Estas sentado frente a la computadora,
con un libro de Adolfo Prieto,
un libro de páginas amarillas que dice
que hasta el momento
nadie se preguntó para quién escriben los escritores.
El libro es de 1956.
Lo publicó Leviatán, una editorial
que te conmueve un poco.
De a momentos,
te gusta más la sensación de tocar las hojas rugosas y amarillas
que lo que estás leyendo.
Suena el teléfono.
Te estirás para atenderlo y es tu novia.
Tu novia llora y te dice que la madre
de una de sus amigas
que la madre de una amiga suya que te cae muy bien
a la que conociste hace mucho tiempo, un verano
en un antro que no existe más
acaba de hacerlo.
Tu novia dice que tuvieron que tirar la puerta abajo.
Apagás la máquina, casi de un golpe.
Te levantás, también apagás las luces,
Y te quedás quieto, frío, duro,
parado al lado de la estufa,
con las rodillas que empiezan a dolerte
y la palma de las manos apuntada hacia el calor
Por un rato, solamente el ruido de la estufa.
Después, mientras calentás café en la oscuridad
la sensación de hachas
que atraviesan madera, hierro, puertas.
Hasta que encendés la tele
esperando ver
una imagen del purgatorio.
con un libro de Adolfo Prieto,
un libro de páginas amarillas que dice
que hasta el momento
nadie se preguntó para quién escriben los escritores.
El libro es de 1956.
Lo publicó Leviatán, una editorial
que te conmueve un poco.
De a momentos,
te gusta más la sensación de tocar las hojas rugosas y amarillas
que lo que estás leyendo.
Suena el teléfono.
Te estirás para atenderlo y es tu novia.
Tu novia llora y te dice que la madre
de una de sus amigas
que la madre de una amiga suya que te cae muy bien
a la que conociste hace mucho tiempo, un verano
en un antro que no existe más
acaba de hacerlo.
Tu novia dice que tuvieron que tirar la puerta abajo.
Apagás la máquina, casi de un golpe.
Te levantás, también apagás las luces,
Y te quedás quieto, frío, duro,
parado al lado de la estufa,
con las rodillas que empiezan a dolerte
y la palma de las manos apuntada hacia el calor
Por un rato, solamente el ruido de la estufa.
Después, mientras calentás café en la oscuridad
la sensación de hachas
que atraviesan madera, hierro, puertas.
Hasta que encendés la tele
esperando ver
una imagen del purgatorio.