

jueves, 16 de octubre de 2008

Ezeiza


Por primera vez, hice un tour académico a la cárcel de Ezeiza. Fui a dar clases a una presa que está a punto de recibirse de socióloga. La única carrera universitaria que puede estudiarse en Ezeiza es Sociología. El dato tiene la estupidez brutal de la realidad burocrática. La estupidez brutal de una institución como la UBA. Una institución brutal y estúpida a la que sin embargo hay que defender. Hay que defender el proyecto de la UBA. Hay que atacar su burocracia, la estructura de sus carreras, su desvinculación del Estado y del aparato productivo. Soy un fiel partidario del cupo en las carreras, ingreso irrestricto pero con cupo, gratuidad absoluta pero con cupo por carreras. En Filosofía, por ejemplo, yo pondría un cupo de 20 estudiantes por año. Es la peor carrera de toda la UBA. Al menos de las que conozco, que son bastantes y tienen varias fallas. La carrera de Filosofía es la peor. Me repugna la relación con el saber y las manías, las afectaciones de la carrera de Filosofía. Pero no iba a hablar de eso. No iba a hablar de eso y otra vez me fui de madre.

Mientras volvía, mientras el auto de la profesora que me llevó avanzaba retozando por la colectora, bordeando la villa que hay frente al predio del servicio penitenciario nacional, la villa a la que imaginé deben ir los presos a esconderse si consiguen escaparse, porque pensaba en eso todo el tiempo, en las posibilidades de escapar de esas cárceles y terminar en medio de la autopista, casi sin ropa, a las tres de la mañana, un poco empastillado, con pasta base o un poco de merca para vender en el bolsillo, con suerte unas monedas para tomar el colectivo y la mirada en el suelo para no llamar la atención, el ladrido de los perros, los mismos perros que cagaban o tomaban agua sucia mientras bordeaba la villa que hay frente a las cárceles hundido en mi cómodo asiento de profesor universitario ad honorem que vuelve en auto a su realidad ad honorem de profesor universitario, o quizás otros perros, perros entrenados por la policía, perros drogados y hambrientos de carne tibia y dulce, miraba perros y pensaba en escapar de una cárcel en la que apenas había pasado tres horas y a la que volvería recién en dos semanas, porque en dos semanas tengo que volver a Ezeiza, me van a pedir los documentos, voy a tener que esconder todos los objetos de valor que hay en el auto de la persona que me lleve para que los propios policías no se los roben, voy a entregar mi cédula de identidad, voy a volver a la cárcel como un profesor universitario ad honorem que nadie sabe que es ad honorem en primer lugar porque a nadie le interesa y tienen razón en que no les interese, tienen razón porque ahí todo el mundo está demasiado ocupado en sobrevivir como para preocuparse en otras cosas, la chica que me mostró los moretones y las marcas de la faca con la que la habían atacado esa misma noche, presa por un robo con caño cuando tenía diecinueve, estaba muy ocupada en sobrevivir, muy preocupada por que la sacaran de ese pabellón de una buena vez, y me dijo que no estudiaba sociología porque no le interesaba, porque al salir no iba a servirle para nada, porque ella necesitaba un trabajo, necesitaba terminar el secundario y los profesores del servicio penitenciario apenas estaban capacitados para enseñarle cosas del primario, los profesores del servicio penitenciario que saludé con un beso al entrar a la cárcel y que me parecieron tan amables no podían o no querían enseñarle físico-química y ella no podía terminar el secundario, y mientras yo volvía ad honorem en el auto universitario de la profesora que me llevó pensaba en eso, en la razón que tenía la profesora al decirme que esa y todas las chicas que estaban ahí adentro iban a reincidir, que la enorme mayoría de las chicas que caen ahí adentro reinciden, la gran mayoría de las chicas que hay ahí adentro están presas por tráfico de drogas, que las penas de las chicas que están ahí adentro fueron aumentadas gracias al efecto mediático de Blumberg, que las mujeres mayores a veces preferían no salir de la cárcel porque afura no tenían nada, porque los hombres, a diferencia de las mujeres de los presos, nunca las iban a visitar, las reemplazaban muy rápido, porque los hijos les daban la espalda, porque además el personal penitenciario les hacía la vida imposible a los familiares que venían, porque el personal penitenciario hacía todo lo que encontraba al alcance de sus posibilidades para que las chicas ahí encerradas no tuvieran contacto con sus familiares, y mientras la profesora me contaba todo eso y muchísimas otras cosas yo miraba por la ventanilla, mareado con las paredes y las publicidades de la ciudad, mareado en mi compulsión a leer todas las publicidades y a pensar que está comunicando esa marca y porqué lo hace, mareado con las ventanas simétricas y las bicicletas apoyadas sobre la baranda de los balcones, con la ropa colgada de un ventiluz, con las irregularidades de un asfalto hecho con azúcar negra, las irregularidades de unos edificios atravesados por facas, compartimentados por facas húmedas que les desparraman sus manchas húmedas y silenciosas en techos y paredes al limpiarse como se limpia un cuchillo tramontina manchado de ketchup sobre el pan, manchas cada vez más grandes, cerrar los ojos, abrir las ventanillas y que las manchas de humedad o de pintura, los azulejos que faltan en las paredes, la profesora que cuenta las internas de poder del servicio penitenciario, la profesora que dice que prefiere enfrentarse a un cana milico que a un progre disfrazado, todo eso, todo eso y la vocecita te marean, la vocecita con forma de mancha, la vocecita que se abre como una mancha y suena como la correa de distribución de un motor que mientras que pasaba todo esto, mientras que la ciudad se convertía, mientras que la ciudad se convertía en algo sin un afuera posible el motor se calentaba, la correa de distribución giraba y se esparcía por encima del motor caliente, el motor caliente sólo estaba caliente y miraba mareado a la correa de distribución que se esparcía como una máquina, una maquina de decirme todo bien, todo bien, pero vos sabés que a veces hace falta la pena de muerte, vos lo sabés, siempre estuviste a favor de la pena de muerte, estuviste a favor de la pena de muerte incluso cuando no lo estabas...




lunes, 13 de octubre de 2008

Mi auto y yo


Mi viejo Ford Orion es un auto que nunca va a ser vintage.
No me molestan sus bollos, la suciedad de los vidrios ni la puerta despintada. El tiempo y el maltrato lo contaminaron de un aura que su diseño cuadrado y neutro nunca tuvo, ni siquiera cuando era cero kilómetro y no nos conocíamos.
A veces, pienso en ponerle unos cuernos de buey en el capot, encima de la parrilla. Dos cuernos separados por las vueltas de una soga áspera que raspe la piel.
Siento que me lo pide a gritos, y en esos momentos un violento sentimiento de cariño hecho de hierro y plástico y gomaespuma húmeda y grasa y aceites y líbido mal enfocada se derrama sobre el cuero caliente del volante.
Mi auto tiene la cara de un tipo que trabajó toda su vida bajo el rayo del sol, en un paisaje sin agua, con el viento que clava sus garras detrás de las orejas de la gente protegido por la indiferencia de los cables de electricidad y de todo lo demás.
Las mejillas de mi auto contenidas por dos arrugas donde el alcohol encuentra su reposo.
Cuando chocamos huesos y puertas crujen como si bailaran descalzos sobre cubitos de hielo. Es una especie de complicidad, y él la interpreta como la prueba fehaciente de que no está muerto.
Hace un tiempo pensé en venderlo. Fue una idea vaga y antinatural que todavía me produce culpa.
Mi viejo Ford Orion me la recuerda cada vez que arrancamos. Es una vibración. Entonces, le prometo que no.
Que por ahora no.

jueves, 2 de octubre de 2008

BOCHINI


Los pases, los giros, las piernas de Bochini,
no tenían nada que ver con el ballet.
El fútbol le cayó en la cabeza como un rayo
y le quemó la gorra,
y lo convirtió en un Mozart disfrazado de bancario,
de farmacéutico, del tipo que te vende los boletos en el subte,
que vivió gran parte de su vida
creyendo que tenía cáncer.

Los pies de duende de Bochini
son un fino instrumento de precisión quirúrgica,
cansados de cortar tripas de indio,
pies de gaucho que nunca quiso ser soldado,
que nunca quiso ir al Paraguay,
ni a ninguna otra parte,
y que perdió un 25% del alma cuando en la tapa del Gráfico
lo sacaron con la camiseta de Boca.

No hay autopistas en las piernas de Bochini.
Ricardo Enrique Bochini no podría haberse llamado de otra manera.

Bochini era un X-men perfecto, fabricado con los genes de Yrigoyen.
y podría haber leído diarios hechos sólo para él
pero no lo hizo,
porque estaba demasiado ocupado, obsesionado, asustado
y enamorado del cáncer,
un cáncer rojo que se le multiplicaba de manera diminuta,
que iba a teñirle los dientes,
a asfixiarlo, cualquier noche de esas,
cualquier noche de mística copera y roja

¿Saben que dijo el 10,
una tarde calurosa de México,
allá por el 86,
cuando el cartelito de colores indicaba que iba a salir,
para que entrara el Bocha?
Se dieron un abrazo, cada uno a un lado de la raya de cal,
y el 10 dijo gracias maestro,
gracias por el fútbol.

martes, 30 de septiembre de 2008

El llanto de tu novia en el teléfono


Estas sentado frente a la computadora,
con un libro de Adolfo Prieto,
un libro de páginas amarillas que dice
que hasta el momento
nadie se preguntó para quién escriben los escritores.
El libro es de 1956.
Lo publicó Leviatán, una editorial
que te conmueve un poco.
De a momentos,
te gusta más la sensación de tocar las hojas rugosas y amarillas
que lo que estás leyendo.
Suena el teléfono.
Te estirás para atenderlo y es tu novia.
Tu novia llora y te dice que la madre
de una de sus amigas
que la madre de una amiga suya que te cae muy bien
a la que conociste hace mucho tiempo, un verano
en un antro que no existe más
acaba de hacerlo.
Tu novia dice que tuvieron que tirar la puerta abajo.
Apagás la máquina, casi de un golpe.
Te levantás, también apagás las luces,
Y te quedás quieto, frío, duro,
parado al lado de la estufa,
con las rodillas que empiezan a dolerte
y la palma de las manos apuntada hacia el calor
Por un rato, solamente el ruido de la estufa.
Después, mientras calentás café en la oscuridad
la sensación de hachas
que atraviesan madera, hierro, puertas.
Hasta que encendés la tele
esperando ver
una imagen del purgatorio.

martes, 16 de septiembre de 2008

Sobre el oficio más viejo del mundo


De fondo, escucho las canciones de la hinchada de Huracán, o quizás sea la de Newell’s, que juegan su partido en el estadio Diego Maradona. Después de Boca y de Argentinos Juniors, Huracán es mi equipo favorito. Junto con Tigre. Pero ahora no voy a hablar de eso.
Vengo de una conversación con un joven trabajador de la industria editorial argentina. Un pibe honesto, con perspectiva. Que se hizo desde abajo y conoce el oficio. Un pibe que ojalá, en algunos años, dirija una de las editoriales más importantes que hay en nuestro pequeño país. Antes de la charla, estuve leyendo el último y monumental número de El Interpretador sobre el trabajo. Y en el medio de todo esto, cené. Me hice un sándwich mientras veía la mejor telenovela que dan en la televisión. La novela se llama Sin tetas no hay paraíso, y es una bomba. Va por canal 9, creo que a las 22 horas. Pura industria cultural colombiana.
Este contexto de lectura me hizo pensar en los contornos del trabajo que podemos leer, en negativo, tanto en la novela como en Bailando por un sueño. Los cuerpos hiperproducidos de Bailando por un sueño, en base a una estructura melodramática donde hay un soñador, una bailarina y un jurado integrado también por el público, urden una trama donde la gramática del trabajo se desdobla en varios niveles. El soñador es el trabajador digno, digamos, para usar una terminología afín, proletario. Su lugar es marginal. Su acompañante también es una trabajadora, pero su lugar en la estructura productiva es mucho más opaco. Es, quizás, el punto (no tan) oscuro de Bailando por un sueño. Porque todos sabemos, queridos compañeros, cual es el trabajo declarado de las soñadoras: modelos, vedettes, actrices, ex mujeres de. Pero lo más interesante es que todos sospechamos cuál es el trabajo oculto, no enunciado en forma patente, siempre negado o travestido en chiste. La seducción, entonces está ahí. Putas de lujo que pretenden trabajar de otra cosa. Un exquisito catálogo, que cotiza a sus luminarias al ritmo positivista de la masividad. Tinelli, el profeta, ha encontrado el punto ciego de su goce. Aquel que ya había arañado al desposar a una de las entrañables T-Nellys. Madre, puta y empleada. Un combo difícil de resistir.
Pero decíamos Putas: un trabajo que está en el centro de la novela colombiana.
En Sin tetas no hay paraíso, entonces, el trabajo enunciado es la prostitución. La heroína, en este caso, no es un proletario acompañado por una trabajadora que se desdobla, puta y actriz, ex mujer y puta, vedette y puta, sino que es una heroína proletaria, digamos, que se transforma en puta. Lo hace, señores, porque anhela el dinero para las siliconas.
Aquí, entonces, el punto oscuro no está en el secreto que todos compartimos pero nunca termina de enunciarse. Aquí, por el contrario, asistimos a una tragedia social: la puta no es puta por necesidad, sino por egolatría.
¿Pero dónde está el punto oscuro, entonces? ¿Por dónde se absorbe la líbido social necesaria en todo producto cultural que valga la pena? Además de la estructura melodramática, presente en ambos programas, la clave está, de acuerdo a mi limitadísimo juicio, en la fusión de lo social con la naturaleza. La teta, los genitales, son el elemento natural-social por excelencia. Prostituirse para ponerse tetas, entonces, es (era) un movimiento que lleva el signo de la rebeldía contra la naturaleza. O quizás no. Quizás no exista ya rebeldía alguna en el plano de lo sexual. Quizás, el trabajo, tenga la arquitectura misma de la prostitución, y el tratamiento estético sobre ese simple hallazgo sea la seductora obscenidad de la novela. Al igual, lo señalamos, que en Bailando por un sueño. Porque, en el caso de la heroína de Sin tetas…, no es lo social aquello que se impone a lo natural: es lo natural-social que choca con lo natural-social.
Lo que estalla en este choque es el concepto mismo de trabajo. Vuelca. El concepto moderno de trabajo como actividad diferenciada que se opone al ámbito de la subsistencia (o del placer), sirviendo como medio para la misma, se transforma en otra cosa cuando la prostitución es ejercida como fin en sí mismo. Prostituirse para ponerse tetas, en este plano, sería una hiperprostitución. Prostitución al cuadrado. El cambio, entonces, no está en el ámbito del trabajo. El cambio está en la prostitución, que se legitima. Si el sexo es inacapaz de transgredir, la prostitución se convierte en espectáculo familiar. Se normaliza. Y esa normalización es la banquina que muerde el trabajo, en su camino hacia la dignidad (o hacia la revolución).
Ahora bien: sin transgresión sexual, lo que queda del melodrama es, queridos compañeros, la disputa entre el capital y el trabajo. Veamos, entonces, las formas de presentación del capital en ambos programas.
Porque el trabajo, ya lo dijimos, no puede diferenciarse de la prostitución. En ninguno de estos programas. Y, entonces, se diluye.
Un héroe mudo y proletario que acompaña a una asistente artista y puta, una heroína puta que se resiste y en ese movimiento se acopla a lo natural-social. Sus contrafiguras parecen hechas a medida: en el primer caso, un proletario que asciende en la industria cultural y se convierte en profeta. Tinelli, señores. El capital, en este caso, actúa como conductor, es decir como lubricante. Esa es su función manifiesta. No está a la altura de erigirse como árbitro en defensa del más débil (el soñador), sino que manipula el rating. Manosea. No dirime, no hace justicia, queridos compañeros, porque no le conviene. Y no le conviene porque la vaca, ya lo sabemos, está atada. Laissez faire, laissez passer. Liberalismo y escándalo.
En el segundo caso, el capital es un capital narco. La reglas, en el micromundo de Sin Tetas…, las dicta el narcotráfico, con sus intrigas y sus traiciones. Cualquier similitud con los narco-estados latinoamericanos es, amadísimos compañeros, pura coincidencia.
Bailando por un sueño y Sin tetas no hay paraíso son dos de las ficciones más potentes de la actualidad.
El primero, tiene anunciantes de primera línea. Empresas multinacionales.
En las pautas del segundo, un poco más modestas, se ofrecen servicios por telefonía celular. Marcá 1234 y una colegiala te cuenta sus fantasías. Marcá 4321 lolita y una lolita te cuenta su primera vez. Marcá 2314 perras.
Huracán y Newell’s, acabo de comprobarlo, empataron 1 a 1.

viernes, 12 de septiembre de 2008

ORTEGA



Cuando el hambre de una sierra eléctrica
manejada por las manos carniceras
de una parca rubia
vino a barrenar sobre las piernas
a mordisquear las sagradas piernas
del Hombre que inventó la cocaína
Ariel Arnaldo Ortega estuvo ahí

Ese día lloré mucho
en la puerta del colegio

En el mundial 94
Ortega fue el único que no bajó los brazos
en un equipo de estrellas blandas y cagonas
embotadas por los gases tóxicos
de los gorritos visera
de Visa y Mastercard

Dijo Ortega,
tras gambetear un ejército de gurkas que se le venían encima
desde el fondo de una damajuana
con sus gambas de gurkas y sus narices respingadas
blancas, las narices,
incapaces de preveer los enganches del demonio de Ledesma
gambas gurkas de chicle estirándose, enredadas
entre las piernas de un diablo de Ledesma,
que sonreía como el azúcar quemada
por el sol que todavía se descarga sobre su espalda
que sigue dando vueltas por un ingenio abandonado

Dijo Ortega,
tras pegarle un merecido cabezazo a un gigante culoroto
que se le rió en la cara,
y cansado de que los surtidores de nafta, de que los periodistas,
de que los mentirosos que esperan el transfer para Europa
le palmearan la espalda en los vestuarios,

Ortega dijo:
“Yo no necesito a nadie que me cuide”

Después besó su camiseta de River,
la guardó en un bolso,
y se fue.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El huracán Ike se detiene en Cuba



El huracán Ike azota las playas de Cuba
como Ike Williams azotó las mejillas del mono Gatica

La revolución, en cambio
acaricia las nalgas de las chicas que tienen fotolog
y se va
a su cuarto
a mirar Sony Entertaninment Channel
con los lacrimales húmedos
coca zero tibia a un costado de las pantuflas
y unas ojeras apenas maquilladas
pensando que necesita
conversar por teléfono con alguien que la entienda

El museo de la revolución no sé
iba a ir
pero estaba cerrado
entonces fui a un bar y me comí una milanesa de cerdo
mientras pensaba
qué comerían los cerdos
en Cuba

Cuba es el lugar
donde visité el acuario
más sucio del mundo

Mi viejo no
al segundo día se deprimió
y se quedó tirado en la cama
hasta que nos fuimos

yo le llevaba sanguchitos de salame
y ron solo
porque la gaseosa cubana
no le gustaba ni un poco

En el avión recuperó el humor
yo no
yo me quedé pensando en esas putas y putos tristes
que yiraban
por el Malecón

martes, 9 de septiembre de 2008

Immanuel Kant, o el yomanguismo avant la lettre



Hace unos años, en Villa Gesell, con unos amigos fuimos al supermercado a comprar elementos para un asado nocturno en el quincho del edificio. Era una tarde apenas ventosa y todavía teníamos ganas de quedarnos en la playa, pero igual fuimos a hacer las compras porque el ritual empezaba desde ahí: pelearnos en las góndolas de bebidas, hacer la fila, dejar el changuito tirado por la calle, comernos algo mientras comprábamos, si se podía llevarnos un queso entre la ropa para picar mientras se preparaba el fuego.
Eramos una especie de nube de langostas en miniatura, todas bastante grandes en realidad, sedientas de fernet.
Ese verano todo parecía ser lo último.
Teníamos miedo de que la adultez o lo que mierda fuese nos pasara por encima como un Scania en el medio de la ruta de la muerte donde volqué hace apenas unos meses.
Después del asado, íbamos a jugar al truco. O al póker.
Y después, si daba. íbamos a salir.
La cuestión es que la chica de la caja se olvidó de cobrarnos. Eran más de cien pesos en mercadería.
Ahí empezó la pulseada ética. Y como en toda disputa que se precie, se armaron dos bandos.
El ala kantiano-conservadora, con un porro entre los labios, opinaba que había que ir y pagar. Sus argumentos iban desde la culpa liberal-cristiana hasta la corrida por izquierda con que a la pobre chica se lo iban a descontar del sueldo.
El ala rapiñero-nietzscheana, con un porro entre los labios, señalaba que no, que la pérdida era de ese supermercado de mierda que sobrevivía gracias a la especulación financiera y a la extorsión y la estafa a los pequeños proveedores, y que si el sindicato de la cajera no podía defenderla de esa equivocación se jodieran por burócratas y por ineptos.
Cuando se terminó el cannabis, ganó el ala kantiana. Fueron a pagar. El resto nos quedamos haciendo el fuego.
Comimos todos juntos, tomamos mucho alcohol. Y la discusión ética, como toda discusión ética que se precie, devino chicana.
Robar libros no es más legítimo que robar comida. Sin embargo, el mito dice que no pueden meterte preso por robar un libro.
Robar libros es más fácil que robar comida. Hay muchas técnicas. Con googlear Yomango – El libro rojo de Mao salen unas cuantas.
No digo que esté bien ni que esté mal.
Pero salir a condenarlo siempre me pareció una actitud buchona.
Igual que decirle a tu pibe que las cosas están bien porque están bien o están mal porque están mal.
Igual que robar sin mirar a quién le robás.

domingo, 7 de septiembre de 2008

RIQUELME


Nadie lo sabe,
pero Riquelme
sufre terribles dolores de cabeza
Riquelme es un genio que padece su destino de genio
y ese dolor, que es como el llanto de sus 14 hermanos amplificado
loopeado,
desparramado como el sonido de una turbina herida
en el corazón de una represa que arrastra el barro de la historia
es imposible de callar

La cabeza de Riquelme es una jaula de mascotas
una jaula de plástico con una reja de metal con muescas de óxido del conourbano
de Don Torcuato
de la villa que hay a la entrada a Don Torcuato
y ahí adentro
hay tres murciélagos rabiosos que se pegan dentelladas
y los dientes en la carne, y el chasquido de la espuma de la rabia
relampaguean en la mente de Riquelme
y le bajan
desde la punta de los dientes
hasta la raya del culo
en cortocircuito

Su único analgésico es la cumbia
cumbia explosiva y romántica,
cumbia de conchitas transpiradas,
zigzagueantes como los amagues de Riquelme
la cumbia que se escucha cuando no queda nadie
cumbia triste y explosiva, que baja por los auriculares
en cualquier vestuario,
en los micros o en las concentraciones
cumbia para no escuchar las palabras de un ingeniero careta
y para colmo chileno
cumbia para amasar la cabeza de un ingeniero chileno
debajo de la suela,
al ritmo de la cumbia,
para dormirlo bien y que cierre los ojos,
y que sueñe,
y no ver esos ojos de murciélago chileno

¿Cómo querés que Riquelme
que tiene 14 hermanos
que fracasó en Barcelona porque es lento
y porque no se banca una ciudad sensible
una ciudad donde la guita se aspira el barro seco de la historia
donde los tipos se creen parte de una raza mística
cuando ni siquiera les da para ser vascos
cómo mierda querés que Riquelme
aguante las boludeces de un pendejo malcriado
hijo único,
que juega a la playstation todo el día
y corre a cien kilómetros por hora?

No me importa si Riquelme
tiene o no tiene que jugar
en la selección
Quiero verlo patear un tiro libre
que acomode la pelota y su cara ancha,
su cara pecosa con las marcas de una masacre paraguaya
acomode la pelota vomitando uno de esos garzos
filosos y chiquitos como astillas de vidrio
y después le pegue
con poca carrera
que la pelota vuele por el cielo y Riquelme festeje su corrida torpe,
tambaleante,
las manos en las orejas y la sonrisa turbia por el ruido
de los miles de murciélagos

Quiero que la hinchada abra la boca para tragarse
los cientos de millones de murciélagos que salen
de sus orejas

sábado, 6 de septiembre de 2008

A Chuck Norris yo lo seguiría hasta el fin del mundo


Si McCain
no fuera un republicano blando
ablandado por la negritud de Obama
si McCain no necesitara tomarse un whisky
un puro scotch de macho de las salvajes praderas de Mississipi
antes de salir a cabecear flashes y a recordarnos lo mucho
que todos confiamos en Dios
a mí no me quedan dudas de que Chuck
sería su vicepresidente


Ayer en el auto
un amigo me dijo que escribió sobre Chuck Norris
Córdoba estaba saturada de tránsito
me dijo el título entero de su texto
pero me lo olvidé
me dijo que iba a leerlo en un ciclo
mientras al costado
unos tipos picaban el asfalto
bajo el puente de Juan B. Justo
y yo me quedaba colgado con esos pozos entre las vías
pensando que ahí adentro
entraban varios cadáveres


Era la una de la mañana
y yo iba a una reunión
donde los chicos hablaban
de una telenovela colombiana
con putas, narcos, contraste social


Los chicos hablábamos de la novela que no vimos
Las chicas no sé
Las chicas hablaban de que sin teticas no hay paraíso


Chuck es el tipo
que mata dos piedras con un pájaro
Chuck Norris no parpadea cuando estornuda
y por la web
podés comprarte una alta remera con su stencil


Se va a morir de cáncer
Se va a morir con el colon irritado y en su lecho de muerte
va a soñar que mata vietnamitas
todos tan parecidos
a Carlos Monzón
antes de pegarle una trompada a su mujer


Estuve mucho tiempo pensando en Chuck Norris
Estuve pensando que Patti es el Chuck Norris argentino
pero mucho más pulenta
porque el karate es un artilugio importado
y a la picana
la inventamos acá


jueves, 4 de septiembre de 2008

Cumpleaños de ADN Cultura - La Revista del Sábado


Hace alrededor de un año, no me acuerdo bien, me invitaron a un focus group donde iba a discutirse el lanzamiento inminente de la revista ADN. A cambio de mis opiniones recibí cien pesos en una orden para comprar ropa en Giesso. No me acuerdo qué elegí. Calzoncillos o medias. El lugar y la ropa eran para jóvenes ejecutivos de alrededor de treinta, con ganas de tener una relativa onda, que alquilan en Congreso mientras ahorran para comprarse el dos ambientes amplios en Recoleta o Recoleta Bronx (zona Sociales) después de terminar de pagar las cuotas del 206. Pibes que escuchan o escucharon Radiohead. Eso seguro.
En el grupo, nos dieron de comer una picada formidable. No soy una persona con vergüenza de comer en público. Al contrario. Cualquiera que me conozca un poco puede dar testimonio de mi ferocidad. Esa tarde arrasé.
Primero nos bombardearon de preguntas sobre Ñ. La coordinadora era una chica de sociología, inteligente y muy idónea para su trabajo. Profesional. A la salida, le confesé que yo también laburaba en marketing. Que hacía poco tiempo había estado pergeñando la campaña “Hombres de Olé bajo el brazo”. Uno de los laburos que más disfruté. Intercambiamos mails con esa complicidad un poco lastimera y culposa que tenemos o que en esa época teníamos los que a los veinte leíamos el debate de la tercera internacional y fuimos a evangelizar a los barrios con Mariátegui bajo el brazo y fracasamos en 2001 hasta que nos volvimos genuflexos y entramos en el clientelismo académico. O en el marketing.
En el fondo, dos nombres para la precariedad con suerte.
Pasada la etapa Ñ, nos dieron unos ejemplares de prueba de ADN. Estaba Fito Paez. El director era Tomás Eloy Martinez y el producto era muy mediocre, con notas sobre Kafka o Anna Frank. Yo dije que era una revista anodina. Dije que lo de las microcríticas era una pegada. Dije que tenían que meter a gente más joven, que hasta la década del 30 La Nación había sido una tribuna de doctrina y ahora tenían las credenciales y la oportunidad de revalidar eso. La Nación siempre había sido un diario serio, conservador en lo político a partir del peronismo y medianamente progresista o por lo menos serio en lo cultural. Que le dieran más bola a la literatura contemporánea. Que Tomás Eloy Martínez no me cerraba. La coordinadora dijo: “Pero TEM fundó Radar”. Por eso, le dije. O lo pensé.
Ahora me acuerdo de que también le dije que la ocasión de consumo de Ñ era en el baÑo. Y es cierto. Todavía hoy la leo en el baño. Me encanta ir al baño y saber que la Ñ está ahí en el suelo. Me encanta leer la mejor revista cultural del país cuando nadie me molesta.
Eso les interesó. Los tipos estaban obsesionados con Ñ. Todo el tiempo miraba al vidrio espejado y levantaba mi vaso de Coca, en brindis. Pendejadas.
Ahora que lo pienso, me arrepiento de lo pedante que fui en el grupo. Cada vez que soy pedante me arrepiento.
A uno de los pibes que estuvo conmigo, también de la carrera, lo ví este año picando piedras en otra consultora. Me miró con miedo. No nos saludamos.
Me acuerdo que había un flaco que pidió más espacio para la poesía. El pibe ese me cayó diez puntos. Otro que dijo que un amigo suyo estaba mal y le recomendó leer Las Partículas Elementales de Houellebecq para terminar de hacerlo mierda y que después resurgiera de sus cenizas. Me pareció una estrategia pedagógica impecable.
Cuando preguntaron cómo era el lector ideal de Ñ, dije: una vieja gorda, que no garcha hace seis meses, vive en un 3 ambientes en Rosario y Avenida La Plata sobre Rosario a mitad de cuadra, segundo piso, cursó media carrera de psicología, su hija mayor quiere ser actriz y trabaja en telefónica, su hijo menor dice que va a ser médico y tiene 3 previas de cuarto año, a la señora esta le gustaría tener un affaire con Fogwill mientras su marido evade impuestos en su estudio jurídico-contable.
Después lo pensé un poco: esa mina es mi tía. Podría ser mi vieja.
Ahora me arrepiento.
Con la coordinadora nunca volvimos a escribirnos ni a cruzarnos. Hasta hoy.
Hoy me preguntaron como era el lector ideal de ADN. Y no contesté. Pero pensé: igual al de Ñ, pero hace unos meses estuvo a favor del campo y no en contra del gobierno como el de Ñ. Y vive en San Isidro. En un barrio semicerrado.
Pero antes de lo de hoy vienen otras cosas.
Primero: nos pagaron 120 pesos. ¿La inflación fue de un 20%? Lo notable es que el pago fue en efectivo.
Lo primero que pensé fue: qué bueno, zafamos de Giesso.
Lo segundo fue: estos hijos de puta quieren sacarse los pesos de encima y nos los encajan a nosotros.
Lo tercero fue: la sociedad se aproxima a esos momentos de materialismo procaz que anteceden a las debacles económico-morales.
Pendejadas.
Igual, lo que más me alarmó fue la baja escandalosa en el nivel de la comida. Hoy habia café, gaseosa y galletitas rotas.
No había triángulos de queso. No había maní. Ni una puta rodaja de salame.
Igual fui el que más comió. Por lejos.
Conclusión: o el Secretario de Cultura de la Nación, dueño de la consultora donde hicieron el focus, sabe que será prontamente destituido y propició el recorte porque además sacarle guita a las empresas para estudios de mercado está más duro que el año pasado, o se asustaron de lo que comí la última vez. O las dos cosas.
Y la inflación. Y la recesión.
El grupo era lindo. Otro pibe de la carrera pero un poco más chico. Una traductora amiga del teatro indie. Una chica que estudió cine y dejó. Otra que estudiaba psicopedagogía. Un ingeniero que había estudiado letras dos años. Un pibe que dejó Imagen y Sonido y ahora hacía y vendía velas. Y mi favorito: el músico.
Ninguno llegaba a los 30. Me hubiera gustado ir a tomar algo con todos. Hablar de otra cosa.
Todos estábamos a favor de este gobierno. O me pareció eso, porque nadie se había olvidado del rol de los medios en la lucha con el campo.
De la boca para afuera, obvio.
De la boca para afuera.
El músico dijo algo muy parecido a lo que esta mañana había dicho una crítica literaria reconocida en su seminario: los que leen el arte, la música, la literatura desde la categoría de autor son unos boludos. Hay que leer los movimientos. Era un pibe copado. A eso de la categoría de autor lo dijo tres o cuatro veces, en contextos diferentes. Se ve que le molestaba mucho el enfoque de las revistas culturales sobre la música.
La gente de marketing de ADN seguía obsesionada con Ñ. Es natural. La gente de Skip vive obsesionada con Ariel.
En un momento creí que el reclutamiento había sido para lectores de Ñ, pero después pensé en las preguntas filtro y me pareció que no. En realidad no sé. Siempre miento en las preguntas filtro.
La cuestión es que Ñ estaba mucho mejor posicionada que ADN. No se si es justo o no, pero fue lo que salió en el grupo. Igual, para mí, es justo.
Nos preguntaron de todo. Yo usé una táctica un poco sucia para embarrar la cancha. Lo hice de resentido.
Hay tres formas básicas de cagar un grupo.
La primera es generar un clima de joda que arruine la dinámica. Faltarle el respeto al coordinador.
Jamás haría eso. Y al que me lo hace, lo agarro afuera y lo cago a trompadas.
Una vez casi le pego a un pendejo de 17 años.
La segunda, es decir cosas tan tajantes que inhiben a los demás.
Ejemplo:
“YPF es una empresa española que saquea las reservas naturales de nuestro país, que aprovechó condiciones ventajosas para apropiarse de bienes y territorios fiscales, y que para colmo usa imágenes vinculadas a lo nacional para limpiarse, porque en Brasil directamente se llama Repsol”.
Fin del grupo.
“No sé, la verdad que dejé de comprar gel de ducha Axe. Lo que pasa es que me echaron del trabajo la semana pasada y no tengo plata para gastar en esas cosas”.
Fin del grupo.
La tercera en realidad no arruina el grupo, pero lo enrarece. Es volver a las preguntas viejas y mandar fruta.
“Me quedé pensando en eso que preguntaste antes. Es un poco abstracto. Digo, yo nunca pagaría por un suplemento cultural. Los leo en la web. Y con respecto a eso de si las disciplinas están balanceadas ahora que la miro se me ocurre que es una revista literaria con dos o tres notas de otras cosas, tipo un frankenstein”
Todos opinan y el coordinador se enquilomba. Se pierde el eje de la guía de pautas. Un poco de sadismo.
La chica no se lo merecía.
Al final, quedaron el claro unas pocas cosas. Al menos para mí.
Nadie del grupo leía los suplementos culturales enteros. Como mucho, se leía un 20% del total del contenido.
El nivel de las reseñas y de las notas en general era malo porque no se juegan por nada. No es casualidad que casi todos los que las escriben pasaron por la carrera de letras.
La idea de cultura de los suplementos es antigua y les falta humor.
Sin embargo, está claro que ADN sirvió para que Ñ mejorara.
Nadie compra un libro porque haya leído una reseña. Las reseñas también fracasan en introducir nuevos autores porque casi nadie compra más de un libro cada dos meses.
Lo mejor son las entrevistas y algunas notas. Y las perlas cultivadas.
Sólo dos personas de ocho conocíamos y estábamos contentos de que David Viñas tuviera una columna de vez en cuando en Ñ.
A veces había temas de tapa más convocantes que otros, y en esos casos, sólo en esos contadísimos casos, valía la pena tener las revistas en papel.
Ñ y ADN son muy parecidas. En general producen indiferencia. Cuando nos apretaron, más de la mitad preferimos Ñ y los otros dijeron que les daba lo mismo.
Hubo más cosas, pero me las quedo para mí.
A la salida esperaba el segundo turno. Una fila de personas de más de 40 años, con cara de cansadas. Muchas miraron la hora.
Salí apurado y crucé Alvarez Thomas con el semáforo en rojo. Casi me pisa un Fiat Palio color terracota. Creo que me putearon.
Cuando llegué a Lacroze, me tomé el 63.