Los pases, los giros, las piernas de Bochini,
no tenían nada que ver con el ballet.
El fútbol le cayó en la cabeza como un rayo
y le quemó la gorra,
y lo convirtió en un Mozart disfrazado de bancario,
de farmacéutico, del tipo que te vende los boletos en el subte,
que vivió gran parte de su vida
creyendo que tenía cáncer.
Los pies de duende de Bochini
son un fino instrumento de precisión quirúrgica,
cansados de cortar tripas de indio,
pies de gaucho que nunca quiso ser soldado,
que nunca quiso ir al Paraguay,
ni a ninguna otra parte,
y que perdió un 25% del alma cuando en la tapa del Gráfico
lo sacaron con la camiseta de Boca.
No hay autopistas en las piernas de Bochini.
Ricardo Enrique Bochini no podría haberse llamado de otra manera.
Bochini era un X-men perfecto, fabricado con los genes de Yrigoyen.
y podría haber leído diarios hechos sólo para él
pero no lo hizo,
porque estaba demasiado ocupado, obsesionado, asustado
y enamorado del cáncer,
un cáncer rojo que se le multiplicaba de manera diminuta,
que iba a teñirle los dientes,
a asfixiarlo, cualquier noche de esas,
cualquier noche de mística copera y roja
¿Saben que dijo el 10,
una tarde calurosa de México,
allá por el 86,
cuando el cartelito de colores indicaba que iba a salir,
para que entrara el Bocha?
Se dieron un abrazo, cada uno a un lado de la raya de cal,
y el 10 dijo gracias maestro,
gracias por el fútbol.
no tenían nada que ver con el ballet.
El fútbol le cayó en la cabeza como un rayo
y le quemó la gorra,
y lo convirtió en un Mozart disfrazado de bancario,
de farmacéutico, del tipo que te vende los boletos en el subte,
que vivió gran parte de su vida
creyendo que tenía cáncer.
Los pies de duende de Bochini
son un fino instrumento de precisión quirúrgica,
cansados de cortar tripas de indio,
pies de gaucho que nunca quiso ser soldado,
que nunca quiso ir al Paraguay,
ni a ninguna otra parte,
y que perdió un 25% del alma cuando en la tapa del Gráfico
lo sacaron con la camiseta de Boca.
No hay autopistas en las piernas de Bochini.
Ricardo Enrique Bochini no podría haberse llamado de otra manera.
Bochini era un X-men perfecto, fabricado con los genes de Yrigoyen.
y podría haber leído diarios hechos sólo para él
pero no lo hizo,
porque estaba demasiado ocupado, obsesionado, asustado
y enamorado del cáncer,
un cáncer rojo que se le multiplicaba de manera diminuta,
que iba a teñirle los dientes,
a asfixiarlo, cualquier noche de esas,
cualquier noche de mística copera y roja
¿Saben que dijo el 10,
una tarde calurosa de México,
allá por el 86,
cuando el cartelito de colores indicaba que iba a salir,
para que entrara el Bocha?
Se dieron un abrazo, cada uno a un lado de la raya de cal,
y el 10 dijo gracias maestro,
gracias por el fútbol.