Levántate y anda

martes, 16 de septiembre de 2008

Sobre el oficio más viejo del mundo


De fondo, escucho las canciones de la hinchada de Huracán, o quizás sea la de Newell’s, que juegan su partido en el estadio Diego Maradona. Después de Boca y de Argentinos Juniors, Huracán es mi equipo favorito. Junto con Tigre. Pero ahora no voy a hablar de eso.
Vengo de una conversación con un joven trabajador de la industria editorial argentina. Un pibe honesto, con perspectiva. Que se hizo desde abajo y conoce el oficio. Un pibe que ojalá, en algunos años, dirija una de las editoriales más importantes que hay en nuestro pequeño país. Antes de la charla, estuve leyendo el último y monumental número de El Interpretador sobre el trabajo. Y en el medio de todo esto, cené. Me hice un sándwich mientras veía la mejor telenovela que dan en la televisión. La novela se llama Sin tetas no hay paraíso, y es una bomba. Va por canal 9, creo que a las 22 horas. Pura industria cultural colombiana.
Este contexto de lectura me hizo pensar en los contornos del trabajo que podemos leer, en negativo, tanto en la novela como en Bailando por un sueño. Los cuerpos hiperproducidos de Bailando por un sueño, en base a una estructura melodramática donde hay un soñador, una bailarina y un jurado integrado también por el público, urden una trama donde la gramática del trabajo se desdobla en varios niveles. El soñador es el trabajador digno, digamos, para usar una terminología afín, proletario. Su lugar es marginal. Su acompañante también es una trabajadora, pero su lugar en la estructura productiva es mucho más opaco. Es, quizás, el punto (no tan) oscuro de Bailando por un sueño. Porque todos sabemos, queridos compañeros, cual es el trabajo declarado de las soñadoras: modelos, vedettes, actrices, ex mujeres de. Pero lo más interesante es que todos sospechamos cuál es el trabajo oculto, no enunciado en forma patente, siempre negado o travestido en chiste. La seducción, entonces está ahí. Putas de lujo que pretenden trabajar de otra cosa. Un exquisito catálogo, que cotiza a sus luminarias al ritmo positivista de la masividad. Tinelli, el profeta, ha encontrado el punto ciego de su goce. Aquel que ya había arañado al desposar a una de las entrañables T-Nellys. Madre, puta y empleada. Un combo difícil de resistir.
Pero decíamos Putas: un trabajo que está en el centro de la novela colombiana.
En Sin tetas no hay paraíso, entonces, el trabajo enunciado es la prostitución. La heroína, en este caso, no es un proletario acompañado por una trabajadora que se desdobla, puta y actriz, ex mujer y puta, vedette y puta, sino que es una heroína proletaria, digamos, que se transforma en puta. Lo hace, señores, porque anhela el dinero para las siliconas.
Aquí, entonces, el punto oscuro no está en el secreto que todos compartimos pero nunca termina de enunciarse. Aquí, por el contrario, asistimos a una tragedia social: la puta no es puta por necesidad, sino por egolatría.
¿Pero dónde está el punto oscuro, entonces? ¿Por dónde se absorbe la líbido social necesaria en todo producto cultural que valga la pena? Además de la estructura melodramática, presente en ambos programas, la clave está, de acuerdo a mi limitadísimo juicio, en la fusión de lo social con la naturaleza. La teta, los genitales, son el elemento natural-social por excelencia. Prostituirse para ponerse tetas, entonces, es (era) un movimiento que lleva el signo de la rebeldía contra la naturaleza. O quizás no. Quizás no exista ya rebeldía alguna en el plano de lo sexual. Quizás, el trabajo, tenga la arquitectura misma de la prostitución, y el tratamiento estético sobre ese simple hallazgo sea la seductora obscenidad de la novela. Al igual, lo señalamos, que en Bailando por un sueño. Porque, en el caso de la heroína de Sin tetas…, no es lo social aquello que se impone a lo natural: es lo natural-social que choca con lo natural-social.
Lo que estalla en este choque es el concepto mismo de trabajo. Vuelca. El concepto moderno de trabajo como actividad diferenciada que se opone al ámbito de la subsistencia (o del placer), sirviendo como medio para la misma, se transforma en otra cosa cuando la prostitución es ejercida como fin en sí mismo. Prostituirse para ponerse tetas, en este plano, sería una hiperprostitución. Prostitución al cuadrado. El cambio, entonces, no está en el ámbito del trabajo. El cambio está en la prostitución, que se legitima. Si el sexo es inacapaz de transgredir, la prostitución se convierte en espectáculo familiar. Se normaliza. Y esa normalización es la banquina que muerde el trabajo, en su camino hacia la dignidad (o hacia la revolución).
Ahora bien: sin transgresión sexual, lo que queda del melodrama es, queridos compañeros, la disputa entre el capital y el trabajo. Veamos, entonces, las formas de presentación del capital en ambos programas.
Porque el trabajo, ya lo dijimos, no puede diferenciarse de la prostitución. En ninguno de estos programas. Y, entonces, se diluye.
Un héroe mudo y proletario que acompaña a una asistente artista y puta, una heroína puta que se resiste y en ese movimiento se acopla a lo natural-social. Sus contrafiguras parecen hechas a medida: en el primer caso, un proletario que asciende en la industria cultural y se convierte en profeta. Tinelli, señores. El capital, en este caso, actúa como conductor, es decir como lubricante. Esa es su función manifiesta. No está a la altura de erigirse como árbitro en defensa del más débil (el soñador), sino que manipula el rating. Manosea. No dirime, no hace justicia, queridos compañeros, porque no le conviene. Y no le conviene porque la vaca, ya lo sabemos, está atada. Laissez faire, laissez passer. Liberalismo y escándalo.
En el segundo caso, el capital es un capital narco. La reglas, en el micromundo de Sin Tetas…, las dicta el narcotráfico, con sus intrigas y sus traiciones. Cualquier similitud con los narco-estados latinoamericanos es, amadísimos compañeros, pura coincidencia.
Bailando por un sueño y Sin tetas no hay paraíso son dos de las ficciones más potentes de la actualidad.
El primero, tiene anunciantes de primera línea. Empresas multinacionales.
En las pautas del segundo, un poco más modestas, se ofrecen servicios por telefonía celular. Marcá 1234 y una colegiala te cuenta sus fantasías. Marcá 4321 lolita y una lolita te cuenta su primera vez. Marcá 2314 perras.
Huracán y Newell’s, acabo de comprobarlo, empataron 1 a 1.